Espuma de los días

Thomas Bernhard en las alturas

Thomas Bernhard en las alturas

Febrero 12, 2021 / Por Jesús Bonilla Fernández

“Nunca escribí novela, sino simplemente textos más o menos largos, en prosa, que me guardaría de calificar de novelas pues ignoro lo que significa esta palabra”. Veraces o no, las anteriores son palabras de Thomas Bernhard, publicadas el 7 de enero de 1983 en Le Monde.

Jean-Louis de Rambures se preguntó, hablando de este extraordinario escritor austriaco, si acaso no sería toda su obra un mismo libro, una espesa andanada verbal, un discurso que autodestruye sus andamios al tiempo que los levanta y un universo donde lo constante es lo bizarro. Puede ser también cierto, o una simple invención de la crítica solícita; al menos la lectura de la obra de Bernhard deja esa impresión, pero seguramente él desconocería la clasificación, ese significado.

Lo que es innegable, continuando con las ideas de Jean-Louis, es que las novelas y relatos de Bernhard constituyen un “bloque errático” erguido en medio del ámbito literario de la segunda mitad del singlo XX. Por otra parte Helada (1963), su primera novela —refiere el crítico—, “marca el viraje en la escena literaria alemana consagrada después de la posguerra al compromiso, es decir, la revolución”. Thomas Bernhard, en este sentido, inicia lo que pronto se llamó en Alemania “la invasión austriaca”.

Esta larga digresión viene a cuento por si vemos En las alturas (1959), relato en forma de poema o poema en forma de relato que lleva como subtítulo Tentativa de salvamento, absurdo, a la manera de Bernhard.

Después de la muerte del célebre escritor han aparecido traducidos a nuestro idioma obras póstumas, entre ellas la que mencioné. Se podría decir que la última publicada en vida es Extinción. Un desmoronamiento (1986). Como la mayoría de las otras, consiste en una extensa perorata interior que pareciera no tener fin y nos deja, cuando termina (la cháchara, la novela), la sensación certera del personaje preso en su propio monólogo, grotesco por irreal o verdadera y horrorosamente real.

Bernhard plasma en Extinción la verborrea como signo y síntoma del individuo que juega entonces el papel de artífice de su propia aniquilación. Si la Naturaleza nos extingue, o nos extinguimos en ella físicamente sin remedio, Bernhard el tísico o cualquiera de sus personajes, o nosotros mismos, nos extinguimos espiritualmente. Asimismo, si el Estado y la Sociedad, sustentados ambos en hechos humanos y valores morales, se transforman en monstruos amorales, corruptos, podridos, el individuo los sigue a la par, y propiamente sin saber si el proceso de descomposición es natural o artificial, si fue originado por la sociedad de los hombres, el hombre, o ese monstruo artificial creado por ellos: el Estado.

Así como Extinción podría considerarse la cima del discurso bernhardiano, el final del mismo libro iniciado con Helada en 1963, En las alturas (cronológicamente anterior), es el origen de su obsesión. Es en realidad, como toda la ficción de Bernhard, un relato autobiográfico, una especie de cartografía personal apegada a medias a su existencia: el cronista de policiacas en un diario de Salzburgo, la visita a la montaña, una coartada existencial constante del Bernhard enfermo. También es el ensayo que lo llevara a las largas peroratas de sus textos posteriores, salvo quizá, El imitador de voces y algunos relatos.

La urdimbre de En las alturas está tejida de flashazos, pensamientos acerbos, breves visiones que van construyendo imágenes, las cuales posteriormente serán sustituidas por los interminables monólogos que evitarán a cualquier precio el punto y aparte hasta el final de la obra.

Por otro lado, la política se perfila ya en este libro como uno de los leitmotivs de Bernhard (“convertirlo todo en su contrario, darle la vuelta: toda la política que conoce sus medios, que conoce sus éxitos, su matanza: exigencia excesiva: estado permanente de acecho y de miedo: fingir calma y equilibrio, formación y cultura: los hombres corrompidos que no se socorren ya mutuamente…”), se refiera al individuo o a las excreciones de la sociedad austriaca (“Patria, absurdo”, dice).

Thomas Bernhard se refiere siempre al género humano. Lo provoca una y otra vez y después ríe. El suicidio, la enfermedad, la locura el poder y demás contingencias humanas, son cosas de risa para el hombre en las alturas de la desesperación: “la desesperación es la gloria que siempre he amado, que siempre he despreciado, que siempre he sacado / violentamente de su escondite, / se me puede oír detrás de la desesperación”.

Thomas Bernhard murió en Gmuden, Austria, de un ataque al miocardio, el 12 de febrero de 1989. Nació en los Países Bajos, en Heerlen, 9 de febrero de 1931. Contaba escasamente 58 años.

 

ALCOHOLES

Habría pues una receta contra las filosofías pesimistas y la excesiva sensibilidad que me parece la auténtica “zozobra del presente”; pero esta receta quizá suene ya demasiado cruel, y se la contaría entre los síntomas que justifican que ahora se juzgue así: “la existencia es algo malo”. ¡Pues bien! La receta contra la zozobra es: zozobra.

Nietzsche.

 

Siento la muerte que me aprieta sin pausa la garganta o los riñones. Pero yo estoy hecho de otro modo: para mí es una por todas partes.

Montaigne (epígrafe en Extinción. Un desmoronamiento, de Thomas Bernhard).

Jesús Bonilla Fernández

Jesús Bonilla Fernández
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