Káos

El cuerpo: la erótica y el espanto

El cuerpo: la erótica y el espanto

Octubre 10, 2023 / Por Antonio Bello Quiroz

Portada: Marcel Duchamp, Desnudo bajando una escalera, 1912.

 

Y el hecho es que nadie hasta ahora ha determinado lo que puede un cuerpo.

Spinoza

¿Dónde empieza el enigma del cuerpo humano? El psicoanálisis nos enseña que, de manera radical, el enigma del cuerpo se ubica justamente en la radical distancia que se establece en la constitución del sujeto respecto al instinto. Organizado y animado no por el instinto sino por la pulsión, el cuerpo humano no es un hecho biológico sino secundario; se trata de una construcción que va más allá de lo biológico; es decir, se trata, en el ser humano, de un cuerpo lógico marcado por el significante. Ese más allá de lo biológico que singulariza al cuerpo humano se organiza a partir de lo pulsional y nunca en el instinto. Trieb (pulsión) es el concepto que Freud va a introducir para designar a la fuerza que anima lo humano. La pulsión es un concepto límite, así lo pensó Freud. La define como siendo la pulsión un representante de lo orgánico en el campo de lo psíquico. Hay consecuencias en el planteamiento, dado que, si el instinto opera para conservar la vida, la pulsión, producto del efecto de represión, el organismo humano capturado por el lenguaje escapa al orden vital, lo desordena y condena a la incompletud e insatisfacción a partir de introducir en la carne el símbolo que ha tomado del Otro. Si el instinto opera para garantizar la conservación de la vida, la pulsión, por la vía de la sexualidad, pervierte el camino para dirigirse a la muerte.

En el cuerpo humano, entonces, nada es “natural”; es por la vía de la pulsión (ahí donde la sexualidad y la muerte inducidas y reguladas por el lenguaje) que se van a organizar la forma en que los seres humanos buscarán satisfacer sus necesidades. Mismas que, al estar pasadas por el lenguaje, se transforman a partir de la demanda del Otro que deviene siempre imposible, quedando así un resto que constituye el deseo.

Podemos decir entonces que no se nace con un cuerpo, nos hacemos de un cuerpo. Y este hecho no puede ser sino mediante la intervención del Otro (con mayúscula). No se trata de cualquier otro, no, se trata del Otro que opera como lugar de la palabra. El cuerpo, que inicia por la imagen del cuerpo, se organiza a partir de la pre-existencia del Otro como lugar de la palabra. Es a partir del deseo del Otro que se nos constituye un cuerpo, un cuerpo, un cuerpo de palabras. Si no nacemos con un cuerpo, se nos impone, ¡vaya cosa!, se nos impone nada más (pero nada menos), el arduo trabajo de apropiarse del “propio” cuerpo. Se trata de un proceso que no se hace una vez y para siempre, la apropiación del “propio cuerpo” es algo que tenemos que repetir de manera constante, hasta el último aliento.

Si con alguna consideración del cuerpo el psicoanálisis guarda distancia epistémica es con el cuerpo de la medicina, sin por ello dejar de dialogar. Para la ciencia de Hipócrates, lo real del cuerpo se equipara con el organismo, con la carne, las mucosidades, las cavidades, los fluidos. El cuerpo de la medicina también es el de la anatomía, aquello que se hace visible del cuerpo. Pero este no es el cuerpo del psicoanálisis. En este discurso inventado por Freud llamado psicoanálisis, como ya se dijo, el cuerpo se construye en la relación con el Otro como significante que le precede. En Psicoanálisis y medicina, Lacan escribe: “este cuerpo no se caracteriza simplemente por la dimensión de la extensión: un cuerpo es algo que está hecho para gozar, gozar de sí mismo”. Ahí, en el goce del cuerpo, en la erótica del cuerpo, Lacan encuentra lo real del cuerpo, su espanto, su angustia, su muerte.

El cuerpo humano opera como una caja de resonancia, como un campo de batalla entre sexualidad (Erótica) y muerte (Espanto), así lo propone el psicoanálisis. Estas coordenadas nos llevan, con Lacan, a pensar el cuerpo a partir de los tres registros que el psicoanalista francés nos propone: el imaginario, el simbólico y el real.

En el registro de lo imaginario, el cuerpo pasa por los dispositivos especulares que posibilitaran la vivencia de unificación del cuerpo a partir de la imagen que el Otro le devuelve y le marca. El cuerpo está para ser marcado por el Otro. El organismo del recién nacido, fragmentado y en desamparo, encuentra en la imagen del Otro su unidad, su límite, su silueta, su contorno. El cuerpo, como nos hace ver Lacan en el llamado Estadio del espejo, donde, en el encuentro con el cuerpo unificado en el espejo, se produce un estallido de júbilo, el niño se reconoce en el cuerpo que ve unificado en el espejo, el cuerpo que especularmente viene desde el deseo de Otro. Se trata de un cuerpo unificado, sí, pero en lo imaginario, fuera de sí, en el Otro, en la dependencia del Otro que le devuelve una imagen de sí mismo. En lo imaginario, el cuerpo es espejo de las pasiones y opera como imán erótico.

Pero el cuerpo también resulta ser como un texto, es el lugar donde se inscribe nuestra historia. En el registro de lo simbólico, el cuerpo es archivo del amor y el odio; en el cuerpo se inscribe la cartografía de los encuentros y los desencuentros. Mapa de los abandonos y las mudanzas. En el cuerpo se encuentran inscritas las cicatrices de la infancia. El cuerpo es el portador de la historia del sujeto, sus amores y sus desamores han dejado huella, heridas quizá abiertas. En el cuerpo se inscriben los jeroglíficos del amor, los misterios del encuentro con el otro cuerpo.

Por otro lado, en el registro de lo real, el cuerpo está hecho de gritos y silencios. Lo real del cuerpo es lo que se resiste al signo, visible en el aullido, grito que desgarra toda inscripción, golpe seco, lo real del cuerpo atañe al horror, la marca en la carne. Sede del espanto. El cuerpo en lo real es reducido al desecho. Lo real del cuerpo es la evidencia del cuerpo fragmentado, lo inconsistente y lo exiliado de la propia historia del sujeto.

En la experiencia amorosa, y de manera consistente, con pocas líneas podemos ver en juego estos tres registros: en principio los cuerpos se atraen, la imagen del otro es imán erótico que despierta las pasiones. Lo erótico se hace presente. Pero la atracción, para no consumirse en el fuego ardiente del cautiverio erótico, para poder sostenerse más allá, convoca a las historias, los amantes se desnudan, ya no sólo el cuerpo, y se muestran al otro con sus cicatrices, sus heridas. Sin embargo, el encuentro de los cuerpos y las historias muestran el rostro del horror, los silencios, los gemidos, los gritos, el espanto, la muerte.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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