Káos

Locuras divinas

Locuras divinas

Febrero 08, 2022 / Por Antonio Bello Quiroz

Portada: Diana y sus ninfas sorprendidas por sátiros, Rubens, 1638-1640

 

Mientras el hombre razonable no percibe sino figuras

fragmentarias, el loco abarca todo en una esfera intacta: esa bola

de cristal que para todos está vacía, a sus ojos está llena de un

espeso e invisible saber.

Michel Foucault

 

La locura que viene de las ninfas es el título de un ensayo de Roberto Calasso donde se ubica a la locura, esa que viene de las ninfas, como un puente entre lo divino y lo humano. Freud inventa el psicoanálisis, ese discurso que ningún ser humano medianamente informado puede ignorar, justo porque escucha la locura que hablaban sus ninfas, las histéricas.

La locura —que es definida, desde los estoicos en adelante, por oposición a la razón— se muestra en las acciones insensatas, esas que no caben en el orden establecido de cada época. La locura ha sido opuesta a la racionalidad y olvidada en los laberintos de la anormalidad. En los tiempos de Freud, como en los nuestros, la locura era encerrada, acallada, silenciada en los oscuros pabellones y mazmorras de los hospitales. El maestro vienés inventa el psicoanálisis porque se detiene a escuchar un tipo de locura singular, las locuras histéricas. Las histéricas que hablaban con el cuerpo de su locura sexual, que en los tiempos victorianos era reprimida.

Freud escucha a las histéricas y Lacan se introduce al psicoanálisis por la vía de las psicosis. Locura y psicosis se relacionan, sin embargo no son lo mismo. Desde el psicoanálisis sabemos que hay psicóticos que no enloquecen y locuras que no son psicóticas. Podríamos decir que la locura es una condición de la constitución psíquica y lo mismo se presenta en las psicosis, las perversiones y en las neurosis. La locura, y en particular la paranoia, es lo propio de lo humano y lo es en tanto que, por ser hablantes (Lacan acuña el neologismo parlêtre, hablanteser), nos encontramos alienados en el significante, surgimos, arribamos al mundo sujetos al lenguaje, sus leyes y principios. Por la vía del lenguaje, nos constituimos como sujetos a partir del deseo del Otro y por tanto el Otro se vuelve también fuente de destrucción, amenaza, perseguidor.

Las locuras histéricas, las locuras que se muestran desde la neurosis, adquieren sentido de síntoma, es decir, se muestran como una formación que sostiene al sujeto que las muestra. Freud las llama neuropsicosis de defensa. Señala que “no es raro que una psicosis de defensa interrumpa episódicamente la trayectoria de una neurosis histérica o mixta”. Sabemos que Freud viaja a París para aprender sobre la histeria y la hipnosis con Charcot. Acude al teatro de la histeria en medio de un París desbordante de sexualidad: locura y sexualidad se juntan para dar paso al psicoanálisis. Al retornar a Viena, Freud va a ser rechazado por la academia científica, que no admite la idea de que la histeria tiene una etiología en la sexualidad.

Aunque se ha pensado históricamente que la histeria es una cuestión de mujeres, dada la conexión semántica de la histeria con el útero —y es lo que sostiene esa antigua definición hipocrática que asocia la histeria con el peregrinar del útero por el cuerpo—, Freud, entusiasmado por las experiencias de aprendizaje con Charcot, nos habla de un caso de histeria masculina, donde señala que no resultan poco frecuentes; cuando se presentan los estados son más graves y sombríos, se encuentran enlazados a la desazón y la melancolía. La melancolía o padecimiento de la soledad que se asocia a estados de divinidad.

En la Carta 61 Freud escribe a su amigo Fliess: “las tres neurosis —histeria, neurosis de angustia y paranoia— muestran los mismos elementos (junto a idéntica etiología), a saber: fragmentos mnémicos, impulsos (derivados del recuerdo) y poetizaciones protectoras; pero la irrupción hasta la conciencia, la formación de compromiso (y por tanto de síntoma), acontece en ellas en lugares diferentes; lo que bajo una desfiguración de compromiso penetra en lo normal son, en la histeria, los recuerdos; en la neurosis obsesiva, los impulsos perversos; en la paranoia, las poetizaciones protectoras (fantasías)”.

Jacques Lacan, quien, como ya anotamos, ingresa al psicoanálisis por la vía de la psicosis, no concibe el ser del hombre sin la locura. Escribe en 1957: “El ser del hombre no sólo no puede comprenderse sin la locura, sino que no sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su libertad.”

Las locuras vinculadas a la histeria tienen su historia. Durante el siglo XVII se incluye a la histeria como una enfermedad capaz de suscitar trastornos del espíritu. Las complicaciones nosográficas y de clasificación que presentan las locuras histéricas son debidas a la plasticidad de su sintomatología. El diagnóstico se ha sostenido en ciertos criterios: predisposición hereditaria, cuadros que son llamados “globus histericus” con accesos convulsivos, parálisis, anestesias focalizadas y sin referencia orgánica, etc. Podemos leer la presentación que Freud hace de sus histéricas en su Estudios sobre la histeria para poder apreciar la riqueza de síntomas que presentan. Se les consideró por mucho tiempo como fingidoras, dado que sus síntomas no presentan relación orgánica lógica. Sus capacidades imitativas las podrían llevar a la locura absoluta. Por ello, por considerar que simulaban su enfermedad, eran relegadas en los pabellones psiquiátricos sin atención médica. En la Edad Media se sabe de La nave de los locos, esta mítica embarcación donde era depositados los “dementes” y puestos en el mar a la deriva. Desde el siglo XIX se conocen descripciones de los psiquiatras que registran episodios delirantes en las histéricas. ¿Están locas o fingen estarlo? Ésta es la cuestión que se debatía. Se ha descrito la locura histérica como una complicación de las histerias ordinarias.

En un extraordinario libro sobre las locuras histéricas, Jean-Claude Maleval señala que la desaparición de la locura histérica hace técnicamente inaprehensible la dicotomía neurosis-psicosis. En la actualidad la histeria ha sido sacada de los manuales de psiquiatría, aunque mejor dicho, han quedado englobadas y patologizadas —y con frecuencia silenciadas nuevamente— en las esquizofrenias o metidas en esos barriles sin fondo en que se han convertido las depresiones, las angustias y el estrés.

Si la psiquiatría ha abandonado a las divinas locuras histéricas, las ha medicado y silenciado, en la literatura y el arte siempre han tenido un lugar. Desde el siglo XVI la locura tomó protagonismo en el arte, lo mismo en el teatro que en la literatura o la pintura o la poesía. Sus divinos territorios. El loco aparece en el arte y lo hace no en cualquier sentido, sino como protagonista en tanto que con frecuencia es el poseedor de la verdad. Tiene acceso a sitios donde la racionalidad no puede llegar. Sabemos que no es loco quien desee serlo, nadie es loco de manera voluntaria. Esto es relevante: si la locura ha sido definida en oposición a la razón, en el arte la verdad no está vinculada a la razón sino a la locura. El arte hace divina a la locura.

Grandes obras gestadas en el Renacimiento reivindican el tema de la locura: Erasmo de Rotterdam, que hace de la locura un elogio; o sin duda es fascinante la locura de Don Quijote en Cervantes; incluso el Hamlet de Shakespeare se hace el loco para poder acceder a la verdad del crimen de su padre. Ante esta evidencia Michel Foucault, quien hace la Historia de la locura, señala que “mientras el hombre razonable no percibe sino figuras fragmentarias, el loco abarca todo en una esfera intacta: esa bola de cristal que para todos está vacía, a sus ojos está llena de un espeso e invisible saber”.

 

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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