Káos

Sufrir innecesariamente: eutanasia y suicidio asistido

Sufrir innecesariamente: eutanasia y suicidio asistido

Septiembre 20, 2022 / Por Antonio Bello Quiroz

Foto: Sigmund Freud y Max Schur

 

Prométame algo más, que cuando llegue el momento, no me hará sufrir innecesariamente.

Sigmund Freud a su médico Max Schur

 

Las recientes muertes del cineasta francés Jean-Luc Godard y del psicoanalista argentino nacionalizado mexicano Néstor A. Braunstein, y aun otra más dolida, cercana y personal —muertes asistidas, voluntariamente decididas—, me llevan a compartir aquí algunas reflexiones sobre uno de los temas más controversiales de la bioética: la eutanasia y, utilizando esa forma elegante de llamarle, el suicidio asistido.

La Enciclopedia de Bioética, establecida por el teólogo Warren Reich, consigna a la bioética (vista como una rama más de la filosofía) como “el estudio sistemático de la conducta humana en el área de las ciencias de la vida y del cuidado sanitario, en cuanto que tal conducta se examina a la luz de los valores”. A partir de los planteamientos y cuestionamientos bioéticos, hay algunos criterios que se han tomado como líneas generales en las discusiones académicas y sociales sobre la eutanasia y el suicidio asistido, claro, en los países que se han permitido tales discusiones. Por ejemplo, algunos criterios son: que el paciente sepa toda la verdad sobre la enfermedad que padece, especialmente cuando se trate de una enfermedad incurable. Que en el transcurso de la enfermedad se hayan utilizado todos los adelantos y tratamientos que sea posible aplicarle al paciente sin mejora alguna. Que no se tenga en perspectiva tratamiento alguno que represente mejoras en la salud. Que exista una relación consensuada entre médico y paciente ante la decisión final (se supone que la “decisión” sería resultado de un intercambio suficientemente informado). Que exista una afirmación expresa y voluntaria del paciente cuando todavía esté en total cordura, racionalidad y competencia para decidir (la cuestión toma otro tono cuando el paciente no está en condición de decidir, pues aparece el verdadero problema: ¿quién tendría que decidir?). Que se hayan considerado todas las alternativas disponibles, si existen. Que el deseo de morir se haya mantenido sin cambio en un lapso largo. Que el sufrimiento y el dolor sean insoportables. Se debe elegir el método menos doloroso posible. Y también, cuando esto sea posible, que exista algún familiar al que se integre en la toma de decisión. Aunque se trata de criterios generales, es factible observar que la causa mayor o que considera decisiva es la condición de enfermedad y el sufrimiento innecesario. Cabría preguntarse si habría alguna consideración ante la declaración sufrimiento innecesario a nivel subjetivo o psíquico, aún en estado de aceptable salud física. Muchas preguntas quedan abiertas y es urgente la discusión en términos psicológicos, legales y, sobre todo, subjetivos.

De las tres formas en que la muerte se presenta: el accidente, el homicidio y el suicidio, es este último, más aún cuando es asistido, el que más controversia y enigma genera. Es un complejo problema que nos cuestiona por lo menos tres dimensiones: ética, psicológica (subjetiva) y legal. Aún en los países que lo contemplan, y aunque generalmente hay testigos del acto, las causas que determinan la decisión de darse la muerte no siempre alcanzan la luz. No siempre se sabe si se cumplen los criterios que las sociedades bioéticas consignan, menos se discute si habría algún criterio no señalado pero de igual validez. De los dos casos arriba mencionados sabemos, por los medios de información, que en el caso de Jean-Luc Godard la decisión fue tomada ante las múltiples patologías que padecía desde ya un tiempo prolongado; sin embargo, su viuda afirmó que el genio del cine “no estaba enfermo, simplemente estaba agotado”.

En el segundo caso mencionado, del Acto de retirarse de la vida decidido por el psicoanalista Néstor A. Braunstein (con quien tuve el placer de compartir muy gratos momentos, llenos todos de aprendizajes para mí), sabemos un poco más sobre su muerte debido a una extensa carta pública titulada justamente ADDIO, una carta-documento digna de estudio en tanto que hace importantes reflexiones con respecto la vida, la muerte y el suicidio, y sobre lo que le llevó a tomar tan importante decisión que, sin duda, alcanza la dimensión de Acto.[i] Se encuentra, así lo dice, con plena conciencia de las razones y circunstancias de su acción, con todo lo ambiguo que resulta esto de la “conciencia” dicho por un psicoanalista. Nos dice: “vivo la situación con tranquilidad, sin angustia, sin sensación de cansancio o tedio”. Le acompaña, sí, el conocimiento claro, informado y asumido de la progresiva e irreversible declinación de sus capacidades vitales. Nos dice también que no está sólo, no está deprimido, mucho menos melancólico. Habiendo sido un extraordinario profesor, fundamentalmente en el campo del psicoanálisis, no podría dejar de serlo en la carta de despedida que nos lega. Vale en mucho citar sus palabras en la carta mencionada con respecto del suicidio “que tan frecuentemente se presta a diagnósticos salvajes, a interpretaciones desbocadas o descabelladas, a descalificaciones apuradas sin prestar oídos a las razones que conducen a esa determinación, a olvidar incluso los antecedentes del suicidio asistido pedido por Freud en la primera entrevista con su médico en 1928 y a recordar el consentimiento de este (Max Schur) cuando llegó el momento en que lo pidió en 1939.

”A olvidar también lo que pocos se atreven a manifestar, como si hubiese en ello algo vergonzante, el hecho de que Lacan se dejó morir por negligencia voluntaria una vez que él mismo se diagnosticó una enfermedad que podía curarse médicamente pero se negó a recibir cualquier tratamiento […] Es ignorar los argumentos éticos de los muchos partidarios de la ‘muerte digna’, de la eutanasia y del suicidio asistido”.

Y en otro momento de su misiva, señala el psicoanalista que: “el llamado pasaje al acto es, en muchos casos, afirmo que también en el mío, una decisión soberana del sujeto que se opone a la muerte pasiva, consensual, esa que el mundo acepta sin chistar. Una acción frente a un impasse, no un homicidio por ‘vuelta contra sí mismo’ sino una manifestación suprema de la pulsión de vida, de inscripción indeleble de la libertad que nada sería sin la posibilidad de decir ‘hasta aquí’.”

Y entonces, se pregunta, con una magnífica lucidez: “¿Qué otra cosa es vivir sino anticipar y apropiarse del camino hacia la muerte?” Sin duda, se trata de una magnífica y radical forma de reivindicar el valor de la vida hasta su último momento, que incluye a la muerte. “El suicidio —nos termina diciendo— es la forma más rotunda de la a-dicción. De ahí el obligado paso a la escritura…”. Se trata, sin duda, de una lúcida y digna apropiación del acto más trascendente de su vida.

Néstor Braunstein mismo, conocedor como fue de la vida y obra de Sigmund Freud, nos recuerda que el inventor del psicoanálisis, ante los múltiples sufrimientos que le produce su estado de salud, solicita al joven médico Max Schur su asistencia para morir llegado el momento. En el texto de la historiadora del psicoanálisis Elisabeth Roudinesco, Freud en su tiempo y en el nuestro, nos recrea el momento final de Freud, lo que nos lleva a pensar su muerte como paradigma del suicidio asistido. Nos dice: “El 21 de septiembre Freud recordó a Schur la promesa que le había hecho de ayudarlo a poner fin cuando llegara el momento […] A sus ojos, vivir en esas condiciones ya no tenía ningún sentido”. Freud elige libremente, hace uso de su autonomía y dignidad para decidir el momento de retirarse de la vida. No se trata en absoluto de un arrebato o una acción de desesperación. El germen de la decisión se ubica en 1923 (16 años antes de la muerte, que ocurre el 23 de septiembre de 1939), cuando Freud se entera del cáncer que surgía en su paladar bajo el diagnóstico de leucoplasia proliferativa papilar. Su médico tratante de entonces, Felix Deutsch, decidió ocultarle el terrible diagnóstico bajo el temor de que se suicidara. Freud no soporta la deslealtad y cambia de médico sobre la persona del joven Max Schur. Desde el primer momento, Freud le exige siempre decirle la verdad sobre su enfermedad y también: “prométame algo más, que cuando llegue el momento, no me hará sufrir innecesariamente”. El curso de la enfermedad es duro, doloroso: le aplican radiaciones, 33 operaciones y uso de molestas prótesis bucales que le dificultan el habla y la alimentación. Sufre además de otitis, con sordera cada vez más pronunciada. Aun con ello, como le confiesa a Abraham, lo que más lamenta de la enfermedad es que interrumpe su febril trabajo, dado que su lucidez intelectual está intacta. Decide no tomar analgésicos justo para que su capacidad intelectual no se vea influida por ellos.

Llegado el momento, le recuerda a su médico, y ya su amigo, la promesa que le hizo 16 años antes. Le dice: “¿usted recuerda nuestra primera conversación en que prometió no dejarme en la estacada cuando llegara el momento? Ahora no es sino tormento y no tiene sentido”. El médico cumple su palabra y lo ayudará a morir. Le aplica tres inyecciones de morfina de 20 miligramos, con la finalidad de proporcionar una sedación permanente, el argumento era evitar los dolores insoportables del padre del psicoanálisis. Freud murió, sí, por suicidio asistido, con el consentimiento de su hija Anna, como Freud mismo había pedido, el sábado 23 de septiembre de 1939, a las tres de la mañana. Aunque su muerte ocurrió justo el día de la mayor fiesta judía, el Yom Kipur, su cuerpo fue incinerado sin ningún ritual fúnebre de carácter religioso.

 

 

[i] Recordemos lo que decía el psicoanalista francés Jacques Lacan con respecto al suicidio como acto: “La muerte no es abordable más que por un acto. Aun para que sea logrado, es preciso que alguien se suicide sabiendo que eso es un acto, lo que sólo sucede muy raramente”.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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