Crónica
Octubre 21, 2022 / Por Fernando Percino
Carmelita era mi madre abuela, pero era más mi madre. Murió un domingo, desde entonces me parece el día más trágico. Falleció de madrugada, mientras yo soñaba que caminaba en un vecindario y de repente pasaba un señor paseando a varios perros enormes, los perros se le soltaron y me mordían, yo gritaba. En ese momento mi hermano Esteban entró a mi cuarto y llorando me dijo: “Fer, mamá no respira”.
Estábamos en la casa de Cholula, fui de madrugada a la clínica del IMSS a reportar la muerte de mi madre. Dijeron que debíamos esperar hasta el lunes para tramitar la constancia de fallecimiento expedida por un doctor.
Un hombre camina solo a las cinco de la mañana sobre la carretera a Huejotzingo de regreso a casa, llora. Ese hombre regresa al presente de aquel lejano día de diciembre de 2001. Vuelve a su lectura el libro Historia Natural de la Melancolía, del poeta michoacano Daniel Wence, su amigo. Estaba recordando a su abuela mientras leía al libro, se encontró con el siguiente fragmento de un poema en prosa:
Miro entonces la fotografía de mi abuela: su mirada inquisidora no pierde vista el cuchillo y el fuego. ¿De qué se trata? Es que todos los muertos vienen hasta mi domingo. ¿Te das cuenta? Ahora hablo del domingo como si fuera mío, como si no fuera evidente quién le pertenece a quién. ¿Te das cuenta?, el domingo se metió en mi cuerpo y no quiere soltarme, ahora me habita.
La poesía es brujería en estado puro.
Las letras de Daniel me fueron llevando, puntales, hasta aquel 2001. Me llevaron de la mano en una danza teatral con la muerte. Daniel y yo ahora estamos hermanados por ese padecimiento que implica habitar el domingo, de cómo ese ente maldito habita el cuerpo de Daniel y lo hace melancólico. En su libro canta una canción de Leonard Cohen que Cohen jamás escribió.
Estoy hablando de un poemario que se esmera en hacer cirugías, a veces sobre carne viva; en otras hace autopsias a recuerdos cadavéricos. La prosa poética de Daniel atraviesa el pellejo con el bisturí de sus imágenes y sus entonaciones. Puedes sangrar o reír de nervios ante versos como este:
Todo comienza con una intervención quirúrgica.
A veces también nos queda la resignación:
Querido:
Estoy segura que me vuelvo loca de nuevo.
Una vez llegué temprano a una cantina y Daniel estaba solo en la mesa. Él me había dicho un día antes que en ese lugar vendían pulques curados, por eso yo iba contento. Cuando apareció el mesero, Daniel le preguntó: “Venden curados, ¿verdad?” El mesero respondió afirmativo. “¡Qué bueno, le hubiera quedado mal a mi amigo!”. Yo me reí con ganas. Sonaron varias canciones de géneros gruperos, artistas como Intocable o Selena. Daniel se sabía todas las canciones, todas las cantaba. Era una rockola con carne y huesos. Contemplé la implacable memoria de un poeta en su máximo esplendor. Capaz de regresar a los muertos, a los desparecidos, a los tiempos que se atascaron de exceso y pasión, capaz de hacer que un lector, todo expectante de su obra, como yo, pueda volver a abrazar a su madre abuela, con los párpados abajo, una tarde de domingo. Canta, Daniel, canta, jamás dejes de cantar. Nunca más.
Es mexicano y nació en algún momento de los años ochenta; además es licenciado en Administración Pública por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Publicó cuentos en el suplemento cultural *Catedral* del diario *Síntesis*, la novela *Velvet Cabaret* (2015), el libro de cuentos *Lucina* (2016), el libro de crónicas *Diarios de Teca* (2016) y la novela breve *Volk* (2018). Fue miembro del consejo editorial de las revistas: *Chido BUAP* y *Vanguardia: Todas las expresiones*. Fue funcionario público. Actualmente es chofer de UBER y estandupero ocasional.
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