De color humano
Marzo 17, 2023 / Por Eliana Soza Martínez
Hace unos días hablaba con mi hijo de 12 años sobre la importancia de saber lo que quieres de la vida. En un sentido más amplio, es decir, cómo te imaginas de aquí a dentro de 10 años. Él me miró con ojos grandes y desconfiados. Le dije que no solo se trataba de saber lo que quieres estudiar, claro que es importante y tiene que ver. Pero sobre todo me refería a lo que realmente le haría feliz. Aclaré de inmediato que tampoco significaba pensar que la felicidad es un destino, sino que tiene que estar en todo el proceso. Es lamentable, le dije, cómo muchas personas de mi generación no se arriesgaron a vivir y luchar por sus sueños, que en algunos casos significaba ir por caminos inciertos.
Entonces le conté que, por ejemplo yo, recién el 2017 fui lo suficientemente valiente para admitir que mi sueño era ser escritora. No es que no lo haya pensado antes. En la universidad, cuando conocí a Horacio Quiroga, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges y Gabriel García Márquez, me enamoré de la literatura y hubo breves momentos en los que me imaginé como ellos, contando historias. Incluso me atreví a escribir algunos cuentos al finalizar mi carrera. Se los di a leer a parientes, amigos, y varios me dijeron que les gustaban pero para mí no era suficiente. Tal vez porque mi baja autoestima se combinó con el síndrome de impostora y dejé que el miedo me paralizara, no quise arriesgarme a “malgastar” mi tiempo en un oficio con un futuro más que incierto, como son la mayoría de las artes.
No creía que mis textos fueran buenos, no creía en mí y lo dejé durante casi 20 años, pero a veces los sueños, como el polvo, se quedan en resquicios a los que no alcanzamos a llegar y una dulce brisa los remueve y reaparecen. Así me pasó en medio de mis 30 años: acababa de tener mi segundo hijo y estaba sin trabajo. De nuevo, la idea de escribir cosquilleaba mi corazón y lo hice por un tiempo, casi a escondidas, surfeando el océano de las Redes Sociales. No sé qué me movió a preguntar a un experto, para saber esta vez si lo que estaba haciendo iba por buen camino. Creo en el destino, por eso cuando le escribí a Homero Carvalho Oliva (escritor boliviano con amplia trayectoria), que no me conocía, puse mi fe en su respuesta. Me sorprendió que lo hiciera tan rápido, invitándome luego a publicar algunas de mis microficciones en una antología iberoamericana que en esos años estaba compilando. Hubieran visto mi cara, con una gran sonrisa y ojos grandes.
Así inició mi carrera literaria, que todavía está en ciernes. Cada día me asaltan miedos e inseguridades. De pronto, por la consciencia de que no tengo tanto tiempo como las jóvenes escritoras que empezaron de niñas y ahora a sus 16 años ya tienen libros publicados y son reconocidas como las futuras estrellas de la literatura de nuestro continente. Todavía me persigue el síndrome de impostora, pensando que lo que he conseguido ha sido suerte o porque se atravesaron en mi vida personas demasiado generosas. Pero algo cambió: a diferencia de hace 20 años, no pienso dejarlo. Ahora soy yo quien se aferra a este sueño con uñas y dientes, aunque el temor quiera quitármelo, como grandes olas del mar; no importa si salgo herida, voy a seguir luchando por hacerlo realidad.
Si caigo por una mala crítica o porque a alguien importante en el ámbito de la literatura no le gusta mi trabajo, o cada vez que leo un libro genial piense que nunca llegaré a escribir igual, me voy a levantar a seguir escribiendo. Dicen que cada una tiene su propio camino, yo me lo repito a diario porque de todo lo que conseguí con mis textos, lo más importante es sentirme feliz al crear historias, nada es tan disfrutable como saber el final, o reflexionar cómo iniciaría o convertir un sueño o noticia en algo que contar.
Entonces le dije a mi hijo que en la vida uno tiene que atreverse a arriesgar. A mis cuarenta, cada día “arriesgo” el tiempo que me queda en este sueño, todavía incierto. Ya no voy a dejar que el miedo me paralice. Cuando me imagino de aquí a diez años, me sigo viendo escribiendo, en libretas y en la computadora. Tal vez todavía acosada por las inseguridades, pero feliz por amar lo que hago.
Eliana Soza Martínez (Potosí, Bolivia) Autora de Seres sin Sombra (2018). 2da. Edición (2020) Ed. Electrodependiente, Bolivia. Junto a Ramiro Jordán libro de microficción y poesía: Encuentros/Desencuentros (2019). Antología Iberoamericana de Microcuento (2017), compilador Carvalho; Escritoras bolivianas contemporáneas (2019) compiladoras: Caballero, Decker y Batista, Ed. Kipus. Bestiarios (2019), Ed. Sherezade, Chile. El día que regresamos: Reportes futuros después de la pandemia (2020), Ed. Pandemonium, Perú. Brevirus, (2020), Brevilla, Chile. Pequeficciones: piñata de historias mínimas (2020) Parafernalia, Nicaragua. Historias Mínimas (2020), Dendro Editorial, Perú. Microbios, antología de los Minificcionistas Pandémicos (2020), Dendro Editorial, Perú. Caspa de Ángel: cuentos, crónicas y testimonios del narcotráfico, Carvalho y Batista. Umbrales, Antología de ciencia ficción Latinoamericana (2020), Ediciones FUNDAJAU, Venezuela. https://www.facebook.com/letrasenrojo Instagram: @Eliana.Soza https://www.youtube.com/channel/UCJC8RtYxDvq0JVrb2ZIioeg
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