De color humano
Marzo 26, 2021 / Por Eliana Soza Martínez
“La música es la banda sonora de la vida”
Dick Clark
Concuerdo de corazón con este presentador reconocido en el mundo. Para mí, sin música, nada sería lo que es. Me declaro una melómana empedernida; es decir que si me pueden culpar por una adicción es a esta forma del arte.
Desde que tengo uso de razón, mi vida ha estado envuelta de esta maravillosa creación del hombre, pasando por los boleros y baladas que mi tía Margarita ponía a todo volumen cuando arreglaba la casa, hasta la nueva trova de mi tío Willy.
Poco a poco fui creciendo y descubriendo los géneros que me gustaban: el rock clásico, alternativo, en español, el funk, el grunge, la nueva trova y muchos más. Primero, sólo en las radios para disfrutarlos después en casettes, luego en discos compactos y ahora en Spotify.
Cada instante feliz y triste de mi vida tiene un fondo musical. Como cuando estaba enamorada por primera vez escuchando a Sui Géneris, mis desilusiones con Silvio Rodríguez, mi matrimonio con los Presuntos Implicados y su canción “Te esperaré”. El momento antes de dar a luz a mis dos hijos con “Time”, de Alan Parson Proyect, o los días más tristes con baladas de rock. Espero que, al morir, en mi velatorio y funeral pongan también mis canciones favoritas.
Como en una película, cada momento tiene su propia banda sonora, que va desde “It is love”, de Whitesnake, hasta “Georgia on my mind”, de Ray Charles, “Si tú me miras” de Alejandro Sanz, “Ojalá” de Silvio Rodríguez, o las canciones de las bandas bolivianas Octavia y Efecto Mandarina.
¿Cuál será la influencia de la música en la existencia de los seres humanos? La ciencia ha ido descubriendo que es cierto eso que intuíamos los melómanos: las canciones afectan, en la mayoría de los casos, de forma positiva en nuestra vida; no solo causándonos placer cuando la oímos o creamos, sino que los estudios están demostrando que sus frutos son muchísimos más diversos y ricos.
Por ejemplo, en una investigación de la Universidad Northwester (EE UU) se ha descubierto que gracias a la formación musical en niños pequeños, se ha conseguido un vocabulario más desarrollado, mayor concentración y mejoras en otros aspectos de la comunicación humana. Por tanto, aporta bastante en el desarrollo cognitivo humano y en el estímulo de nuestra inteligencia.
No obstante, no se quedan ahí sus beneficios. Según la Universidad Caledoniana de Glasgow, “recetar” cualquier melodía logra disminuir dolores físicos y emocionales, acelerando la recuperación de las personas que están enfermas. Cuando estuve cinco días hospitalizada por apendicitis, la música que tenía en el celular y la que compartía con nosotros un joven residente me salvaron: no hubiera aguantado ese tiempo en silencio.
Me imaginaba que las salas en los centros médicos serían mucho más agradables con dulces ritmos en sus parlantes, pues según la misma investigación se reduciría el estrés, el insomnio, la depresión, calmando el dolor y mejorando la inmunidad.
Así lo corrobora otro análisis, esta vez del Instituto de Investigación del Cáncer del Reino Unido, que anunció los resultados de una indagación que se llevó a cabo desde 2002 y que demuestra que las técnicas de relajación en las que se emplean melodías pueden reducir hasta 30% los dolores y las náuseas derivadas de la quimioterapia en tratamientos contra esta enfermedad.
Con todos estos respaldos científicos podemos afirmar que el poder de la música no sólo influye en nuestro estado emocional, como cuando estamos desconsolados y una melodía alegre nos anima, o una que nos traiga recuerdos pueda tornarnos nostálgicos o tristes. También es una realidad que su impacto a nivel neurológico y físico hace que se pueda considerar una herramienta más dentro del desarrollo del ser humano.
Bono, el vocalista de la banda inglesa U2, afirmaba: “La música puede cambiar el mundo porque puede cambiar a las personas”. Gracias a esta forma del arte podemos llegar a ser más felices y, por tanto, contribuye a que seamos mejores seres humanos, más empáticos y solidarios con los demás. Quiero finalizar con la frase que dijera el cantautor estadounidense Jason Mraz: “la música es un arma en la guerra contra la infelicidad”.
Eliana Soza Martínez (Potosí, Bolivia) Autora de Seres sin Sombra (2018). 2da. Edición (2020) Ed. Electrodependiente, Bolivia. Junto a Ramiro Jordán libro de microficción y poesía: Encuentros/Desencuentros (2019). Antología Iberoamericana de Microcuento (2017), compilador Carvalho; Escritoras bolivianas contemporáneas (2019) compiladoras: Caballero, Decker y Batista, Ed. Kipus. Bestiarios (2019), Ed. Sherezade, Chile. El día que regresamos: Reportes futuros después de la pandemia (2020), Ed. Pandemonium, Perú. Brevirus, (2020), Brevilla, Chile. Pequeficciones: piñata de historias mínimas (2020) Parafernalia, Nicaragua. Historias Mínimas (2020), Dendro Editorial, Perú. Microbios, antología de los Minificcionistas Pandémicos (2020), Dendro Editorial, Perú. Caspa de Ángel: cuentos, crónicas y testimonios del narcotráfico, Carvalho y Batista. Umbrales, Antología de ciencia ficción Latinoamericana (2020), Ediciones FUNDAJAU, Venezuela. https://www.facebook.com/letrasenrojo Instagram: @Eliana.Soza https://www.youtube.com/channel/UCJC8RtYxDvq0JVrb2ZIioeg
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