Desde el Sur

Bienvenidos al manicomio

Bienvenidos al manicomio

Julio 04, 2023 / Por Márcia Batista Ramos

Los manicomios siempre han destilado el espíritu de la época. Todas las deformaciones, las jorobas psíquicas y las excentricidades están tan diluidas en la sociedad que resulta difícil percibirlas, pero aquí, concentradas, revelan claramente el rostro de los tiempos que vivimos.

Stanislaw Lem

 

Parece que los mundos dentro del mundo son tantos cuantos somos nosotros, los habitantes del planeta. Para hablar de la trágica ruina no sé si empiezo por la Kensington Avenue, en Filadelfia, Estados Unidos, por la Cracolandia, en el centro de São Paulo, Brasil, o por cualquiera de los miles de tugurios a cielo abierto que pululan en el planeta, sirviendo como centros de destrucción de la vida.

Filadelfia es la ciudad más grande de la Mancomunidad de Pensilvania y la segunda ciudad más grande del noreste de las regiones del Atlántico medio, después de Nueva York. Es una de las ciudades históricamente más importantes de los Estados Unidos y una vez sirvió como la capital de la nación hasta 1800. São Paulo es el dinámico centro financiero de Brasil, se encuentra entre las ciudades más pobladas del mundo, con varias instituciones culturales y una rica tradición arquitectónica. Eso no sirve de nada si hay personas aprisionadas en múltiples miserias, incluyendo la adicción a las drogas.

El punto es que siempre que alzo la vista y miro hacia adelante veo presencias entre las sombras que captan mi atención. Son figuras toscas, que caminan a paso apresurado y que rompen la quietud de la vida (son las drogas, sometiendo a los seres humanos). Resulta difícil no quedar mirando la ruina airada. Es casi imposible no buscar palabras para tratar de hablar sobre tales ocurrencias indecibles, por el espanto y el dolor que causan.

Mientras los hombres exploran el planeta Marte o las profundidades de los océanos, los gobiernos negligentes hacen de la vista gorda ante el crimen organizado que hiere y mata, dejando en claro que en este juego todos perdimos la partida. Por eso los gobernantes jamás buscan una guillotina para descabezar el mal. Infelizmente, hay millones de intereses encubiertos, dejando entrever la lucha por el dinero que es trabada del hombre contra el hombre, sin importar su propia destrucción.

Las drogas campean a vista y paciencia de todos; tal vez, las autoridades las consideren un mal necesario. La indiferencia, bien decía mi abuelo, es signo de interés oculto, pues mientras hacen que no ven están recibiendo raudales en diezmos que no pueden ni gastar ni llevar a la tumba.

El barrio marginal conocido como la Cracolandia, en Brasil, es la sede de un mercado ilegal y área de consumo público de crack. Mientras Kensington Avenue es una especie de campamento de drogadictos al aire libre, donde las personas son consumidores de heroína o fentanilo. Los puntos en común son, obviamente, las drogas, las calles repletas de basura y la inseguridad reinante. La diferencia es que en el país del norte los drogadictos deambulan disgregados, carentes de gestos de humanidad, pero son menos pobres porque tuvieron mejores oportunidades desde el nacimiento que los drogadictos en el país del sur. Empero, la miseria y decadencia humana no tiene ninguna diferencia en los dos lugares o en otros lugares del planeta donde pasa lo mismo y no los estoy nombrando ahora.

Son miles de personas oprimidas y vencidas, que se automaltratan y se autoinfringen torturas, quedándose cautivas de las drogas. Parecen los muertos que no logran alcanzar el descanso eterno y se quedan a habitar entre nosotros. Uno se sorprende al verlos perdidos, espiritual y físicamente derrotados, parecen sacados de una película de terror, caminando como zombis que no saben a dónde ir o acostados en las aceras o sobre la basura, evitando el contacto con otros seres humanos que también los evitan. Parecen un ejército fantasma para quienes no están inmiscuidos en su mundo. O un circo de rarezas para los medios que, también, lucran con su dolor. Aparentemente, conviven en armonía entre ellos, ya que no reciben ninguna conmiseración de la vida.

Los miro entre el sol y el asfalto y me pregunto qué melodía escuchan en sus propias cabezas: ¿Será que oyen “Helter Skelter”, de los Beatles? ¿El “Mesías”, de Händel? ¿O ninguna voz les resulta necesaria? Tal vez, así drogados, encuentran el silencio que, paradójicamente, les aparta de todas las miserias del mundo.

Lo cierto es que nunca sabremos cómo llegaron allí. Son circunstancias muy particulares, las que llevan a cada individuo a caer en los tentáculos de los cárteles que, en su brutal demencia, lucran con la desgracia humana; además, tampoco sabremos qué monstruosa lucha se produce en tanta oscuridad, ya que tamaño goce por la muerte desafía la imaginación.

Ellos están en una mortífera andanza, con daños terribles e irreparables. Vemos por las pantallas imágenes espeluznantes. Ni reaccionamos, tal vez no hay tiempo porque las noticias son muy rápidas. Aparte de que asimilamos a través del imaginario colectivo, después del cúmulo de guerras, que la vida no vale nada.

De hecho, la humanidad como un todo conectado, está tan mutilada que es difícil entender cómo la decadencia se asoma por todos los costados y las personas simplemente desvían la mirada y no se interesan, como si estuvieran vacunadas y lo que pasa con los demás jamás pasará con uno.

Los burócratas hablan de tres epidemias de drogas, la primera, por los opioides; la segunda, por la heroína; ahora, por el fentanilo.

En la Kensington Avenue, en Filadelfia, Estados Unidos, en la Cracolandia, en São Paulo, Brasil, o por cualquiera lugar del planeta donde las personas están sumidas en las drogas, una sobredosis representa apenas un número más en las estadísticas oficiales, ya que la muerte siempre llega para todos los que nacen. El problema reside en cómo viven.

Aun así, uno se pregunta si éstas personas aún abrigan sueños en sus mentes.

Es muy doloroso ver a tantas personas que, ya que perdieron su propia claridad y lucidez, deambulando por las tinieblas sin, jamás, encontrar misericordia.

¡Bienvenidos al manicomio!

Márcia Batista Ramos

Nació en Brasil, en el Estado de Rio Grande do Sul, en mayo de 1964. Es licenciada en Filosofía por la Universidade Federal de Santa María (UFSM)- RS, Brasil. Radica en Bolivia, en la ciudad de Oruro. Es gestora cultural, escritora y crítica literaria. Editora en Conexión Norte Sur Magazzín Internacional, España. Columnista en la Revista Inmediaciones, La Paz, Bolivia y columnista del Periódico Binacional Exilio, Puebla, México, Mandeinleon Magazine, España, Archivo.e-consulta.com, México, Revista Barbante, Brasil, El Mono Gramático, Uruguay. Además, es colaboradora ocasional en revistas culturales en catorce países (Rumania, Bolivia, México, Colombia, Honduras, Argentina, El Salvador, España, Chile, Brasil, Perú, Costa Rica, USA, China, Nepal, Uzbekistán, Paquistán, Arabia Saudita). Publicó: Mi Ángel y Yo (Cuento, 2009); La Muñeca Dolly (Novela, 2010); Consideraciones sobre la vida y los cuernos (Ensayo, 2010); Patty Barrón De Flores: La Mujer Chuquisaqueña Progresista del Siglo XX (Esbozo Biográfico, 2011); Tengo Prisa Por Vivir (Novela Juvenil, 2011 y 2020); Escala de Grises – Primer Movimiento (Crónicas, 2015); Dueto (Drama, 2020); Rostros del Maltrato en Nuestra Sociedad –Violencia Contra la Mujer. (Ensayo, 2020); Universo Instantáneo (Microficción, 2020).

Márcia Batista Ramos
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