Desde el Sur
Junio 27, 2023 / Por Márcia Batista Ramos
Portada: Ilustración de Eduardo Cruz, tomada de Tierra Adentro
Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.
Ludwig Wittgenstein
Todas las culturas son dinámicas, están en un constante estado de cambio. Por ende, las sociedades se transforman como consecuencia de todos los factores que influyen en ellas. Siendo así, debemos considerar el narcotráfico como un factor de transformación social, dada su innegable influencia en todos los estamentos sociales.
Sin tomar en cuenta el rol criminal y devastador del tráfico de estupefacientes, me remitiré a la influencia cultural del mismo en la región, ya que en Latinoamérica la influencia del narcotráfico permeó la sociedad a través de la narcocultura en sus más diversas expresiones, desde el estilo de vida, pasando por la música y la literatura, hasta el léxico oral o escrito dentro del habla coloquial, provocando la reasignación de significados a ciertas palabras y la creación de nuevos vocablos, creando así lo que se conoce como narcolenguaje.
Las distintas facetas del fenómeno complejo llamado narcotráfico han generado sus propias formas de lenguaje que no se circunscribe apenas a los criminales, ya que el vocabulario del ciudadano común se ve invadido por toda esta nueva terminología, comprobando de esa manera que las culturas no son entes estáticos.
Actualmente, el narcotráfico comprende diferentes elementos que generan un fenómeno social; sea entendido como un delito, una actividad económica, una fuente de empleo, un estilo de vida o como una fuente desestabilizadora de la seguridad ciudadana. Porque el narcotráfico involucra la sociedad en su conjunto.
En la región latinoamericana existen varias formas de narcotráfico con diferentes peculiaridades según cada país, empero todas las formas se hacen presentes a escala global, dando origen a una nueva cultura, mal llamada “subcultura” por muchos intelectuales. La considero una cultura porque la narcocultura ya está arraigada y bastante aceptada en la sociedad, al punto en que el crimen organizado ha logrado imponer su lenguaje a través de los medios de comunicación a un nivel de habituación de la violencia. Un claro ejemplo de lo mencionado es la palabra encobijado, definida por la Real Academia de la Lengua Española como el participio pasivo del verbo encobijar, no obstante, es utilizada para nombrar a los cadáveres abandonados en la vía pública, debido a que en muchas ocasiones fueron envueltos en alguna cobija, manta o sábana. Así, los medios de comunicación refuerzan una forma de representación criminalizada y psicopatologizante del fenómeno del narcotráfico y de las personas inmiscuidas en el crimen organizado.
Se puede aseverar que la cultura del crimen organizado ha generado un nuevo campo semántico que se conoce de diversas maneras, especialmente a través de la expresión musical conocida como narcocorrido, que hace gala del nuevo léxico que se incorpora a la cultura regional. Empero, hay que tener en cuenta que normalmente el narcocorrido es escrito a petición de un narcotraficante, quien paga la producción y difusión del mismo para engrandecer su ego, pues es un autoelogio y una justificación de la actividad criminal, que indudablemente colabora en la construcción del imaginario de lo narco en la región.
La terminología utilizada para referirse a la violencia del narcotráfico recogida en fuentes literarias y periodísticas es extensa, ya que en el narcolenguaje existen cientos de palabras nuevas que están siendo asimiladas por la sociedad, por ejemplo: arremangado se refiere a una persona envalentonada; encajuelado se refiere a un cadáver humano abandonado dentro de la cajuela de un auto; ensillado: aquél que está armado.
Al narcolenguaje también se suman los anglicismos como dealer (díler) para referirse al traficante de drogas o junkie (yonqui) para nombrar al drogadicto.
Esa dinámica de transformación lingüística, se desparrama por los países hispano hablantes, ya sea por la adopción del argot criminal en los medios de comunicación y en la literatura o por el aumento de las actividades ilícitas. A los secuestros hoy los llaman levantones; a los narcotraficantes novatos y ostentosos se les llama buchones; y los cadáveres disueltos en ácido o sosa cáustica llaman pozoleados; encapuchado se refiere a los asesinos que irrumpen con la cara cubierta a algún lugar para matar a una o varias personas.
La violencia ha generado un lenguaje que da contexto a la nueva realidad, al tiempo que se normaliza, haciendo con que las personas comunes se vuelvan insensibles a los crímenes del narcotráfico. Actualmente los crímenes violentos se espectacularizaron y son llevados a las novelas televisivas o a los corridos (música) y a la literatura. Los narcocorridos no son más que la apología del delito y ayudan a modelar el imaginario del narcotráfico, pero se pude comprar los CDs en cualquier esquina.
La transformación lingüística viene hermanada con deformaciones del vocabulario, incluso originando nuevos verbos, como sicarear, como sustituto de la palabra asesinar o acribillar. La inclusión del prefijo narco a decenas de palabras, es otra manera de formar nuevos vocablos como narcotúnel, narcovuelo, narcomanta, narcoejecución, narcofosa, entre otras. A eso se suma la feminización de ciertos compuestos, como narco-jefa, narco-fanática, narco-satánica, narco-distribuidora y etc.
El conjunto de términos relacionado al crimen organizado ha generado la aparición del llamado narcolenguaje, que designa una realidad en mutación casi permanente, buscando afianzar los rasgos humanos de aquellos que viven inmiscuidos de alguna forma en el fenómeno delincuencial. En el complejo mundo del crimen, uno de los símbolos más fuertes es la expresión cuerno de chivo, para referirse a la legendaria arma AK47.
Es normal que una sociedad cambie y el surgimiento de expresiones regionales es parte de un proceso sociolingüístico deseable para el enriquecimiento de la identidad de un país. Empero, es lamentable que los cambios se den en detrimento de la seguridad ciudadana, de los derechos humanos, por la pérdida de valores morales y por el aumento del índice de criminalidad en un país. El uso extendido y la aceptación del narcolenguaje es una manera de contribuir a un proceso de aculturación trágica, que perdurará mientras perdure la narcodelincuencia.
Nació en Brasil, en el Estado de Rio Grande do Sul, en mayo de 1964. Es licenciada en Filosofía por la Universidade Federal de Santa María (UFSM)- RS, Brasil. Radica en Bolivia, en la ciudad de Oruro. Es gestora cultural, escritora y crítica literaria. Editora en Conexión Norte Sur Magazzín Internacional, España. Columnista en la Revista Inmediaciones, La Paz, Bolivia y columnista del Periódico Binacional Exilio, Puebla, México, Mandeinleon Magazine, España, Archivo.e-consulta.com, México, Revista Barbante, Brasil, El Mono Gramático, Uruguay. Además, es colaboradora ocasional en revistas culturales en catorce países (Rumania, Bolivia, México, Colombia, Honduras, Argentina, El Salvador, España, Chile, Brasil, Perú, Costa Rica, USA, China, Nepal, Uzbekistán, Paquistán, Arabia Saudita). Publicó: Mi Ángel y Yo (Cuento, 2009); La Muñeca Dolly (Novela, 2010); Consideraciones sobre la vida y los cuernos (Ensayo, 2010); Patty Barrón De Flores: La Mujer Chuquisaqueña Progresista del Siglo XX (Esbozo Biográfico, 2011); Tengo Prisa Por Vivir (Novela Juvenil, 2011 y 2020); Escala de Grises – Primer Movimiento (Crónicas, 2015); Dueto (Drama, 2020); Rostros del Maltrato en Nuestra Sociedad –Violencia Contra la Mujer. (Ensayo, 2020); Universo Instantáneo (Microficción, 2020).
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