Desde el Sur

Palabras al límite del tiempo

Palabras al límite del tiempo

Abril 24, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

Durante mi estancia en el manicomio pensaba “tienes que superar esto porque tienes que escribirlo”

Cecilia Domínguez Luis

 

Las cosas se arruinan por falta de mantenimiento, casi todas… Otras se desmantelan por que sí, ya que son pocas las cosas que resisten al tiempo y se convierten en algo clásico. El mejor ejemplo es nuestro cuerpo, que se estropea porque está destinado a deteriorarse desde el nacimiento. Es un ciclo que se cumple, como el de la locomotora que un día hace su último viaje, sin saber que será el último. Igual al día en que todos los primos nos reunimos para jugar por última vez y nadie se percató que estábamos concluyendo una etapa, que nunca más nos juntaríamos. Otras veces prometemos para nosotros mismos que ya no seremos parte de tal o cual junte, por diferentes motivos. Y se da. Tengo algunas promesas en la memoria… Al final se hicieron costumbre y nunca más los vi. Dejé que el agua del tiempo los llevara.

Pero a lo que iba: era a la certeza de que el camino hacia la decrepitud es inexorable, ya que envejecer es un destino. El destino. Y no hay que pensar en disimular la aridez o aspereza de la palabra viejo con eufemismos que sirven para disfrazar la realidad ante los más dolidos y molestos con el espejo. Pienso eso porque ayer salí a caminar por las calles concurridas del centro del pequeño pueblo en donde vivo, muchas personas me saludaron con alegría.

Desde la pandemia no anduve por las calles del pueblo, anduve por otros rumbos. Y ahora, después de cuatro años de ausencia, nos volvimos a encontrar y era difícil reconocer a la mayoría de los que me recordaban. Pasaba algo, pues todos los que me saludaban parecían salidos de un viaje al futuro… Regresaron viejos, en declive, como si hubiese pasado cuarenta años, no cuatro. Yo sé que algunas personas vivieron mil cosas, como todo el bien y todo el mal del mundo juntos en un pequeño espacio de tiempo, al punto de quedarse irreconocibles. Fue algo sorprendente.

Me obligué a pensar en el tiempo que primero fulmina y después se retira. Es como la explosión de una bomba, así es el tiempo, que parece controlado por un reloj, por un control remoto, por un sensor de presión, por un radar o por lo que sea, incluso por los otros… No sé por qué el tiempo es tan dinámico para hacerse olvido tan rápido y dejar todo perdido en la nebulosa de su memoria. No sé por qué el tiempo hace eso con nosotros.

Pasaron por el vidrio de la ventana los trenes de ida y venida. ¿O sería el mismo tren? A través del vidrio aprecié la banda y pude ver un cortejo fúnebre, el desfile de una escuela de samba, unos obreros en marcha de protesta… Asimismo, vi muchas lluvias que se sucedieron mojando el mundo allá afuera, mientras cambiaba los colores de los campos de trigo. Por muchos años vi al mundo detrás de los vidrios de la ventana; incluso, algunas veces, acompañé la danza de los potrillos en la noche, pero nunca pude ver el baile de un elefante solitario en una noche de luna.

El mundo parecía complicado de comprender, con sus himnos de guerra y sus palomas de la paz. Después pensé en esos años terribles de la peste en que todo cambió radicalmente, ahora ya nada es igual… Sé de alguien que, por tanta amargura, perdió un ojo y ahora va por lo que le resta de su vida, mirando al mundo a través de su único ojo. Como todos, esa persona no sabe a dónde le llevará el porvenir, quizás simplemente la lleve al misericordioso olvido.

Todo ocurre, después todo muere en los anales del olvido. Las palabras tratan de amplificarse en el tiempo, pero se arrugan y menguan porque el tiempo es mayor, el tiempo es infinito y en su vorágine se funde al olvido con cualquier excusa, como los años de peste, por ejemplo.

La peste fue fulminante, retiró mucha gente joven de escena. Empero, el palco de la vida no se vació, apenas comprobó, una vez más, que nadie es imprescindible. Quedó en claro que antes, hace varias décadas, la esperanza de vida promedio en Europa oscilaba entre los 50 y 60 años y ahora la esperanza de vida es mayor. No obstante, la muerte sigue igual y alcanza a la vida a cualquier momento, a cualquier edad, sólo por estar vivo. No hace falta luchar en ningún combate naval ni tener una vida agitada. Basta con no desinfectarse las manos y hay motivo suficiente para morir. Las alimañas se mueven por doquier…

Se acerca mi cumpleaños, no me asusta cambiar de número. Tampoco me asustan los números grandes, precisamente ahora que tengo la seguridad de que invariablemente nos vamos deteriorando. En algunos años, yo seré la que reconoce a los demás en la calle y ellos, como me sucedió hoy, no recordaran quien seré, ya tan vieja. Es extraño, que sueño con el mes próximo, pero, jamás con el próximo siglo. Tal vez, no sea tan extraño. No se trata de que hayan envejecido las esperanzas. Con certeza, son mis años, sé que, con ellos a cuestas, no alcanzaré para ver la llegada del nuevo siglo, por eso ni lo sueño.

Recuerdo que comentar los sueños, en algunas épocas, fue motivo suficiente para que muchas mujeres terminen sus días en los manicomios; ya que las mujeres, fueron consideradas eternas enfermas mentales para la sociedad machista, que las presuponía más proclives que los sujetos del sexo masculino, a padecer trastornos mentales, enajenación e histeria. Después, el tiempo tratando de ser justiciero y vengador, se encargó de enterrar ciertos perjuicios y permitió a las mujeres expresarse un poco más, en muchas partes de éste mundo destruido, en dónde las palabras nunca alcanzan.

Tal vez, por todo eso escribo sin abrir, de par en par, mis ventanas interiores para no mostrar del todo lo que respira y palpita por los siglos de los siglos. Apenas, escribo para tratar de hacer uso de la palabra casi inalcanzable para expresar todo el dolor que, necesariamente, será engullido por el tiempo… En realidad, a mí me gustaría que los ángeles cantasen, como los gallos, al amanecer e impidiesen que ocurran en la tierra cosas que no deberían suceder ni en lo más profundo de los infiernos. Sé que escribo esto con palabras sin tiempo, desde este lugar tan conturbado que, siempre mantendrá las palabras al límite del tiempo.

Márcia Batista Ramos

Nació en Brasil, en el Estado de Rio Grande do Sul, en mayo de 1964. Es licenciada en Filosofía por la Universidade Federal de Santa María (UFSM)- RS, Brasil. Radica en Bolivia, en la ciudad de Oruro. Es gestora cultural, escritora y crítica literaria. Editora en Conexión Norte Sur Magazzín Internacional, España. Columnista en la Revista Inmediaciones, La Paz, Bolivia y columnista del Periódico Binacional Exilio, Puebla, México, Mandeinleon Magazine, España, Archivo.e-consulta.com, México, Revista Barbante, Brasil, El Mono Gramático, Uruguay. Además, es colaboradora ocasional en revistas culturales en catorce países (Rumania, Bolivia, México, Colombia, Honduras, Argentina, El Salvador, España, Chile, Brasil, Perú, Costa Rica, USA, China, Nepal, Uzbekistán, Paquistán, Arabia Saudita). Publicó: Mi Ángel y Yo (Cuento, 2009); La Muñeca Dolly (Novela, 2010); Consideraciones sobre la vida y los cuernos (Ensayo, 2010); Patty Barrón De Flores: La Mujer Chuquisaqueña Progresista del Siglo XX (Esbozo Biográfico, 2011); Tengo Prisa Por Vivir (Novela Juvenil, 2011 y 2020); Escala de Grises – Primer Movimiento (Crónicas, 2015); Dueto (Drama, 2020); Rostros del Maltrato en Nuestra Sociedad –Violencia Contra la Mujer. (Ensayo, 2020); Universo Instantáneo (Microficción, 2020).

Márcia Batista Ramos
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