Desde el Sur

Toulouse Lautrec, primo de sí mismo

Toulouse Lautrec, primo de sí mismo

Febrero 25, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

En el siglo XIX Montmartre, un barrio lleno de luz, era el centro de la vida parisina, morada de los artistas de la época, que se reunían en las tabernas, café conciertos, teatros, cabarets y lugares de moda del mundo de la noche, caracterizado por la diversión, la alegría, la riña y el baile, pero simultáneamente por la prostitución y la decadencia. Un barrio con una actividad nocturna que se mezclaba, inevitablemente, con la efervescente actividad cultural. Buenos tiempos aquellos en que genios como Manet, Renoir, Van Gogh o Toulouse-Lautrec vivieron y pasearon por las calles de Montmartre, entre putas alegres o tristes, rufianes y otros mequetrefes.

Henri Marie Raymond de Toulouse-Lautrec-Monfa Tapié de Celeyran, conde de Toulouse-Lautrec-Monfa, fue uno de los más importantes exponentes del neoimpresionismo, que irrumpió en el arte europeo en la segunda mitad del siglo XIX. Se destacó por la representación de la vida nocturna parisina de su época, por su capacidad de captar el erotismo como tensión entre lo visible y lo invisible. Era en el movimiento sutil, donde la mirada de Toulouse-Lautrec se detenía para descubrir la sensualidad encubierta.

Toulouse-Lautrec nació el 24 de noviembre de 1864 en Albi, Francia. Pertenecía a una familia aristocrática y creció rodeado de mimos por ser hijo único de los condes Alphonse de Toulouse-Lautrec-Monfa y la Condesa Adèle Tapié de Celeyran, que tuvieron otro hijo, que falleció a la edad de un año, por lo que todo el amor y mimos de sus padres se concentren en él. Le petit bijou (pequeña joya), como solía llamar su madre a Henri Marie Raymond.

Gracias a la desahogada economía familiar y al beneplácito de sus padres, cuya cultura y sensibilidad ante lo artístico resultaron fundamentales en su etapa de formación, Henri Toulouse-Lautrec pudo desarrollar sus aptitudes artísticas desde niño. Mostró gran afición por el dibujo, especialmente de animales, por lo que sus padres le pusieron un profesor, René Princeteau, que, con el transcurso del tiempo, al reconocer la gran habilidad de su estudiante, le aconsejó inscribirse en el estudio del pintor académico León Bonnat. Entonces, con diecisiete años se trasladó a París para formarse en el taller del retratista Léon Bonnat. Fue destacado alumno de Bonnat hasta que este cerró su estudio un año después.

Entonces entró como discípulo de Ferdinand Cormon, ocasión en que conoció al holandés Vincent van Gogh, de temperamento inestable, pero de gran talento, con quien mantendría amistad. En la academia privada de Cormon, también coincide con Emile Bernard. Eso no era una casualidad: era un momento del nacimiento de grandes exponentes de las artes plásticas que venían al planeta para innovar y abrir camino para los artistas de los siglos posteriores.

En poco tiempo, Toulouse-Lautrec abandona el estudio de Cormon e instala el suyo propio en el corazón de Montmartre, en el mismo edificio en el que trabajaba Degas, uno de los grandes dibujantes de la historia por su magistral captación de las sensaciones de vida y movimiento, especialmente en sus obras de bailarinas, carreras de caballos y desnudos. Rápidamente, Degas llega a ser el referente más importante para Toulouse-Lautrec, que se sentía atraído por los mismos temas que él, las bailarinas, los caballos, etc., pero entre ambos existían marcadas diferencias. Degas representaba un mundo mecánico, reiterativo y monótono, mientras que Toulouse-Lautrec pintaba movimientos específicos y fugaces, utilizando una técnica rápida.

También, son parte de su producción artística el mundo de la cultura, es decir, la prensa, las revistas de arte, los libros, las exposiciones y el teatro que, en ocasiones, esa producción más erudita, se veía eclipsada por las luces deslumbrantes o por la morbosidad de los cabarets y burdeles.

Así como sus bocetos y cuadros al óleo, sus litografías y carteles hacen de Toulouse-Lautrec un artista completo interesado por las innovaciones técnicas de su época. En sus posters y grabados recupera el espíritu de su arte, pleno de color y belleza, siendo que sus carteles están entre los primeros carteles publicitarios de finales del siglo XIX y él es considerado el precursor de la publicidad moderna.

Toulouse-Lautrec no sólo fue un artista de la noche, sino un pintor cronista de su época, ya que con las innovaciones y experimentaciones en el mundo de la litografía y la cartelería logró retratar a la perfección el barrio de Montmartre y la vida parisina, siendo considerado, por tanto, como el cronista de la Belle Époque. Fue Baudelaire quien le adjudicó el término de “pintor de la vida moderna”.

Es necesario hacer un paréntesis para recordar que, a los catorce años, Toulouse-Lautrec se rompió el fémur izquierdo a causa de una caída y al año siguiente el derecho. Sus fracturas no soldaron adecuadamente y sus piernas no crecieron más. La consecuencia fue una figura deformada: su tronco siguió desarrollándose con normalidad, pero sus piernas quedaron cortísimas, alcanzó 1.52 metros de estatura. De esta manera, se hizo manifiesta una rara enfermedad genética de nombre picnodosistosis, la cual afectaba gravemente la salud de los huesos, haciéndolos enormemente frágiles. De hecho, dicha enfermedad ha sido bautizada, como síndrome de Toulouse-Lautrec.

La condición de deformidad física fue de importancia crucial sobre la manifestación de su carácter, ya que representaba una enorme frustración, origen de infelicidad y constante amargura del joven pintor, que siempre repetía: “Soy feo, pero la vida es hermosa”.

Federico Fellini lo describe así: “... este aristócrata despreciaba el mundo ideal y sano, y creía que las flores más bellas y puras crecen en terrenos yermos y en las escombreras. Le gustaban los hombres y amaba a las mujeres, la gente auténtica, los curtidos por la vida y los heridos del alma. Despreciaba a las muñecas con maquillaje ya que odiaba la santidad aparente y el artificio más que cualquier otro vicio. Era sencillo y auténtico, magnífico en su fealdad...” (Néret 2009: 7)

Toulouse-Lautrec se sumergió en excesos como el alcoholismo, la adicción a la absenta o ajenjo, apodada la Fée Verte (El hada verde o, también, el diablo verde), además, al ser un cliente asiduo de cabarets y de trabajadoras sexuales, contrajo sífilis, enfermedad incurable en la época.

En la década de los noventa del siglo XIX, viajó al Reino Unido, donde conoció, en Londres, al escritor, poeta y dramaturgo irlandés, Oscar Wilde. Después pintó el folleto de su obra Salomé cuando fue estrenada en París.

Toulouse-Lautrec heredó de la endogamia familiar la picnodosistosis, que le causó la deformación física, pero también heredó una condición económica que le permitió ocuparse del arte sin preocuparse por la sobrevivencia, como solía ocurrir con los demás artistas.

Su autodestrucción a causa de la bebida fue progresiva, llegando a alejarlo de sus amigos que insistían, vehementemente, en que dejara este hábito. Su carácter se volvió cada vez más intratable y su vida cada vez más solitaria. En ese entonces, se rodeaba de personas poco recomendables que, atraídos por su dinero, pasaban largas horas con el artista. Pese al alcoholismo, se destacaba con su arte, se hizo famoso y a partir de él ese lugar, visto con cierta opacidad, se transformó con los destellos de sus colores, no sólo por sus cuadros y su trazo ágil, sino por esa capacidad de aglutinar la alta cultura y la cultura de las masas.

La muerte lo alcanza con 36 años, el 9 de septiembre de 1901, pocos meses antes de cumplir 37 años, a causa de una hemorragia intracerebral, cuyo origen probablemente fue el compromiso meningovascular de la sífilis.

Henri, destruido por la osteogénesis imperfecta de origen hereditaria, ya que sus padres eran primos en primer grado y lo hacían primo de sí mismo, a lo que se sumaron el alcohol y la sífilis, murió en los brazos de la única mujer que le amó verdaderamente, su madre.

Después de su muerte, su madre donó su obra a la Bibliothèque Nationale de París, así como al Louvre y otras instituciones. Poco a poco los museos comienzan a adquirir cada vez más obras suyas y en 1922 se inaugura el museo con más obras de Henri Marie Raymond de Toulouse-Lautrec-Monfa Tapié de Celeyran: el Musée Toulouse-Lautrec, en Albi. Su madre donó en 1922 a la ciudad de Albi, patria chica de su hijo, el taller de éste, que ahora puede visitarse en el museo del Palais de la Berbie, con los cerca de 600 cuadros, las 330 litografías, los 30 carteles y miles de dibujos y bocetos que Lautrec realizó a lo largo de su corta vida.

Márcia Batista Ramos

Nació en Brasil, en el Estado de Rio Grande do Sul, en mayo de 1964. Es licenciada en Filosofía por la Universidade Federal de Santa María (UFSM)- RS, Brasil. Radica en Bolivia, en la ciudad de Oruro. Es gestora cultural, escritora y crítica literaria. Editora en Conexión Norte Sur Magazzín Internacional, España. Columnista en la Revista Inmediaciones, La Paz, Bolivia y columnista del Periódico Binacional Exilio, Puebla, México, Mandeinleon Magazine, España, Archivo.e-consulta.com, México, Revista Barbante, Brasil, El Mono Gramático, Uruguay. Además, es colaboradora ocasional en revistas culturales en catorce países (Rumania, Bolivia, México, Colombia, Honduras, Argentina, El Salvador, España, Chile, Brasil, Perú, Costa Rica, USA, China, Nepal, Uzbekistán, Paquistán, Arabia Saudita). Publicó: Mi Ángel y Yo (Cuento, 2009); La Muñeca Dolly (Novela, 2010); Consideraciones sobre la vida y los cuernos (Ensayo, 2010); Patty Barrón De Flores: La Mujer Chuquisaqueña Progresista del Siglo XX (Esbozo Biográfico, 2011); Tengo Prisa Por Vivir (Novela Juvenil, 2011 y 2020); Escala de Grises – Primer Movimiento (Crónicas, 2015); Dueto (Drama, 2020); Rostros del Maltrato en Nuestra Sociedad –Violencia Contra la Mujer. (Ensayo, 2020); Universo Instantáneo (Microficción, 2020).

Márcia Batista Ramos
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