Ensayo

El rey murió desnudo

El rey murió desnudo

Diciembre 13, 2023 / Por Roberto Sandana Ahedo

Portada: Jacques-Louis David(1748-1825), La lucha entre Marte y Minerva, 1771.

 

(Primera parte)

 

El sentimiento de culpa en la obra de Sigmund Freud es un concepto que describe la tensión entre las pulsiones instintivas del organismo y la moralidad. Freud buscó el origen de la culpa en toda su obra, considerando preguntas como: ¿es el sentimiento de culpa el efecto de una moralidad aprendida en la pubertad o se crea en la infancia temprana cuando las pulsiones sexuales ya están en funcionamiento y están siendo reprimidas?

En El malestar de la cultura (1978), Freud afirmó que el surgimiento de la culpa se vinculaba a la agresión, que es fruto del amor y el odio hacia los padres. Después, con el Complejo de Edipo, el sentimiento de culpa parecía ser una conclusión inevitable e imposible de resolver; a veces ese sentimiento lejos de resolverse parecía incluso crecer.

No obstante, Freud sostuvo que el sentimiento de culpa tenía un propósito. Es problemático cuando es excesivo y debilitante y lleva a adoptar responsabilidades y mandamientos imposibles, pero también evita el desarrollo de un carácter en el que la agresión sea puesta al servicio del egoísmo. Cierta cantidad de culpa es necesaria para desarrollarse como individuo con carácter propio, aun cuando la individualidad siempre conlleve la persistencia de tensión que pudiera llevarle a la represión excesiva de sus pulsiones, a someterse demasiado ante otros o a la aparición de un narcisismo excesivo.

Todo se complicó cuando en la teoría freudiana apareció la “Pulsión de muerte”. Freud sospechaba que una parte del odio del individuo podría haber estado presente de manera independiente desde antes del periodo edípico (Westerink, 2013, p. 299).

Siendo así, expresado en lenguaje llano, el ser humano existe, desde muy temprano y quizá de manera innata: 1) queriendo vivir y desarrollarse, al mismo tiempo que 2) queriendo morir y volver a la estabilidad perfecta de lo inanimado, 3) experimentando sentimientos de amor hacia unos cuantos, al mismo tiempo que 4) sentimientos de odio. Si el ser humano inicia su vida experimentando tal oposición de anhelos y sentimientos, no es difícil imaginar que el resultado más evidente serían sentimientos de culpa por el conflicto que los diversos elementos le provocan.

La “Pulsión de muerte” es uno de los postulados más controvertidos del psicoanálisis. En Más allá del principio del placer (1955), Freud introduce esta noción y hace un cambio fundamental en su teoría pulsional, relacionando los fenómenos agresivos de la persona, incluyendo autocastigo, autodestrucción y sufrimiento del individuo.

Freud presentó la “Pulsión de muerte”, o Tánatos, en oposición a la “Pulsión de vida”, o Eros, como tendencia fundamental del ser vivo a retornar a lo inanimado, al estado inorgánico del que emerge, reduciendo la tensión del organismo a cero (1955, p. 56).

En El Erotismo (1997), Georges Bataille describe un anhelo similar, el deseo de acceder a la “vida continua”, y se enfoca, casi exclusivamente, en la disolución momentánea del sujeto. Concibe que los referentes estables del sí mismo se pueden disrumpir y su disolución es posible, disolviendo la cohesión de la realidad espacial y temporal que el ego mantiene con base en la intersubjetividad. Según Bataille, eso se logra a través de la transgresión (1997, p. 67) representada por el erotismo, que lleva a la extinción momentánea del sí mismo y la disrupción de la “vida discontinua”.

Estas teorías no son las únicas en las que se explora la idea de interrumpir temporalmente el dominio de la identidad egoica por medio de la muerte literal o de una experiencia que actúe como equivalente, a fin de experimentar libertad, dicha y unión con algo más grande. Las filosofías del yoga hindú y el budismo, a los que en adelante me referiré como caminos orientales de la liberación, describen experiencias similares en la práctica de la meditación profunda con el nombre de samadhi (literalmente absorción total) y nirvana, respectivamente.

Las filosofías yógica y budista pretenden que el practicante llegue a ser capaz de experimentar su vida libre de las ataduras del yo y de toda forma de condicionamiento. Presentan la vida como un juego cósmico en el que el individuo aprende y logra extraerse de samsara, (literalmente, la rueda de la muerte y el renacimiento), lo cual significa dejar de vivir en un círculo vicioso de incontables repeticiones del mismo intento por resolver un problema sin solución. Al ser reconocido como tal, el practicante sería capaz de liberarse del control de las creencias, ideas e historias que sustentan al ego como realidad, con lo cual lograría experimentarse a sí mismo en fusión con una conciencia universal, sin recurrir a la muerte del cuerpo.

Una de las muchas genialidades de Freud fue la conceptualización del llamado “Principio Nirvana”, el anhelo de eliminar la tensión en el organismo volviendo metafóricamente al vientre materno, el cual representa un estado de plenitud y aceptación incondicionales anterior a la individualización del ego. En el ejercicio intelectual del presente analizo el conflicto psíquico entre la culpa inconsciente que Freud describe como inevitable y ese anhelo incomprobable del retorno a la plenitud metafórica usando tres formas diferentes de describir dicho impulso: 1) el deseo de experimentar la “vida continua” en el erotismo, según la obra de Georges Bataille, 2) la “Pulsión de muerte” de la teoría freudiana y 3) los intentos por disolver el ego accediendo a niveles de conciencia elevados en la meditación profunda de yoga y budismo. Buscaré con ellas ilustrar ese anhelo de abandonar la existencia restrictiva y dolorosa a la que nos vemos sometidos en la vida física, postulando que uno de los motores de esa búsqueda es la culpa.

Como tal, es concebible que aliviar el dominio del ego, los impulsos inconscientes de autodestrucción y la manifestación de apetitos del cuerpo solo parcialmente comprendidos son efectos de la culpa inconsciente e irracional que busca el equilibrio tensional. Propongo que aprender a gestionar esa culpa existencial, por así llamarla, y a hacer uso de ella como motor de desarrollo emocional y conductual, podría ser el eslabón hacia una experiencia satisfactoria de vida, con estabilidad, ecuanimidad y niveles aceptables de tensión psíquica.

Tal es la promesa del psicoanálisis, como lo propone Ileyassof (2021):

 

Los síntomas neuróticos son reproducciones deformadas de este trauma fisiológico primordial [la hipótesis de Freud según la cual el acto del nacimiento habría suscitado la primera vivencia de angustia del ser humano y todas las angustias posteriores repetirían este modelo], re-evocado por las experiencias ulteriores de separación, el destete y la amenaza de castración. […] El simbolismo del nacimiento ocupa el rol principal en la escena analítica. El paciente reproduce en la cura la primera separación fisiológica de la madre y la tarea del analista consiste en ofrecerle la ocasión de experimentar un segundo nacimiento menos traumático (p. 104).

 

Otra vía es la gestión de los conflictos internos por medio de su aceptación radical. Es decir, lejos de insistir en resolverlos, la alternativa es sustraerse a ellos. Tal es la promesa de las filosofías espirituales, como yoga y budismo, que, como veremos más adelante, actúan como una suerte de métodos psicoanalíticos orientales. Sea por la vía que fuere, la buena gestión de la culpa podría facilitar en el ser humano el disfrute de una vida productiva y serena en la que el conflicto interno, y la culpa resultante, han perdido poder.

 

  1. Freud y la “Pulsión de muerte”

Para Freud, Eros representa la cohesión y la organización que busca crear unidades de vida mayores y más complejas. Eros es el dinamismo que brinda el empuje para conservar la vida y permitir el desarrollo, intentando mantener la tensión del organismo a niveles constantes en la interacción con su medio, mientras que la “Pulsión de muerte” es un impulso que surge de la excitación corporal y moviliza al organismo para suprimir el estado de tensión resultante. Eros libera al organismo de la destrucción de Tánatos fusionando ambas energías; una parte de la energía se dirige al exterior como agresividad y otra queda en el organismo, logrando un equilibrio relativo y dinámico.

Más tarde, Freud introdujo la noción de “Pulsiones del yo” que buscan la autoconservación, pero son también agente de represión, poniendo su energía al servicio del yo en los conflictos (Corsi, 2002, s/p).

Freud contrapone el “Principio de realidad” a las pulsiones sexuales, que se oponen a los intereses del yo y son una fuerza disruptora guiada por el “Principio del placer” y que amenaza el equilibrio al desatender las exigencias de la realidad, teniendo a la agresividad como componente activo de la pulsión sexual (Corsi, 2002, s/p).

En la conformación final de la teoría pulsional, en Esquema del psicoanálisis, Freud contrapone la “Pulsión de muerte” a la “Pulsión de vida”: “La antítesis entre las pulsiones de autoconservación y las de conservación de la especie, así como la antítesis entre el amor al yo y el amor a los objetos, quedan incluidos en Eros” (1978, p. 133-211).

Freud concluye que el “Principio del placer” no es la base definitiva del funcionamiento del aparato psíquico: éste es amo de su territorio, pero hay un más allá, el territorio de la “Pulsión de muerte”. Freud adopta el término “Principio Nirvana”, según el cual toda conducta es una estrategia para disminuir la tensión y devolver al organismo al equilibrio donde la tensión tiene un valor de cero, donde se anulan las diferencias de la individualidad y donde lo vivo muere (1955, p. 55).

La vida subsiste, entonces, solo si Eros consigue gobernar el “Principio Nirvana” y transformarlo en “Principio del placer”, que posteriormente será transformado en “Principio de realidad” por las exigencias de la realidad, pero muerte no siempre se trata del deseo de un punto final a la vida, sino que es, como el erotismo de Georges Bataille, escape momentáneo del aislamiento de lo limitado, de la existencia autocontenida y restringida. No es la tendencia a la no-existencia, sino el deseo primordial del sujeto de retornar a la condición de no-diferenciación que precede a la individuación del ego.

Freud dice, con claridad, que “el objeto de toda vida es la muerte” (1955, p. 38), pero la “Pulsión de muerte” no es predisposición de la vida a extinguirse a sí misma, sino tensión entre este instinto y el principio de la vida bajo las órdenes de Eros. Dicho de otro modo, la muerte puede ser, como lo afirma Freud, la meta primera y ultima de la vida, pero la “Pulsión de muerte” también puede referirse a algo más que la tendencia de la vida a buscar su punto máximo en su propia aniquilación.

La muerte puede ser simbólicamente negación, puede ser angustia en la búsqueda de significado o liberación de culpa existencial, y porque no puede ser entendida sin una contraparte dialéctica—Tánatos contra Eros—el concepto de muerte nos ayuda a entender lo negativo e indefinible de la experiencia del sujeto. Vida y muerte, placer y displacer, operan estrechamente; ambos se basan en el otro para derivar satisfacción.

Freud (1955) escribe:

 

Lo que sigue es especulación. […] Sería contradictorio para la naturaleza conservadora de los instintos si la meta de la vida fuese un estado de las cosas nunca antes alcanzado. Por el contrario, debe ser un viejo estado de las cosas, un estado inicial del que la entidad viviente ha partido en algún momento u otro y al cual lucha por retornar por vías sinuosas por las que le lleva su desarrollo (p. 38).

 

Ese viejo estado de las cosas es el estado inanimado que precede a la vida, entendiendo que la vida evoluciona a pesar del deseo básico del organismo: la inercia.

Alineando no-existencia y muerte, Freud ubica la génesis de la vida en la muerte, pero sugiere algo muy poderoso: estamos destinados a morir, mas la “Pulsión de muerte” no es aceptación del hecho ni deseo de apresurarlo. Es, más bien, la sensación persistente de haber partido de casa, el deseo nostálgico de retornar al estado preexistente.

Esa nostalgia ha sido descrita, como veremos más adelante, en los caminos orientales de la liberación como un efecto de haber sido separados del Creador. En términos de Bataille, es el ser desgarrado, del que también hablaremos más adelante, pero en términos psicoanalíticos, el ser separado es el ego que busca producir sentimientos de certidumbre y autonomía, basándose en que, por tener una demarcación clara de ser distinto de todo lo demás, tiene existencia real y autónoma. Para Freud esto, sin embargo, es engañoso: “Por tanto, también el sentimiento yoico está expuesto a perturbaciones, y los límites del yo no son fijos” (1978, p. 67).

El ego, en otras palabras, no es una entidad distintiva, sino percepción de una unidad incierta, inestable e irreal. Freud asocia el sentimiento primario que todo abarca con un sentimiento de infinitud o unidad con el universo, en el que un ego no es completamente discernible y lo describe como oceánico (1978, p. 65). “Yo no puedo descubrir en mí mismo ese sentimiento oceánico”, (1978, p. 66), pero ese sentimiento oceánico es ausencia de pensamiento, es fusión de la identidad con el Todo que se experimenta en la meditación profunda, volviendo irrelevante el contenido ideacional, un sentimiento de un vínculo indisoluble: “Este ser-Uno con el Todo, que es el contenido que le corresponde” (Freud, 1978, p.73) ocurre con el vaciado de la mente y la suspensión temporal del lenguaje y la subjetividad, liberando al ego de los artilugios que usa para lograr estabilidad pagando el precio de diferenciación y separación.

Es, en otras palabras, la muerte representacional en la fusión con lo infinito, mas no la muerte como fin de la vida corporal o la no-existencia del yo.

Lamento que a pesar de que Freud postula el objetivo de la “Pulsión de muerte” como la restauración de una situación primordial de universalidad, argumenta que las fronteras del ego se pueden perder únicamente en dos casos: la cúspide del enamoramiento y la psicosis. En el primero, las fronteras del yo se pierden hasta sentir que uno se fusiona con el objeto amado. En el segundo, las fronteras del yo se desconocen o se establecen incorrectamente. Quizá sea su escepticismo lo que le impide considerar que la infinitud de lo oceánico, en lugar del cero de la “Pulsión de muerte”, describe una situación de plenitud, de Uno-cidad, asociada por los místicos como la cúspide del sentimiento de amor y certeza absoluta, que parecería el opuesto al sentimiento de culpa existencial.

 

  1. Georges Bataille y el anhelo de continuidad

 

Bataille (1997) rechaza la visión de Eros como búsqueda de placer y desarrolla una filosofía del erotismo como soberanía. Considera que a través del erotismo encontramos la posibilidad de alcanzar la verdadera libertad humana.

Eros tiene que ver con el deseo, no solo sexual, sino de algo más allá de la realidad. No es búsqueda de amor incondicional, sino deseo de satisfacción; el intento de saciarse de aquello que produce deleite y permanecer en el éxtasis constante.

La persona erótica, el voluptuoso (p. 197), busca apoderarse de su amada, porque el erotismo es la forma sexual de Eros; el deseo de perderse en el placer y dejar que se apodere de uno. No es amor, sino ganas de ser complacido, lanzándose a la dimensión del placer sensual que, sin embargo, nunca podrá satisfacer por completo.

Para Bataille (1997), esta forma de ver al erotismo apunta en la dirección equivocada, porque Eros no se debe entender como deseo egoísta, sino como la pérdida del sí mismo, que es algo como la muerte.

 

Intentaré mostrar ahora que para nosotros, que somos seres discontinuos, la muerte tiene el sentido de la continuidad del ser. La reproducción encamina hacia la discontinuidad de los seres, pero pone en juego su continuidad; lo que quiere decir que está íntimamente ligada a la muerte. Precisamente, cuando hable de la reproducción de los seres y de la muerte, me esforzaré en mostrar lo idénticas que son la continuidad de los seres y la muerte. Una y otra son igualmente fascinantes, y su fascinación domina al erotismo. (p. 17)

 

La plenitud del deseo erótico no cabe en un mundo gobernado por la razón y por eso solo por momentos podemos perdernos en su placer, pero perder la racionalidad es el meollo del asunto-racionalidad, estabilidad, hasta humanidad. El erotismo abre la puerta a la soberanía, que Bataille conceptualiza como libertad plena, en la transgresión.

Él considera la vida en dos dimensiones: lo continuo y lo discontinuo (p. 17). Eros ocurre en lo continuo, pero el amor erótico es de la existencia discontinua, nos lleva a la continua y, como tal, es una experiencia de transgresión.

En la discontinuidad somos seres aislados, limitados y nos tomamos a nosotros mismos demasiado en serio, mientras que en la continuidad el ser que somos deja de ser y se funde en la dimensión donde todo es parte de la continuidad. Así pues, el erotismo transgrede los límites de la vida discontinua para experimentar el caos de la continuidad, del no-tiempo, de la eternidad: “La poesía lleva al mismo punto que todas las formas del erotismo: a la indistinción, a la confusión de objetos distintos. Nos conduce hacia la eternidad, nos conduce hacia la muerte y, por medio de la muerte, a la continuidad: la poesía es la eternidad” (1997, p. 30).

La transgresión de tabúes y restricciones lleva a la culpa, mientras justifica nuestra inherente violencia interna. En la vida discontinua, regida por la moralidad, tabúes y restricciones sirven para darle sentido y propósito a la actividad laboral y civilizatoria. Seguimos esos tabúes, restricciones y moralidad porque en la existencia discontinua seguimos creyendo que es posible que todo tenga sentido. Al no encontrarlo, nos culpamos a nosotros mismos.

Creamos significados y nos esforzamos por dominar la voluptuosidad que llevamos dentro, que es otra fuente de la misma culpa, y una manera de liberarnos de ella y encontrar un propósito es con el trabajo. Todo tiene significado cuando lo volvemos estable, pero la estabilidad no es posible en la vida continua, donde todo es energía en movimiento. Sin embargo, para el sí mismo limitado y restringido, la estabilidad es importante porque le permite aspirar a la existencia autónoma.

Con todo, para Bataille, la autonomía nos restringe y limita, por lo que erotismo no es lo mismo que sexualidad; no busca satisfacción, que preservaría al sí mismo, sino continuidad. La preservación del sí mismo pone fin a la violencia y la voluptuosidad; permite al sí mismo pensarse como sujeto y al mundo como objeto.

En la violencia de la transgresión, la vida es un juego de energías que no podemos tomar tan en serio, pues no hay nada que lograr, todo se trata de ser. Aquello que atenta contra el hecho de ser causa ansiedad y culpa, porque el sí mismo es siempre consciente de la violencia de la vida que de un momento al otro puede derribar planes, sueños y anhelos, es decir, derrumbar la vida estable.

En Bataille vemos un sí mismo que anhela desbordarse, salir de su auto-condenación a la culpa, a la seriedad, al raciocinio, a la estabilidad, y el erotismo es el medio accesible para este sí mismo trabajador a la continuidad y la exuberancia. De ahí, me parece, es fácil dar el brinco a la confusión de la culpa existencial.

La muerte no es el final de la función, sino un movimiento que presenta una salida de la existencia limitada; es la experiencia de ir más allá de los límites, de lo imposible, que es el objeto de lo erótico.

El ser humano vive la dicotomía sujeto-objeto, yo y todo lo demás; es lo que Bataille llama vida discontinua. Si se separa el sujeto del objeto la continuidad no es posible, solo habría un mundo con entidades individuales. Entonces, perturbar la discontinuidad rompe la estabilidad del ser. Esto no significa que en la continuidad me pierda sin posibilidad de diferenciarme, sino que me permite ver el mundo como un juego de energías, de las cuales soy una manifestación única y en la cual puedo contactar con las demás, personificadas en mi amada.

Mi amada es única, pero es efímera. Lo único real es que un día se va a morir. Con una belleza que no existe en otro ser, despierta deseo y lujuria, porque se desea la manifestación única que es ella. Entonces el erotismo es transgresión para el ser que desea liberar sus energías, porque gana acceso a lo que es inaccesible en un ser limitado. En experiencias equivalentes a la muerte, más allá de los límites, es posible la existencia continua, y en esa existencia continua puedo entrar en contacto con los otros.

En la discontinuidad, somos sólidos, tenemos organización y nos encontramos sentido, pero el erotismo nos libera de esa visión; en el erotismo expresamos energía sin propósito específico. En el acto sexual, dos sí mismos dejan de estar separados e ingresan a una continuidad física, mientras que la temporalidad de la sexualidad mira al futuro de la potencial reproducción y no solo a la satisfacción de un deseo.

La amada como manifestación irrepetible, pero efímera de una energía vital es imposible de poseer. Irremediablemente, la vida la va a matar. Cuando Bataille habla del ser limitado desgarrado (p. 220) se refiere a que la vida discontinua siempre lleva implícita la continuidad de la que intentamos escapar: nos desgarramos de la existencia continua y, en el erotismo, buscamos el punto de desgarramiento y ahí conectamos.

El placer erótico abandona la inercia de la vida y sale de la dimensión en la que es posible comprender para entrar a la dimensión en la que la verdad no es aprehensible, sino experimentable.

Finalmente, según la lógica de Bataille respecto de la transgresión, uno entra en lo sagrado (p. 72). Si Eros es deseo de lo que hay más allá de los límites, lo que está más allá de los seres discontinuos es lo que llamamos sagrado: la santificación o la soberanía.

 

Con una venda sobre los ojos nos negamos a ver que sólo la muerte garantiza incesantemente una resurgencia sin la cual la vida declinaría. Nos negamos a ver que la vida es un ardid ofrecido al equilibrio, que toda ella es inestabilidad y desequilibrio, que ahí se precipita. La vida es un movimiento tumultuoso que no cesa de atraer hacia sí la explosión. (Bataille, 1997, p. 63)

 

Sacralidad y santidad comparten el ritual sagrado. El sí mismo muere buscando reunirse con lo divino. El piadoso abandona su egoísmo y se abre a la gloria de lo divino. No está aquí compartida la creencia de la salvación o de la inmortalidad del alma, sino la experiencia de continuidad de energías plenas: los objetos de la vida discontinua son puerta a la continuidad para el místico y el erótico.

El místico encuentra sacralidad en la ausencia de objetos. Dios es presencia que es ausencia: continuidad sin discontinuidad; un ser sin distinción, puro y exuberante en continuo movimiento. El misticismo se presenta como erótico, dado que el deseo no es poseer ni dar, sino perderse en lo que hay más allá de ser un ser limitado.

Los místicos se relacionan con Dios en una experiencia de existencia continua, éxtasis que lleva más allá del lenguaje o lo racional. Dios es ausencia de objetos, ausencia de sentido y movimiento puro de energías que, inasible, se rehúsa a ser describible.

Al final, el místico experimenta sentido y razón, pero el erotismo experimenta lo absurdo de lo azaroso. La amante única y la mortalidad de esa amante abren la posibilidad de ver la existencia continua. En la transgresión de esa persona única, producto del azar, se me revela la verdad de la existencia: es imposible hacer sentido de la propia existencia, porque somos parte de este movimiento exuberante de energías sin destino; solo hay el momento imposible con una persona imposible.

Roberto Sandana Ahedo

Estudió la licenciatura en psicología clínica, especializándose en las corrientes emotivo-cognitivo-conductuales. Actualmente cursa la Maestría en Psicoterapias psicoanalíticas.

Combina la psicología con la sabiduría ancestral de la meditación y el mindfulness en su práctica profesional psicoterapéutica, así como en el diseño e impartición de cursos y talleres de desarrollo emocional para el público en general. 

Es autor del libro “Túneles al Corazón: liberación espiritual, liberación psicológica”. Vive en Cancún, Quintana Roo.

Roberto Sandana Ahedo
En pocas palabras

Mayo 03, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

Entre Pessoa y Nandino, la infancia recobrada

Abril 30, 2024 / Por Maritza Flores Hernández

Para Cristina Botelho (hilandera de utopías)

Abril 30, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

La niñez abandonada

Abril 30, 2024 / Por Antonio Bello Quiroz

En pocas palabras

Abril 26, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

La joven homosexual: amar a una mujer

Abril 24, 2024 / Por Antonio Bello Quiroz

Palabras al límite del tiempo

Abril 24, 2024 / Por Márcia Batista Ramos