Ensayo
Diciembre 15, 2023 / Por Roberto Sandana Ahedo
Segunda parte
“Si analizamos detenidamente las formas de vida del Budismo, Taoísmo, Vedanta y Yoga, no encontramos filosofía o religión como las entendemos en occidente. Lo que encontramos se parece mucho más a un sistema psicoterapéutico” (Watts, 1989, p. 17).
Su objetivo básico es de una sencillez sorprendente, más allá de las complicaciones de reencarnación y esoterismo, de seres perfectos y de poderes sobrenaturales. La similitud más importante entre la psicoterapia occidental y los caminos orientales de la liberación es que ambas buscan generar un cambio de conciencia, cambios en la manera en que vivimos nuestros sentimientos y experimentamos nuestra existencia, cambios en la propia relación con la sociedad humana y el mundo.
Según la filosofía yógica, al manifestarse como el mundo, Dios juega a ser finito; el Uno finge que es muchos y, para asumir cada rol individual en el universo, tiene que olvidar quién es y enmarañarse en la inconciencia y la ignorancia. La vida es una puesta en escena cósmica en la que una sola alma juega a ser muchas imperfectas. En esa ilusión (en sánscrito, maya), cada ser individuado transita un curso experiencial de desarrollo hasta purificarse y reconocer su naturaleza divina, reintegrarse con la Conciencia y ser convidada de paz, amor y entendimiento perfectos.
El vehículo indispensable para transitar ese viaje de desarrollo es un cuerpo humano. Para la constitución de ese cuerpo humano, el aparato psíquico es imprescindible. Un elemento del aparato psíquico es el ego. Esta conformación es problemática ya de inicio, pues implica el riesgo de dejar de identificarse con la fuente de la que ese ser individuado ha emergido e identificarse con el elemento psíquico cuya función es facilitar su experiencia del mundo y acabar autoconvencido de su absoluta realidad y autonomía.
Es un juego basado en una paradoja que ganará quien logre percibir la realidad, deje de experimentarse exclusivamente como esa entidad limitada y consiga establecerse en la conciencia de vivir en el mundo sin ser del mundo, como quien emprende un viaje de placer en el que, más allá de enfocarse en el destino, se concentra en el trayecto y el proceso de viajar, simplemente para experimentarse, conocerse, disfrutar de ser.
Al confundir maya con la realidad hay un conflicto entre lo que el individuo es y lo que otros dicen que es o esperan que sea, pero con autoconocimiento, el anhelo de volver al origen no resultaría más de la angustia, la culpa o el deseo de no vivir más en el mundo, sino del placer experimentado en los estados de meditación profunda, estados de éxtasis, en los que la mente temporalmente interrumpe las funciones cotidianas de pensamiento, emoción, ideación y preocupación por pasado y futuro, incluso identidad.
Sentimiento oceánico, experiencia mística, samadhi, la nomenclatura no importa, sino el descubrimiento de lo posible: dejar de luchar por modificar o ajustarse a la realidad, para extraerse momentáneamente de ella por una vía enaltecedora.
Para la mayoría de los practicantes occidentales, samadhi es una comprensión profunda y filosófica de su sitio en el universo y del alma como parte de un sistema energético trascendental. En ese estado, la mente se funde con lo que existe detrás de la mente, la conciencia universal. El pensamiento cesa casi por completo y los pocos pensamientos que surgen son nubes pasajeras sin relación con el meditador. Según el grado de profundidad de la experiencia, el practicante puede estar consciente, pero embargado de un sentimiento placentero; un estado donde la dudas cesan, la mente continúa operando, pero el ego pierde dominio. El practicante experimenta que nada necesita, desea o persigue y comprende que los anhelos y preocupaciones son movimientos del ego que le lleva como veleta de uno al otro, de manera incesante.
Con constantes repeticiones de esa práctica, la experiencia de samadhi empieza a permear la vida del practicante. Esta es la pieza clave. Accediendo de manera consistente a estos estados de conciencia, se reduce la tensión del organismo, acarreando esa ecuanimidad y serenidad al resto de cada día. Nirvana portátil.
Cuando hace muchos años leí sobre el “Principio Nirvana” y el anhelo de volver al vientre materno, probablemente el último lugar en el que la persona se sintió totalmente a salvo, pensé que Freud había quedado corto: anhelamos volver al origen, mas no es el vientre materno, sino la universalidad incorpórea de la cual surgimos. Pensé que ese era el origen del sentimiento de culpa inconsciente: Freud habla de amar y odiar a los padres y asimila la imagen de Dios al propio padre. Encuentro un paralelo entre esa conceptualización y el amor y odio de las personas por el Creador; amor por ser creados, resentimiento por haber sido separados y abandonados en el mundo. Y culpa. La enorme culpa que sentir eso implica para algunas personas.
Queremos vivir, pero anhelamos volver adonde estábamos. El problema es que para hacerlo hay que morir. Eso presenta otro conflicto importante e implica culpa. Cuán malagradecido debo ser por querer morir cuando me ha sido dada la vida. Pero morir es parte de la vida. No es necesario querer que ocurra ahora mismo, pero es valioso para el autoconocimiento reconocer que algo en nuestra psique lo anhela, lo busca y lo espera.
Por otra parte, la liberación, promesa del yoga, me parece, es también liberación de los convencionalismos de las instituciones sociales a las cuales nos tenemos que subordinar en un intento, como señaló Freud, por hacernos dignos de la convivencia en comunidad; es también liberación de las propias creencias irracionales, aprendidas, internalizadas, aceptadas sin cuestionamiento que con tanta asiduidad son la fuente principal del sufrimiento individual.
La mayoría vivimos en diferentes grados de neurosis tolerables al grado de que podemos olvidar la contradicción a la que estamos sometidos y podemos olvidarnos de nosotros mismos (énfasis en el original) con pasatiempos, televisión, redes sociales, negocios, guerra. Es difícil evitar la conclusión de que estamos aceptando una definición de cordura que es una locura (Watts, 1989, p. 33).
Si bien parece cierto que el surgimiento de la culpa es inevitable y es imposible de resolver al cien por ciento, difiero en que deba de mantenerse siempre incólume, irreductible. Es posible vivir con un grado de culpa, al menos de la culpa existencial, tan bajo que se experimente como irrelevante.
Sin ánimo de argumentar la veracidad de la cosmogonía del yoga o promoverla como única vía de desarrollo, resalto que la creencia fundamental de la persona criada en los caminos espirituales es “Soy Dios y debo entenderlo y experimentarlo”, que dista mucho de la creencia occidental “Soy pecador y debo redimirme”, y que creencias de esa naturaleza reducen la culpa que Freud anticipa como inevitable. La filosofía yógica enseña que todos los impulsos del ser humano son modificaciones naturales de la mente, de las cuales uno no necesariamente es responsable, y que resultan de patrones conductuales impulsados por samskaras (aglomeraciones de impresiones sensoriales conectadas a afectos diversos que provocan conductas repetitivas). Ese entendimiento es radicalmente opuesto a la idea de que, al ser responsable de mis pensamientos, soy pecador, perverso, malo, si tengo pensamientos o impulsos sexuales inaceptables.
La diferencia esencial entre el condicionamiento de los samskaras y la búsqueda de satisfacción de las pulsiones freudianas es que el yoga afirma que la influencia de los primeros se debilitará hasta desaparecer, con la meditación y otras prácticas que generan ecuanimidad, mientras que las pulsiones son para toda la vida.
El practicante tendrá oportunidades infinitas para pulirse, darse cuenta de la verdad y experimentarla. Sufrirá en el camino, es cierto, pero solo las consecuencias de sus acciones, no necesariamente por prohibiciones irracionales, injustas y arbitrarias según las cuales lo que la persona es y siente está mal y le condena al castigo.
Aprende a restringir sus impulsos y regular el funcionamiento de su mente, no porque su contenido sea pecaminoso o erróneo, sino porque le envuelven en su identificación como ego y le alejan de su meta. Así, no sufre por no resolver un problema imposible.
[…] el hinduismo difiere de las religiones occidentales en que no se supone que debamos sentir culpa. Cometemos errores, todo mundo comete errores, pequeños, grandes. … No quiere decir que estemos orgullosos de lo que hicimos, sino que lo aceptamos y nos deshacemos del sentido de culpabilidad (Rhy y Rhys, 1951, p. 65).
Por supuesto, de entrada, esto es muy difícil. Lejos de ser siempre benigno, el proceso es complejo, arduo y doloroso, pero brinda sentido, propósito y un mapa bien definido para la vida: liberarse, pero no del ego, eso es imposible, sino de la historia que el ego cuenta sobre uno mismo; liberarse de los convencionalismos de las instituciones sociales, pero seguir funcionando en el mundo como si estuviera gobernado por él; saber que es una manifestación de Dios, pero sin caer en la soberbia, sino desarrollar compasión, humildad, generosidad, paciencia, amor y sensibilidad genuinas.
Samadhi es mi entendimiento del sentimiento oceánico descrito por Freud, al que todos deseamos volver, aunque sea por momentos: el estado de fusión en el que el yo pierde dominio, el pensamiento verbal se detiene y se experimenta placer, plenitud, quietud, certidumbre; un estado de aceptación y amor sin químicos, técnicas corporales exhaustivas, autoengaños o hipnosis. El único vehículo necesario es la respiración.
El erotismo de Georges Bataille puede ser un medio para tocar la continuidad del ser. La meditación me parece más duradera y enriquecedora, si bien, quizá, no tan placentera para el cuerpo, aunque sí para el aparato psíquico.
La muerte, en todo caso, no es el único medio para alcanzar el estado de fusión oceánico. Samadhi es un estado portátil. El practicante descubre que lo lleva consigo a todas partes y puede acceder a él en cualquier momento.
La sana gestión de la culpa inconsciente no se trata meramente de la reconciliación del ego con diversas experiencias reprimidas, vergonzosas o dolorosas, que son siempre producto de la subjetividad. Es un problema de mayor envergadura que la ruptura temprana del yo con el mundo, que tiene poco que ver con ajustarse a la sociedad.
Es en este punto que el psicoanálisis queda corto como camino de liberación, aun reconociendo que la terapia es mucho más que un ajuste. Su punto débil son los diversos acuerdos tácitos que siguen promoviendo la aceptación de la perspectiva dualista del hombre: ego e inconsciente, psique y soma, sujeto y objeto, principio del placer contra principio de realidad, razón e instinto. La terapia es sanación y eso será suficiente para muchos de nosotros, pero es válido señalar que un sistema que deja a la persona colgando de uno de los cuernos de la dualidad no es totalmente sanador.
Sigmund Freud afirma (1955) que:
Para efectos de su propia supervivencia, Eros debe ser regulado, civilizado y reprimido, pero […] el instinto reprimido nunca cesa en sus intentos de alcanzar plena satisfacción, que consistiría de la repetición de una experiencia primaria de satisfacción. Ningún substituto, ni formación reactiva, ni sublimación será suficiente para remover la tensión persistente del instinto reprimido” (p.56).
Pero, ¿necesitamos realmente eliminar esa tensión persistente o aceptarla sin seguir peleando con ella? Aprender a vivir con esa tensión es descubrir lo mejor de dos mundos: es posible vivir con la tensión del organismo y es posible descansar temporalmente en la irrealidad de mí mismo.
Siguiendo con las afirmaciones de Freud (1978), vemos también:
[…] si la cultura es la vía de desarrollo necesaria desde la familia a la humanidad, entonces la elevación del sentimiento de culpa es inescindible de ella, como resultado del conflicto innato de ambivalencia, como resultado de la eterna lucha entre amor y pugna por la muerte; y lo es, acaso, hasta cimas que pueden serle difícilmente soportables al individuo (p. 128).
Argumento que este es un problema falso por cómo es presentado. Freud señala que la culpa es necesaria para vivir en civilidad y desarrollar una cultura. A mayor civilidad, mayor culpa, pero Freud sabía que el ego es una adaptación inapropiada que obliga al individuo, desde que nace, a vivir sujeto a poderosos polos irreconciliables. Dio por sentada esta polarización y, aunque entendió que es un constructo sin fundamento, insistió en él aun después de mostrar al mundo que el ego no es amo de su propia casa.
Freud se dio cuenta de que el ego surge de la tensión entre libido y cultura. Es decir, entendió que el ego es un constructo social, pero lo vio como esencial a la conciencia. El aprendizaje no es posible, lo humano se sale de control, la ciencia o el arte no pueden ser, si el conocedor no está en oposición a lo conocido, si el orden civilizado no se somete a la naturaleza y el ego no se somete al inconsciente. El problema imposible es que lo humano va en contra de la naturaleza, pero es inseparable. “Nunca podremos restringir a Eros, pero tenemos que hacerlo” (Watts, 1989, p. 76).
En contraste, la filosofía del yoga reconoce el placer (kama) como una de las metas de la vida. No solo aprueba el disfrutar sin razón, sino que valida las emociones conflictivas en el practicante y le permite errar, alentándole siempre a aprender y crecer como persona. No cae en la necedad de suponer que la persona será inmune a la culpa, sino que valida ese sentimiento como útil, pero pasajero. La culpa se reduce bastante cuando uno es libre de sentirse culpable.
La filosofía yógica no libera al practicante de la culpa porque éste deje de elegir entre las polaridades de la vida, sino porque le permite elegir sabiendo que realmente no existe una elección. En un universo de dualidad relativa, cualquier elección entre dos polaridades tiene que ser una broma.
Así, se dice que el practicante está en el mundo, pero no es del mundo. Significa que ya no confunde su identidad con un rol social; que actúa su rol sin tomarlo en serio. Aunque vista de este modo la liberación suena mucho más simple, y no muy heroica que digamos, sus implicaciones son tremendas y sus dificultades extraordinarias. Lo mismo, me parece, podría decirse de un curso largo y profundo de psicoanálisis.
Es cierto que sin la culpa carecemos de un freno de la propia maldad y se deteriora la dignidad humana. Por lo tanto, no se trata de liberarse de la culpa, sino de aprender a gestionarla. Dicho de otro modo, el psicoanálisis y la liberación, sin tomar en cuenta las aspiraciones esotéricas del yoga, concluyen cuando colapsan la culpa y la vergüenza, cuando ya no nos sentimos obligados a defendernos por ser personas, cuando estamos listos para tomar responsabilidad por la conducta inconsciente y, como tal, aceptamos la tensión incómoda de vivir con emociones complejas, de enfrentar con ecuanimidad lo incongruente, de no sentir desesperación por creer que se debe de escapar de algo; cuando el tiránico rey muere desnudo, en la propia cabeza, y logra un nuevo nacimiento menos traumático. Esa es la promesa del yoga y es, también, la promesa del psicoanálisis.
Referencias
Bataille, G. (1997). El erotismo. Tusquets Editores.
Corsi, P. (2002). Aproximación preliminar al concepto de “Pulsión de muerte” en Freud. Revista chilena de neuro-psiquiatría, 40(4), 361-370. Recuperado el 18 d octubre de 2023 de https://dx.doi.org/10.4067/S0717-92272002000400008
Freud, S. (1955). Beyond the Pleasure Principle. Hogarth.
Freud, S. (1978). El malestar de la cultura. En Obras completas de Sigmund Freud. Amorrortu Editores.
Freud, S. (1978). Esquema del psicoanálisis. En Obras completas. Capítulo XXIII. Amorrortu Editores.
Ileyassof, R. (2021). El rey está siempre desnudo: Un psicoanalista ciego entre la mirada y la voz. Letra Viva.
Rhys, D. y Rhys, T. (trad. al inglés). (1951) Dialogues of the Buddha. Parte II. Luzac.
Watts, A. (1989). Psychotherapy East and West. California: New World Library.
Westerink, H. (2013). A Dark Trace: Sigmund Freud on the Sense of Guilt. 1ª ed. Bélgica: Leuven University Press. Recuperado el 31 de octubre de 2023 de https://doi.org/10.2307/j.ctt9qdx21.13
Estudió la licenciatura en psicología clínica, especializándose en las corrientes emotivo-cognitivo-conductuales. Actualmente cursa la Maestría en Psicoterapias psicoanalíticas.
Combina la psicología con la sabiduría ancestral de la meditación y el mindfulness en su práctica profesional psicoterapéutica, así como en el diseño e impartición de cursos y talleres de desarrollo emocional para el público en general.
Es autor del libro “Túneles al Corazón: liberación espiritual, liberación psicológica”. Vive en Cancún, Quintana Roo.
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