Ensayo

Fotografía y testimonio

Fotografía y testimonio

Marzo 03, 2023 / Por Fernando Percino

Antes de que el término feminicidio fuera designado por el marco jurídico como aquellos asesinatos contra mujeres por razones de violencia de género, y siendo yo un joven universitario a principios de este milenio, tomé conciencia de ese tipo de violencia debido a las fotografías que aparecían en las portadas de los periódicos de nota roja de los puestos de revistas. En esos quioscos también había publicaciones pornográficas de igual forma que revistas donde se exhibían (todavía hoy sucede) las opulencias de la clase alta, ya sea de la Ciudad de Puebla con publicaciones locales, o de otros lugares como la realeza de Europa. Recordar esos años me ha hecho reflexionar varias veces sobre cómo incide la fotografía en nuestras rutinas acerca de los temas sociales que expone. Ahora mismo trabajo en una novela que inicia con un feminicidio que se exhibe en una nota roja en el año 2001.

 

El capítulo llamado “Pecados originales” del libro de Fontcuberta El beso de judas (1997) expone una idea compleja sobre lo que comenté respecto de la fotografía: “Puede muy bien suceder que el rechazo a la fotografía fuese también el rechazo a inscribirse en una memoria que no reconocía como propia. El rechazo a inscribirse en una memoria beligerante” (31). El marco de guerra en México respecto a los feminicidios reconoce en el ejercicio fotográfico precisamente una “memoria no reconocida como propia”, pero es una memoria necesaria, por más horror que exhiba, para preservar y poder llorar por esas vidas que en muchas ocasiones no contaron con la atención pública.

En Argentina, varios años después de los horrores de la dictadura, fue el material fotográfico el que permitió encontrar y dar nombre a muchos de los desparecidos por el sistema. Ello permitió la creación de espacios de rememoración para generar una conciencia social y que esos crímenes no vuelvan a ocurrir.

Por otro lado, también preocupa lo que Jean Baudrillard “denomina ‘el carácter pornográfico de la mostración’, es decir, la capacidad de mostrar un objeto sin ocultamientos, restregando toda la realidad ante nuestros ojos, sin reparos, y para ello el medio fotográfico” (Citado en Fontcuberta, 32). Esta realidad que exhibe es lo que puede hacer censurable a la fotografía, es por ello que a muchos sistemas les preocupa que no se genere una memoria visual que exhiba el horror de sus crímenes o mutilaciones. Muchos estudiantes han sido perseguidos, encerrados y torturados sólo por tomar fotos en momentos sociales álgidos. Son los sistemas totalitarios los que procuran el olvido para sostenerse en el poder y no ser cuestionados.

 

Con todo y el poder explícito de la fotografía, Susan Sontag considera que “la fotografía ya no tiene el poder de excitar y enfurecernos de manera que podamos cambiar nuestras opiniones y conductas políticas (Citada en Butler, 32)”, es la constante exhibición de lo atroz, su repetición y en muchos casos su exposición sin marcos referenciales, lo que la posmodernidad asume como su crecimiento de indiferencia por el dolor ajeno.

 

La idea que Fontcuberta desarrolla respecto la fotografía como pecado parte de las restricciones que algunas religiones tienen respecto a fotografiar sus reliquias para evitar tentaciones sacrílegas, como es el caso de la iglesia católica. En el caso del judaísmo, radica en que no está permitido trabajar mientras se hagan celebraciones durante las fiestas de guardar; fotografiar es considerado, entonces, como un trabajo y la cámara como una herramienta. Fotografiar es también en algunos contextos un acto sacrílego.

Pienso en una banda francesa de darkwave llamada Die form que juega mucho con expresiones fotográficas que pueden entrar en los terrenos de lo sacrílego. Algunos de sus discos tienen portadas de mujeres vestidas de monjas que además usan corsets y están situadas en atmósferas que rondan en el sadomasoquismo. Die form suele oscilar entre lo perverso y sensual de la exposición fotográfica, mezcla a individuos que muestran una ambivalencia de disfrute sexual con tortura que me hace pensar en los puestos de revistas de los que hablé al principio de este texto. La fotografía es también el o la fotógrafa, su espíritu transgresor cuando lo mueve la búsqueda de una estética. También puede ser banalidad o simple exposición de hedonismo, como ocurre con las revistas de vida social como Hola. Recuerdo a un músico de Jazz que fue cuestionado por hacer covers de canciones gruperas. Él decía que las canciones son inocentes, no importa quien las escriba o interprete, una buena canción puede venir de cualquier lugar. No sé si esto ocurra de la misma manera con las fotografías; un golpe de azar puede generar una obra poderosa estéticamente, pero también un arduo trabajo de preparación, como aquellos fotógrafos que esperan con mucho sigilo y paciencia el momento idóneo para presionar el obturador.

Hoy día a la fotografía le pasa como a las canciones y los covers: un primer autor de una imagen puede ser alterado por otra persona a través de herramientas digitales e integrar nuevos elementos que pueden cambiar su primer significado. Esos nuevos significados pueden ser trasgresores o pueden ser manipulados para inventar otra realidad, quizá como la que ahora vivimos, en donde cada vez resulta más complejo separar lo real de lo virtual.

 

Foncuberta cierra su capítulo con un análisis pertinente que aboga por la capacidad crítica del receptor de imágenes: “Establecidas las líneas maestras de este estatuto, el siguiente paso consiste en dilucidar hasta qué punto estos signos de identidad son inherentes al sustrato de lo fotográfico o, por el contrario, son atributos históricos, valores generados por su dimensión social, o simplemente unas convenciones más o menos aceptadas, y por tanto tan perfectamente incrustadas como prescindibles” (33). Ante la inmensidad de imágenes que se han producido y se seguirán generando, resulta una tarea de dilucidación agobiante pero necesaria.

 

Bibliografía

Fontcuberta, Joan. El beso de Judas. Barcelona: Editorial Gustavo Gili, 1997. Impreso

Butler, Judith. Marcos de guerra: Las vidas no lloradas. México: Ediciones Paidós, 2011. Impreso

 

Fernando Percino

Es mexicano y nació en algún momento de los años ochenta; además es licenciado en Administración Pública por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Publicó cuentos en el suplemento cultural *Catedral* del diario *Síntesis*, la novela *Velvet Cabaret* (2015), el libro de cuentos *Lucina* (2016), el libro de crónicas *Diarios de Teca* (2016) y la novela breve *Volk* (2018). Fue miembro del consejo editorial de las revistas: *Chido BUAP* y *Vanguardia: Todas las expresiones*. Fue funcionario público. Actualmente es chofer de UBER y estandupero ocasional.

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