Ensayo
Mayo 28, 2021 / Por María Teresa Andruetto
En Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, el cronista Bernal Díaz del Castillo, el primer cronista de Indias, cuenta acerca de Gonzalo Guerrero, un soldado español que hacia 1512 naufragó en las costas mayas. Guerrero era hombre de mar, natural de Palos, el puerto de Andalucía de donde zarparon las carabelas de Colón, y cuando tenía unos cuarenta años e iba en una nave rumbo a Santo Domingo, una tormenta produjo un naufragio. Del naufragio se salvaron sólo veinte tripulantes, entre ellos Guerrero y un sacerdote que, en un bote, lograron llegar a la costa de Yucatán, territorio maya. Ahí, al cabo del tiempo, el náufrago español se compenetró con la idiosincrasia de los locales, cambió de bando y se convirtió en guerrero y jefe maya. Años más tarde, Cortés quiso recuperarlo para que fuera su guía e intérprete, porque era muy valioso para los conquistadores contar con un conocedor del idioma y las costumbres aborígenes, pero Guerrero se había integrado ya a los indígenas del Yucatán, de tal manera que hoy se lo evoca como padre del mestizaje y tiene por aquellas regiones su monumento. En estos días hay una serie española que roza el asunto. Lo cierto es que, como cuenta el cronista, Guerrero se adaptó a las costumbres y a los valores mayas, aprendió el idioma y comenzó a valorar la idiosincrasia de ese pueblo. Así, mientras el cura compañero de naufragio se mantuvo fiel a su fe y a su patria, éste, convertido en un maya más, adhirió a la lucha de los mayas con otras etnias y puso sus conocimientos militares a disposición de su nuevo pueblo. Tanto se compenetró en el mundo nuevo que, cuando le ofrecieron —en recompensa por todo lo que les había dado— la libertad, ya no la quiso. Se quedó con los mayas, tomó esposa entre ellos y tuvo tres hijos, posiblemente los primeros mestizos de español e india, y durante veinte años combatió a los españoles en defensa del territorio de quienes ahora consideraba los suyos. Según relata el gran cronista de Indias, cuando intentaron rescatarlo, Guerrero —que ya había cruzado una línea sin retorno— le dijo al cura compañero de naufragio: Id vos con Dios, que yo tengo labrada la cara y horadadas las orejas.
Labrada la cara y horadadas las orejas. Es decir, soy otro
Para Cortés, para los españoles, lo de Guerrero fue una traición.
Traición es la falta que comete una persona que no cumple su palabra o que no guarda la fidelidad debida, dice un diccionario. Es famosa la traición de Judas, que vendió a Jesucristo por treinta monedas de plata, dice también.
La palabra traición proviene del sustantivo latino traditio, y este sustantivo del verbo tradere, que significa “entregar”. También la palabra tradición tiene ese origen, entonces tanto una como la otra significan entregar, solo que tradición es la entrega de algo que se quiere preservar de una generación a otra, y traición designa la entrega de algo a alguien que pertenece a otro bando, al enemigo.
Pero, ¿quién es el enemigo y a quién o a qué debe uno serle fiel? En el cuento “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, Borges se inventa la historia previa de Cruz, el personaje de Martín Fierro involucrado en su captura que, al ver el valor de Fierro, decide unírsele y combatir a su lado. Como aquel español del comienzo, Cruz, tanto en el poema de Hernández como en el cuento de Borges, se pasa de bando. Comprendió que un destino no es mejor que otro pero que todo hombre debe acatar el que lleva adentro, dice Borges en este cuento que tiene por epígrafe una frase de un inglés que, traducida, sería: Estoy buscando el rostro que yo tenía / antes de que se hiciera el mundo.
En ese cuento, Cruz, que en Martín Fierro se llama simplemente Cruz, acá tiene dos nombres: Tadeo Isidoro. Isidoro es el nombre de un abuelo y un bisabuelo del escritor. Tadeo es el nombre de uno de los dos Judas bíblicos, uno —el traidor— es Judas Iscariote, el otro se llama Judas Tadeo, que quiere decir: Judas el valiente, el que tiene coraje, el coraje suficiente como para ponerse a luchar junto a aquel (o aquellos) con cuyos ideales acuerda.
Arroyo Cabral, Córdoba, Argentina (1954). Hija de un partisano piamontés que llegó a Argentina en 1948 y de una descendiente de piamonteses. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Córdoba en los años setenta. Después de una breve estancia en la Patagonia y de años de exilio interno, al finalizar la dictadura trabajó en un centro especializado en lectura y literatura destinada a niños y jóvenes. Formó parte de numerosos planes de lectura de su país, municipales, provinciales y nacionales, así como de equipos de capacitación a docentes en lectura y escritura creativa.
Ha hecho de la construcción de la identidad individual y social, las secuelas de la dictadura y el universo femenino los ejes de su obra.
Su obra literaria incluye, entre otros títulos, Stefano (1997), Veladuras (2004), Lengua Madre (2010), La lectura, otra revolución (2014), No a mucha gente le gusta esta tranquilidad (2017) y Poesía reunida (2019).
Recibió el V Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil en 2009 y premio Hans Christian Andersen, el "Nobel de la Literatura Infantil", en 2012, entre otros.
Noviembre 26, 2024 / Por Márcia Batista Ramos
Noviembre 26, 2024 / Por Antonio Bello Quiroz
Noviembre 22, 2024 / Por Márcia Batista Ramos
Noviembre 19, 2024 / Por Antonio Bello Quiroz
Noviembre 19, 2024 / Por Márcia Batista Ramos
Noviembre 15, 2024 / Por Márcia Batista Ramos
Noviembre 12, 2024 / Por Antonio Bello Quiroz
Noviembre 12, 2024 / Por Márcia Batista Ramos