Ensayo
Septiembre 16, 2022 / Por María Teresa Andruetto
El día de la alfabetización, el pasado 8 de septiembre, vi en las redes la foto de una mujer que está aprendiendo a escribir mientras da de mamar a una niña de ojos oscuros, vivaces, que nos mira. A ella no se le ve el rostro, solo parte del cuerpo, una mano tomándose el pecho en el gesto de amamantar y la otra, y el brazo, avanzando sobre el cuaderno. La niña ahí, entre el pecho de la madre y la mirada de la fotógrafa, el banco, el cuaderno, el lápiz. La estudiante tiene 38 años, 6 hijas, dos estudian la primaria con ella. La perspectiva de la foto es la que tengo mientras les enseño, dice Mónica Lungo, de la escuela de vida Alegría ahora y esa perspectiva va tanto más allá de una foto. En esa escuela de vida, en barrio Bella Vista, en una visita que hice poco antes de la pandemia, una mujer de mi edad estaba aprendiendo a contar y pudo al fin contar cuántos hijos tuvo.
Once.
Dice Eduardo Galeano en uno de sus relatos que, en Sergipe, nordeste del Brasil, Paulo Freire inicia una jornada de trabajo con un grupo de campesinos que se están alfabetizando y que uno de ellos confiesa que no ha podido dormir porque Ayer escribí mi nombre por primera vez.
El relato sintetiza el sentir de un adulto que se inicia en el camino de la escritura, que le ha sido negado. La alfabetización de adultos y el trabajo con obreros y campesinos fueron marcas vitales en la historia de Freire, ese que dijo que en la educación había que imprimir belleza y de cuyo nacimiento se han cumplido cien años.
Pero…
Cipriano, yo pienso que / primero debemos alfabetizar / a los que saben leer libros, / pero no saben leer el dolor de los hombres, dijo Julio Zabala, poeta nicaragüense, en el primer encuentro de alfabetizadores al finalizar la Campaña de Alfabetización en Cuba, en 1961.
En un viaje a ese país, en 2005, por una invitación a un congreso con maestros y escritores en Sancti Spiritu, en el corazón de la isla, dos gestas me impresionaron más que otras, entre otras muchas. La militancia alimentaria de las mujeres, verdaderas heroínas de los fogones en el periodo especial, y las brigadas de niños alfabetizadores.
La Campaña Nacional de Alfabetización (que incluyó la creación del Consejo Nacional de Cultura, una red de bibliotecas para facilitar a la población el acceso a los libros, la Editorial Nacional de Cuba y la enseñanza de carácter público estatal garantizada) fue iniciativa del Che. Comenzó a prepararse en 1960 y terminó el 22 de diciembre de 1961. En nueve meses redujo el analfabetismo a un porcentaje del 3 por ciento, cuando en el interior de la isla y las zonas rurales superaba el 47 por ciento, un millón de personas completamente analfabetas, más de un millón de semianalfabetos, más 600,000 niños sin escolarización. El núcleo de la campaña se desarrolló principalmente a través de brigadas de voluntarios que se iban al campo, a la montaña, al monte con un manual, un farol y una cartilla. El manual estaba destinado a servir de guía al alfabetizador; la cartilla era un cuaderno de trabajo con ejercicios para ser realizados por el alumno y material fotográfico como apoyo para las clases. Estas brigadas estaban compuestas por más de cien mil estudiantes, niños y jóvenes de entre siete y 19 años. Con autorización de sus padres, los estudiantes fueron formados durante varias semanas en un campamento y se los equipó con un uniforme especial, ropa, una manta y una lámpara de aceite con la que podrían viajar por el campo de noche, lámparas (haces de luz) que se convirtieron en símbolos. Claro que había riesgos y que hubo muertos: diez jóvenes brigadistas cuyos nombres están en los altares y los corazones cubanos, como Conrado Benítez, voluntario de 18 años asesinado por la CIA, según órdenes del presidente Kennedy)
Conocí a varios ex brigadistas alfabetizadores. Uno de ellos, el escritor Julio Llanes, me dijo: Yo tenía once años y fui al Escambray con mi farol, mi manual y mi cartilla, porque íbamos a donde no había luz, no había nada. Todo eso duró casi un año y yo en algún momento le escribí a mi padre, le pedí regresar, porque extrañaba a mi madre y mi casa, pero mi padre me respondió: Manténgase en su sitio. Eso nos dijeron nuestros padres. Y eso hicimos.
La lectura del mundo precede a la lectura de la palabra, dijo Freire quien, en sus reflexiones sobre el acto de leer, explica cómo en su primera infancia lo primero que aprendió a leer fue su mundo inmediato que, aunque pequeño, le brindaba una gran riqueza de experiencias, sonidos, olores, colores. Esta primera lectura se ve fecundada por la lengua de los mayores quienes en sus conversaciones, a las cuales se ven expuestos los niños, expresan sus creencias, sus gustos, sus valores. Toda acción educativa debe ir precedida de una reflexión del hombre y de un análisis del medio en el que vive, dijo.
Algo parecido pensaba Gramsci quien desde la cárcel escribe a su hermano y a su cuñada en Cerdeña, preocupado por la educación de su sobrino. ¿En qué lengua habla? Espero que lo dejen hablar en sardo. No debes cometer error con tus niños. Te recomiendo que no incurras en ese error y que dejes que tus niños absorban todo el sardismo que quieran y se desarrollen espontáneamente en el ambiente natural en el que nacieron: eso no será un obstáculo para su devenir, sino todo lo contrario. Por lo pronto el sardo no es un dialecto, es una lengua. Además, el italiano que ustedes le enseñen, será una lengua pobre, mutilada, hecha de pocas frases… Te ruego de corazón, no cometas ese error —insiste— y deja que tus hijos absorban y se desarrollen espontáneamente en su ambiente.
Insiste el gran pensador en el amor por sus sobrinos y en la dimensión política de la lengua en la conciencia de que toda lengua es una lengua impura, un territorio complejo que conserva huellas del pasado muchas veces reprimido, porque la diversidad de la lengua es un modo de la diversidad humana y están ahí las huellas de lo que se ha sido y el germen de imprevisibles futuros.
Arroyo Cabral, Córdoba, Argentina (1954). Hija de un partisano piamontés que llegó a Argentina en 1948 y de una descendiente de piamonteses. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Córdoba en los años setenta. Después de una breve estancia en la Patagonia y de años de exilio interno, al finalizar la dictadura trabajó en un centro especializado en lectura y literatura destinada a niños y jóvenes. Formó parte de numerosos planes de lectura de su país, municipales, provinciales y nacionales, así como de equipos de capacitación a docentes en lectura y escritura creativa.
Ha hecho de la construcción de la identidad individual y social, las secuelas de la dictadura y el universo femenino los ejes de su obra.
Su obra literaria incluye, entre otros títulos, Stefano (1997), Veladuras (2004), Lengua Madre (2010), La lectura, otra revolución (2014), No a mucha gente le gusta esta tranquilidad (2017) y Poesía reunida (2019).
Recibió el V Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil en 2009 y premio Hans Christian Andersen, el "Nobel de la Literatura Infantil", en 2012, entre otros.
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