Ensayo

Palabrejas

Palabrejas

Enero 03, 2025 / Por Miguel Ángel H. Rascón

Cuando yo era muy niño, a inicios de los años noventa, el decreto de un señor gobernador, cuyo nombre no quiero recordar, llegó a casa de mi abuelo. El decreto decía, entre muchas palabrejas, que tenía menos de un año para desalojar su casa y arreglar el asunto de la indemnización correspondiente con el Gobierno de Puebla porque iban a demoler su propiedad, que se encontraba justamente en la esquina de la 17 Poniente y la 11 Sur. Los más veteranos, en esta preciosísima ciudad de Puebla, recordaremos la famosa ampliación de la 11 Sur, que se hizo demoliendo decenas de casas, desde el Paseo Bravo hasta casi llegar al Panteón Municipal. Una de las expropiaciones más feroces hechas por gobierno poblano en detrimento de su población. Las indemnizaciones fueron no solo pírricas sino verdaderamente ofensivas y no compensaron en absoluto el daño que se hizo, sobre todo porque la dichosa ampliación se realizó con el pretexto de instalar la Línea Dorada, un prototipo de “metrobús” que ya pocos recuerdan y que terminó siendo un despropósito. Dicha expropiación, no solo innecesaria sino intransigente, despojó de sus casas a familias enteras e hizo añicos el patrimonio cultural de la ciudad al destruir todo un corredor de joyas arquitectónicas de finales del siglo XIX e inicios del XX que engalanaban esa calle.

Muchos de los que fuimos niños en esos años, en el Barrio de Santiago y El Carmen, recordamos con mucho cariño el enorme y hermoso nacimiento que se ponía en el jardín de entrada en una de esas casas sobre la 11 Sur, entre la 19 y la 21 Poniente. ¡Todo un espectáculo de Navidad! Según recuerdo, y apelando a mi fragmentada memoria, era la casa de la familia Bretón o Garzón, dueños de una antigua fábrica de textiles donde hoy sólo hay un triste estacionamiento ruinoso y un OXXO patético. Todas esas casas, muchas de estilo afrancesado, unas más en un tono chippendale y otras más jugando al art decó, eran sin duda joyas arquitectónicas que merecían más la protección como patrimonio cultural que la demolición inescrupulosa. Sin duda alguna, gran parte del colapso inmobiliario de la zona se debió a la expropiación que hizo el entonces gobernador de Puebla, cuyo nombre solo causa repelús, convirtiéndose en un verdadero Grinch, destructor de navidades e inocencia en todos los sentidos.

Esa zona de Puebla, que gozaba de enorme estatus y plusvalía, se convirtió desde entonces en un descalabro económico viviente donde no hay comercio que pueda sostenerse más de un año. Ni siquiera el fallido proyecto de tecno plaza ni los intentos de establecer en la zona locales y plazuelas de todo tipo. Ni las torres abandonadas, donde estuvo Banca Confia y Serfín, que ofertan rentas sin albergar nada desde hace veinte años. Vaya, no prospera ni el OXXO, que está siempre vacío y con el estacionamiento saturado de indigentes.

Antes de la expropiación era una zona de plusvalía con bancos, escuelas y un enorme movimiento comercial, mismo que se apagó a pesar de que corre una importante arteria principal (?), hay una auténtica estación de metrobús y se ha “modernizado” la zona con concreto hidráulico (?). Pero muchas de esas esquinas, desde el Paseo Bravo hasta la 25 Poniente, no son más que comercios cerrados y pedazos de esas casas antiguas convertidas a fuerza en locales comerciales que nomás no jalan. Ya pasaron treinta años y a mí, particularmente, no me cabe duda que fue consecuencia de la infame expropiación de una administración inepta que hablaba de modernización y progreso, prometiendo que esa “Puebla Vieja” ya no servía e íbamos como bólidos a convertirnos en Tokyo por el simple hecho de tirar casas y poner en circulación la ya extinta Línea Dorada.

Fue la primera vez que escuché la palabra “expropiación” sin el nombre del “Tata” Lázaro Cárdenas enseguida. Y quizá, no tengo certezas, pero seguramente aquellos políticos usaron esa palabreja también para referirse al imaginario cardenista en virtud de la modernancia. Comprendí, entonces, el poder que un gobierno puede ejercer sobre la propiedad privada: no importan tus escrituras ni tus derechos, si don gobernador lo dice, te amuelas en nombre del progreso y la desarrollación. Otras palabrejas.

A estas alturas, casi nadie es ajeno a estos problemas. Todos, en ciudades interconectadas, sabemos algún caso donde un predio particular fue expropiado amablemente por el gobierno o de alguna carretera o puente federal invadiendo una propiedad privada en mood “y hazle como quieras”. Si bien inicié hablando de la ampliación de la 11 Sur también hay que mencionar las adquisiciones hechas por los gobiernos priistas y panistas a inicios de este siglo para la construcción de la hoy zona de Angelópolis. Despojos que se hicieron pagando a cincuenta centavos el metro cuadrado, para beneplácito y felicidad de los agricultores que se compararon, con sus cuantiosas ganancias, una pizza mediana, unos canelazos y un refresco (¡eso es apoyo al campo!).

Aunque también está el caso contrario y el pobre gobierno se ve superado por la invasión gandalla de antorchistas, en mood “tú y yo somos uno mismo”, sobre predios federales. También existe el crecimiento de colonias que se trepan como favelas en las cumbres periféricas de una ciudad. Cumbres que, por cierto, podrían contener alguna riqueza nacional y hace que estos predios tomados a la mala, sean susceptibles a conflictos futuros entre “La Antorcha” y “Tata Estado”, quien los invitará afectuosamente a salir de sus casas. O quizá sea el plan desde el principio…

En ese sentido, ¿qué pasa si debajo de mi casa hay algo más que tierra? Una de las cosas que más me han intrigado, desde aquel trauma de niñez asociada al despojo, son los límites y las fronteras legales entre la propiedad privada y las propiedades de la nación cuando se trata de agua, petróleo o cualquier cosa en el subsuelo. Porque me queda claro que te despojan sí o sí. Todos conocemos esa historia de aquel amigo de un conocido que cavó un pozo en su casa, por ejemplo, y sólo se metió en problemas, perdiendo la propiedad por hacer uso de los bienes de la nación en lo que, se supone, era su propiedad. No nos son ajenas, tampoco, todas las tomas de autopistas y carreteras por ejidatarios enardecidos porque tal o cual carretera federal pasa por tierras comunales o ejidales donde no se ha pagado la indemnización correspondiente. Hace apenas unos meses en la carretera México-Puebla se detuvo el tráfico por más de treinta horas por agricultores enardecidos que exigían que se les pagara el resarcimiento con adeudo de varias décadas. Y es que seguramente alguien de la antigua SCyT (hoy Secretaría de Carreteras y Caminos del Bienestar) les dijo que iba a poner una carretera sobre terrenos ejidales en el famoso entendido de ahí después vemos.

Y los ejemplos pueden ser interminables, lo que me hace pensar que este tipo de situaciones son más comunes de lo que creemos y no tenemos muchas herramientas para defendernos, tanto en lo particular como en lo colectivo. Las leyes alrededor de estos temas resultan muy opacas y confusas, si no es que muy poco accesibles. Sólo de pensar en todas esas palabrejas jurisprudenciales con las que un gobierno se justifica para hacer una “compra”, “adquisición” o cualquier otro eufemismo, se me revuelve el estómago. Si de por sí, las leyes de tránsito no quedan muy claras, dejándonos a todos a merced de autoridades réprobas y crápulas, pues las leyes sobre expropiación nos pueden dejar en calzones en un santiamén. Sobre todo, porque esa área de experticia no es común entre las universidades que ofertan la carrera en derecho. Estamos más familiarizados con licenciados tipo: Oiga mijo, usté que es abogado, venga a sacar los tamales del bote.

Y ante la amenaza fantasmagórica del autoritarismo estatal contemporáneo, la sombra siniestra que se esconde en muchas reformas constitucionales sobre propiedad, leyes inmobiliarias, Infonavit, etcétera, pues no cabe duda de que eventos como los mencionados en ésta, su humilde columna, podrían ser aún más plausibles y frecuentes, enmascararse de justicia social para quitar o poner según convenga a los intereses cuatrotecianos y darnos una lección a todos los opositores fifis reaccionarios vendepatrias que no estamos tan de acuerdo con ellos. Al rato se le vaya a ocurrir a la Presidenta poner una extensión del Tren Maya que pase por mi humilde casa de ultraderecha conservadora y, ay nanita, volverán los fantasmas del pasado. Y es que ya ni para saber, porque fue el insigne Manuel Bartlett quien hizo dicho despojo en Puebla durante mi más tierna infancia. Sí, el mismo Bartlett que todos conocemos y que actualmente se le conoce como Bartlett del Bienestar. Y con eso de que el PRI está en Morena con todo y sus malas mañas del pasado, pues como que no veo por qué no vayan a seguir con esas prácticas en nombre, ya no de la modernidad, si no del mismísimo bienestar y el pueblo bueno. Puras palabrejas.

Miguel Ángel H. Rascón

Escritor y Coordinador Editorial.

Miguel Ángel H. Rascón
El perro y el hueso del poeta

Enero 03, 2025 / Por Márcia Batista Ramos

Año 2025: Arte y creatividad

Enero 03, 2025 / Por Maritza Flores Hernández

En pocas palabras

Diciembre 24, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

La admiración

Diciembre 24, 2024 / Por Antonio Bello Quiroz

En pocas palabras

Diciembre 20, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

En pocas palabras

Diciembre 17, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

Robert Frost VS gente destemplada

Diciembre 17, 2024 / Por Maritza Flores Hernández