Ensayo
Octubre 18, 2022 / Por María Teresa Andruetto
Foto: Central Cultural y Biblioteca La Cárcova, fundada por Waldemar Cubilla
Así como yo no entendí que comer de la basura estaba mal, tampoco entendí que estaba mal tener un arma o salir a robar. Eran como pasos que se iban dando. Y un día, no sé muy bien cómo, ya tenía un revólver. Fui a buscar a unos pibes que sabía que robaban y les dije que les cambiaba el arma por una campera, para dársela a mi mamá que se moría de frío. Como era mucho un arma por una campera, el pibe me dijo que saliera a robarla. Me tiró la receta y me dio la bienvenida a ese mundo, dice Waldemar Cubilla.
IBBY, la asociación internacional que otorga cada dos años los premios Andersen a escritor o ilustrador, ha instituido más recientemente un premio mundial a un promotor de lectura que ponga de relieve un proyecto sostenido en el tiempo y Argentina lo estrenó proponiendo a Waldemar Cubilla, fundador del Centro Cultural y Biblioteca La Cárcova. La biblioteca está en la Villa del mismo nombre, en José León Suárez, a unos metros del Ceamse, el predio que recibe la basura de la capital del país y de otros 36 municipios. En ese escenario nació y creció Waldemar, quien de chico revolvía basura, buscando lo que otros tiraban. Esa parte de mi vida, de ir a buscar comida al basural, no se borra nunca más, dice. A los 14 comenzó a delinquir y a los 18 fue preso. Digo a los 14 años, pero en verdad la delincuencia no tiene comienzo. Se vive con esa lógica preponderante hasta que se naturaliza. En el secundario era muy buen alumno, preparaba los robos de autos y camionetas a contraturno de la escuela para no perderse las clases. En 2001, con un país en erupción, estuvo preso por primera vez, en medio de un secuestro exprés y una recorrida por cajeros automáticos, interceptado por la policía en un episodio de ribetes cinematográficos. Tenía 18 años. En el penal de máxima seguridad se armó una rutina deportiva y educativa. También leía mucho. La instancia de lectura genera respeto, dice, porque la concentración es sagrada. Más tarde, junto con otros que vivían el encierro como una oportunidad para la educación, fundó una biblioteca en la cárcel y programó el dictado mutuo de talleres y clases de oficios. Había que poner en valor los pequeños saberes que cada uno tenía y compartirlos. Comenzó a cursar Sociología en la Unidad Penal 48 de José León Suárez (Centro Universitario San Martín), por su iniciativa y la de un grupo de compañeros. Mandamos una carta a mano alzada a la Universidad Nacional de San Martín, contando nuestra historia. Vinieron a conocernos, y vieron como un proyecto viable cursar Sociología. Éramos cinco los que habíamos terminado el secundario, entonces pensamos en la posibilidad de que los guardias-cárceles estudiaran con nosotros. Así armamos una cohorte de 33 alumnos, entre guardias y presos. Hoy en el penal, que tiene 5000 presos, entre 1500 y 2000 cursan una carrera universitaria.
Foto: Waldemar Cubilla. Tomada de Infobae
Cuando salió de prisión por última vez, el 9 de noviembre de 2011, tenía el mejor promedio, no sólo de los reclusos sino de todos los estudiantes que cursaban sociología en el campus que esa universidad tiene en Miguelete. En su primer día de libertad, conoció al sociólogo Eduardo Rojas, quien lo invitó a iniciar su camino en la investigación. En enero del año siguiente fundó la Biblioteca Popular La Cárcova, para que los pibes del barrio dejen un poco las drogas y las pistolas, y puedan conocer los libros. Waldemar busca desmarcarse del heroísmo; la vida siempre nos propone planes colectivos, dice. Realiza actualmente un doctorado en Sociología, es ayudante de cátedra e investiga las dinámicas de experiencias laborales que no tienen reconocimiento social y lleva adelante la biblioteca, que ha cumplido diez años. Arrancó con pocos estantes, sobre pallets y cajones de madera, y una ermita en homenaje al Gauchito Gil. Ahora es una construcción llena de libros, una cocina y salita para que los hijos de las mujeres que quieren terminar el secundario se distraigan mientras ellas estudian. Tiene un alcance de 500 familias, sostiene los programas educativos del Estado, ofrece talleres de alfabetización, teatro, percusión, yoga, plástica y fotografía, acompaña a jóvenes en conflicto con la ley penal y organiza cursos nuevos, como el de formación de árbitros y árbitras, que no sólo ofrece una salida laboral a corto plazo, sino que da herramientas para resolver conflictos. Waldemar tiene 38 años, trabaja también como asesor en el área de Responsabilidad Penal Juvenil, que depende del Organismo Provincial de Niñez. Las cárceles están llenas de nuestros vecinos. Y los delitos son delitos para sobrevivir. El sistema penal castiga el robo, pero no el vaciamiento de empresas. Entonces, ¿quiénes están en las cárceles? Jóvenes, pobres. Los guardiacárceles son vecinos… Entonces, son dos vecinos: uno encerrado y otro con la llave. Una comunidad encarcelada.
Por mi aspecto, a algunos les cuesta verme como profesor o sociólogo, dice y recuerda haberse cruzado de vereda en más de una oportunidad para evitar que la tez oscura de su piel alarmara a la persona que venía de frente. Los prejuicios en torno a las personas pobres, ese cúmulo de estigmas permea la mente de los damnificados, como si fueran verdades absolutas. Me pasa en la actualidad que, como docente universitario, siempre hay una tensión durante los primeros días de clase, hasta que uno demuestra que está en condiciones de poder llevar adelante una tarea como esa. Me pasa en el secundario también. Se preguntan: ¿Este es el profesor? No aparenta…. El villero, el pobre, el negro. El racismo, la exclusión del otro. Darnos cuenta de la trampa. Ése es el principio de la emancipación. Hay estigmas en cómo nos leen y también entre nosotros mismos. Por eso, buscamos repensarnos. Podemos aspirar a la Universidad. Podemos mejorar nuestras viviendas. Podemos tener un parque. Ahora estamos armando la primera plaza de la villa, una villa que tiene varias décadas. Todo eso es responsabilidad del Estado, pero también hay una responsabilidad que es nuestra y ahí sí podemos hacer algo. Entonces, ¿qué vamos a hacer nosotros para construir otra forma de hablarnos, de decirnos y de mostrarnos? ¿Otra forma de construir comunidad? En eso trabajamos.
Arroyo Cabral, Córdoba, Argentina (1954). Hija de un partisano piamontés que llegó a Argentina en 1948 y de una descendiente de piamonteses. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Córdoba en los años setenta. Después de una breve estancia en la Patagonia y de años de exilio interno, al finalizar la dictadura trabajó en un centro especializado en lectura y literatura destinada a niños y jóvenes. Formó parte de numerosos planes de lectura de su país, municipales, provinciales y nacionales, así como de equipos de capacitación a docentes en lectura y escritura creativa.
Ha hecho de la construcción de la identidad individual y social, las secuelas de la dictadura y el universo femenino los ejes de su obra.
Su obra literaria incluye, entre otros títulos, Stefano (1997), Veladuras (2004), Lengua Madre (2010), La lectura, otra revolución (2014), No a mucha gente le gusta esta tranquilidad (2017) y Poesía reunida (2019).
Recibió el V Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil en 2009 y premio Hans Christian Andersen, el "Nobel de la Literatura Infantil", en 2012, entre otros.
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