Espuma de los días

Elogio de Baudelaire

Elogio de Baudelaire

Abril 16, 2021 / Por Jesús Bonilla Fernández

a Marcela García Barón,

fugaz paseante

 

Nadie, que yo sepa, ha escrito: nunca conocerás a Baudelaire, como Guillaume Apollinaire dijo: nunca conocerás a los mayas. Aun así, ahora conmemoramos el nacimiento del poeta francés (9 de abril de 1821) en su bicentenario, sin duda el más grande y enigmático de esa nación afecta a la poesía.

Más que un asunto histórico o literario, Baudelaire implica la encarnación de toda la cultura actual. Afortunadamente, poco a poco se van enriqueciendo la historia de su vida, la interpretación de sus poemas y ensayos sobre arte y cultura con nuevos descubrimientos o, mejor dicho, interpretaciones de otros poetas o escritores que quizás entiendan un poco más de lo que pueda ser su estampa completa.

Dilucidar cuestiones relativas a la creatividad de esa época de crisis, como todas lo son, pero esa precisa que vivió Baudelaire, cuando las artes fueron cobijadas en las desgarradoras bohemias en lugar de la campiña o entre los fríos y desolados bulevares que, por sí solos, representan la modernidad, ese momento donde no hay lugar para ninguna épica entre aqueos y troyanos, un lugar donde los cisnes vagan a merced de los tiempos y los carruajes, aún es gratificante.

Con influencias de un nihilismo ya arraigado (la nada ya estaba presente en la sociedad, antes incluso de la muerte de Dios divulgada por Nietzsche), el cual él fomentó con su obsesivo spleen, depurado hasta construir con el tiempo, entre otras creaciones, una base estética de la música de Debussy hasta Stravinski, cuyas composiciones representan para muchos la traducción de ese significado que representa una poética, en ruptura con la lírica melódica de antaño. En ese sentido, quizá podamos encontrar después a Edvard Varese y a uno de sus grandes admiradores, Charlie Parker. (Producto de la modernidad sin duda, encontramos que los españoles ahora traducen sin hastío esplín y los argentinos espleen, lo que para Margarita Michelena continuó siendo spleen, como en su traducción de El Spleen de París (México, 2000.)

Comienza también alguna versión de los hechos para Roberto Calasso (La Follie Baudelaire, 2008), con la caída de lo que hasta entonces mantenía nuestra vida en correspondencia con la epopeya de Héctor y Andrómaca. Ahí, también tiempo atrás, ahora sólo encontramos las figuras de la representación de ésta, narrada por Giorgio de Chirico.

La cabeza de Baudelaire no se azora ante las circunstancias. Aventura poéticamente una interpretación de los hechos que para mí evidentemente es uno de los motivos señeros de Las flores del mal, libro que nunca terminaremos de conocer, gozar e interpretar.

No menciono ahora los trabajos de Walter Benjamin sobre nuestro flâneur o de la flânerie. Quiero decir, en cambio, que nuestro poeta no era pobre económicamente, como podríamos confundirnos. Sin embargo, vivía acosado por sus acreedores y humillado por su familia, al intervenir ésta el manejo de la herencia de su padre. Marcel Proust, por poner el ejemplo de otro derrochador, quedó asombrado cuando, a partir de la muerte de sus progenitores, pudo disponer una cantidad que ahora se calcula en seis millones de dólares, además de una renta anual de quince mil dólares, dinero que le era regateado en su vida diaria.

Si bien en las décadas de los sesenta y los setenta del siglo pasado se destacaban las experiencias baudelarianas de los paraísos artificiales, distintas relecturas recurren a su seriedad creativa rayana a su seriedad religiosa, proporcionándonos otras visiones de nuestro querido dandi.

Asimismo, quizá la lectura del mismo Proust en Contra Sainte-Bueve – Recuerdos de una mañana (póstumo, 1954) entorne nuestros ojos sobre las pretensiones académicas de Baudelaire, que yo atribuyo como la búsqueda de un respiro contra los mencionados acreedores, de quienes huía en la mayoría de los casos con ansiedad. Desconozco qué ha sido de todos esos objetos adquiridos por el poeta, esos grabados y pinturas artísticas que adquiría con fruición, muchos de los cuales podemos imaginar su destino debido a la personalidad y la situación de vida de Baudelaire. En ese sentido, y en algunos otros, qué puede decir sobre el poeta (no grato al canon de Sainte-Beuve ni al canon de Harold Bloom), si no se fija el crítico en estos detalles por poseer una silla en El Colegio Nacional o una beca emérita o un tiempo completo, en cualquier institución académica actual, para hablar de quítame estas pulgas. Palabras poco veraces, en realidad.

Baudelaire se explica el mundo estéticamente. Describe la maldad burguesa, la maldad humana, floreciente en sus poemas, los cuales, maldita inversión del tiempo, había escrito de joven, por la época en que la consigna era matar al general Aupick, su padrastro. Cada uno de sus poemas está interpretado o explicado miles de veces por sus lectores, pero, obviamente, son inexplicables. ¿Es explicable acaso La educación sentimental (1869), esa novela que Flaubert quería de nada, ubicada en la década de 1840, cuando Baudelaire era miembro de una malograda comuna?

Ahora podemos opinar lo que deseemos, incluso por medio de las redes sociales, que no son nuestras. Pero entonces, para comprender a la bestia de cerca, la manera que maltrataba a los albatros, la manera en que exterminaba los cisnes y los circos, la manera en que discriminaba a otros seres diferentes, debíamos ser modernos o, mejor dicho, antimodernos, como proponen con justeza algunos escritores anteriores y posteriores a Baudelaire. Tener presente que el dandi deja de hablar del amor a la manera de Victor Hugo, de De Musset, de De Vigny, de Alphonse Daudet e incluso de Théophile Gautier. Para él esa hermosa mujer, imaginaria para nosotros, es una transeúnte, una pasajera en la flânerie.

La hipocresía entumece nuestra mente, aun en estos tiempos hipócritas, pues no encarnamos nuestras actitudes, como Baudelaire encarnó su poesía. Recordemos, una vez más, esas palabras procastinadas de Henri Michaux: “Pues la verdadera Poesía se hace contra la Poesía, contra la Poesía de la época precedente, no por odio sin duda, aunque a veces tome ingenuamente el cariz, sino por la fatalidad de su tendencia doble, que reside, primero: en aportar el fuego, el impulso nuevo, la toma de conciencia nueva de la época; segundo, en libertad al hombre de una atmósfera vieja, usada, echada a perder”.

Lo que sea, pero sin duda la poesía de Baudelaire retrata la modernidad fugaz y el trabajo de excavación en busca de la belleza poética, como podemos ver satisfechos de gozo:

 

Aullaba en torno mío la calle. Alta, delgada,

de riguroso luto y dolor soberano

una mujer pasó, con mano fastuosa

levantando el festón y el dobladillo al vuelo;

 

ágil y tan noble, con su pierna de estatua.

Yo bebía, crispado como un loco, en sus ojos,

cielo lívido donde el huracán germina,

la dulzura que hechiza y el placer que da muerte.

 

¡Un relámpago!… ¡Luego la noche! Fugitiva

beldad cuya mirada renacer me hizo al punto,

¿sólo en la eternidad podré verte de nuevo?

 

¡En otro sitio, lejos, muy tarde, acaso nunca!

Pues no sé a dónde huyes, ni sabes dónde voy,

¡Tú, a quien yo hubiese amado! Sí, tú, que lo supiste!*

 

Entrañable Baudelaire, entonces.

 

ALCOHOLES

Señor mío, según los principios inmortales del ochenta y nueve, todos los hombres son iguales en derechos; así, pues, tengo derecho a mirarme; con agrado o con desagrado, ello no compete más que a mi conciencia.

Baudelaire

 

Habría que añadir dos derechos a la lista de los derechos del hombre: el derecho al desorden y el derecho a marcharse.

Baudelaire

 

 

* “A una transeúnte”, Las flores del mal, Cátedra, Madrid, 2014. Traducción de Luis Martínez de Merlo.

Jesús Bonilla Fernández

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