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Vergüenza y desnudez

Vergüenza y desnudez

Agosto 27, 2024 / Por Antonio Bello Quiroz

Creo que uno de los motivos del arte y del pensamiento es una cierta vergüenza de ser un hombre [...] cierta vergüenza de ser un hombre, que hace que el arte consista en liberar la vida que el hombre no cesa de encarcelar.

Gilles Deleuze 

 

Los seres humanos en nuestros días se han convertido en uno de los objetos privilegiados del mercado. El tratamiento social que el mercado propone darle al cuerpo y a su imagen no se distancia mucho del que recibe cualquier mercancía: se cuida, se embellece, se enaltece y se exhibe sólo en función de su valor de cambio. Desde luego que para poder sostener esta impostura mercantil parece indispensable deshacerse de todo aquello que pueda interferir en el uso del cuerpo, todo aquello que limite y censure su abierta exposición. En tiempos de pornografía social, en tiempos de valoración mediática, como los que vivimos, lo que se preconiza y valora es el uso desnudo del cuerpo. Para estar a la altura del mandato de gozar sin límites que promueve el capitalismo salvaje, hay que desconocer y rechazar, por ejemplo, la existencia del alma (léase aquí sin tono religioso, por alma me refiero a la vida interior, más aún, a la singularidad de cada sujeto); deshacerse también de la vida privada y para ello las redes sociales son el medio. En una palabra, se requiere abandonar toda vergüenza y pudor.

Los caminos para deshacerse de los diques que impiden gozar del cuerpo son muchos y variados, van desde la anestesia que producen los fármacos o las drogas hasta la exaltación de una imagen de éxito a cualquier costo, por ejemplo, y para alcanar el ideal de goce será necesario perder la vergüenza. En esta tendencia comercial dirigida a convertir la vida, y el cuerpo, en una mercancía, tampoco tiene lugar el pudor: “te hace falta ser un poco más malo, no tener pudor”, me comentaba con pretendida generosidad un viejo amigo que creyó haber encontrado dónde yo fracasaba en tener éxito.

El pudor, junto con la vergüenza y el asco, esencialmente, son propuestos por Sigmund Freud como los diques que ponen límite y organizan lo sexual en los seres humanos. Operan para contener la sexualidad, que en la etapa infantil aparece desbordada en una sexualidad perversa y poliforme. Esos diques son los primeros andamios para adquirir un nuevo orden y normatización de la sexualidad en concordancia con las convenciones sociales de una civilización determinada. En este sentido, es posible decir que detrás de un episodio de asco, vergüenza o pudor, sin duda, encontramos impulsos o deseos sexuales reprimidos.

Sabemos que el psicoanálisis sostendrá una singular posición con respecto al proceso de sexuación humana. Rompe con toda idea biológico-anatómista de carácter evolucionista. La sexualidad humana se instituye en un proceso lógico que se despliega en dos tiempos con un intervalo llamado de latencia. Un primer tiempo ocurre en la infancia, donde la sexualidad se encuentra ligada a los padres, que son figuras y funciones que actualizan en cada sujeto el drama de Edipo, y tendría como fin la instauración y reconocimiento (obediencia a la ley) de una prohibición fundamental y, como resultado, la emergencia del Super yo o conciencia moral. Sobre esta sexualidad desbordada se impondrá la represión y, con ello, los diques morales que son, ya sabemos, la vergüenza, el asco y el pudor. Se entra en un periodo de latencia donde la pulsión se vuelca sobre la cultura y el reconocimiento social genera la satisfacción que se perdió en el primer momento. El segundo momento vendrá con la pubertad, donde se vivenciará un “despertar de la primavera”. Ya desde el Manuscrito K de 1896, Freud sostenía que, con el periodo de la pubertad, se presenta una resignificación de una potencia sexual que había estado reprimida: en este momento crítico, la resistencia de los diques morales se pondrá en cuestión con intensidad.

La vergüenza es un afecto profundo vinculado con el quedar expuesto ante el otro. En el señalado Manuscrito K, Sigmund Freud le escribe a su amigo Fliess definiendo la vergüenza. Le dice que se concentra en “el miedo a que la gente sepa”. En El malestar en la cultura, escrito por Freud en 1930, la vergüenza será asociada con el pudor para señalar que, en los orígenes de la cultura humana, en el momento en que el hombre se pone en pie, cuando asume la posición erecta, sus órganos sexuales quedan expuestos y requieren ser defendidos. La postura bípeda trae consecuencias en el psiquismo, dado que deja al hombre en una situción de exposición y vulnerablidad, lo que hace que el pudor sea una respuesta de defensa ante estas dos condiciones. El psicoanalista francés Jacques Lacan, en el seminario 11, lo formula así: “La mirada es ese objeto perdido y, de pronto, reencontrado, en la conflagación de la verguenza, gracias a la introducción del otro”.

La vergüenza es, entonces, un dique psíquico esencial para poder hacer y sostener el lazo social, existencial y sexual. Se edifica en el periodo de latencia, así lo sabemos desde 1905 en Tres ensayos para una teoría sexual, donde Freud sostiene que “Durante este período de latencia total o meramente parcial se edifican los poderes anímicos que más tarde se presentarán como inhibidores en el camino de la pulsión sexual y angostarán su curso de manera de unos diques (el asco, el sentimiento de vergüenza, los reclamos ideales en lo estético y en lo moral)”. A partir de esta afirmación de Freud podríamos decir que lo que orienta o determina la posición del sujeto en sus dimensiones éticas y estéticas está directamente vinculado con la instalación o no de este dique moral que es la vergüenza. Se trata de una instalación inconsciente, no programada ni factible de ser ordenada de manera consciente. La educación no hará sino darle su modulación imaginaria.

La vergüenza, entonces, implica la represión de potentes mociones sexuales. Es un dique creado a partir de una energía sexual que se quiere domeñar, lo que es imposible en tanto que algo de ella se habrá de preservar y será desviada del uso sexual y aplicada a otros fines, la sublimación por ejemplo.

Antes de estos diques, un niño puede mostrarse desnudo sin el menor inconveniente. Esto cambiará con el llamado periodo de latencia donde se cubrirá la desnudez y además vivirá periodos de asco ante ciertos alimentos u olores. Dicho de otra manera, el sujeto no nace con vergüenza con respecto a su desnudez, ésta es aprendida como un requisito para ingresar al universo de los otros, se modulará de acuerdo a las costumbres y cultura donde se desenvuelve. Lo decente e indecente se mueve en un mosaico muy variado en el mundo.

Ahora bien, la desnudez del cuerpo no se refiere al acto de despojar de las vestimentas sino el despojar de lo que el sujeto se vale para sostenerse ante la mirada del otro, producirle la vergüenza de verse desnudo de su singularidad, de verse exhibido, humillado. “Quedar desnudo” implica que ya no hay nada que medie en la relación con la potencia destructiva del Otro, es una confrontación salvaje con lo real. Con la desnudez, el sujeto queda expuesto y vulnerable.

Quizás una crudelísima forma posmoderna de producir esta desnudez, y donde se expone al sujeto a la vergüenza radical, es el linchamiento mediático que son auténticos juicios sumarios. Ahora se hace mediáticamente lo que en la Edad Media se hacía en la plaza pública. Con el sueño de felicidad y completud, los tiempos que corren, los del capitalismo salvaje, nos exigen la desnudez, nos mandatan a que nos movamos sin vergüenza, sin pudor, sin arte, silenciados, sin alma...

 

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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