Tinta insomne
Febrero 05, 2021 / Por Fabiola Morales Gasca
Cuando el pescador no puede salir al mar,
usa su tiempo reparando las redes.
Durante años escuché el nombre de la novela El beso de la mujer araña de Manuel Puig y sentí mucha curiosidad por leerla. Por desgracia, en ninguna de las bibliotecas públicas a las cuales asistía en ese tiempo pude hallarla. Fue hasta apenas hace uno o dos años que lo compré y, ávida de su interesante historia, la leí en pocos días. Tuvo en mí un efecto enorme. Tuve la sensación de encierro, un fuerte sentimiento y empatía por los personajes que se hallaban en esas cuatro paredes y cuyo único escape a la atroz situación es su dialogo intenso. Molina y Valentín, compañeros de mazmorra en aquella prisión argentina, no pueden ser tan opuestos y acertados complementos entre sí. Luis Alberto Molina, peluquero, y Valentín Arregui Paz, revolucionario, comparten la misma celda de septiembre a octubre de 1975. Valentín rememora su pasado como agitador y político y planea un futuro, mientras que Molina llena la triste y brutal realidad con narraciones románticas y soñadoras, remembranzas de películas vistas.
La escritora norteamericana Ruth Sawyer definió el arte de la narración como “una de las artes tradicionales [...] que hunde sus raíces en los orígenes mismos de la expresión articulada”. Escuchar una buena historia nos ha reunido desde tiempos inmemoriales con los otros. La palabra viva, expresada con los gestos, el tono y el timbre adecuados es el pretexto exacto para convivir y aproximarnos a los demás miembros de la comunidad. Los narradores siempre han seducido por su arte de contarnos cuentos. Ese arte efímero, como la danza o la música, se prolonga de alguna manera a través de la escritura y aunque no tiene la misma espontaneidad que una narración presencial, de alguna manera tomamos la esencia y el relato recibido de los libros que nos llenan de vida y alegría. Ese mismo júbilo es el que podemos ver expresado en el gozo de Valentín cuando Alberto Molina le narra:
—Molina... ¿qué hora es?
—Las siete pasadas. Ya oí que andan con la cena.
—No puedo hacer nada... Y tendría que aprovechar hasta que apaguen, con una hora de luz.
—Ajá.
—Pero no tengo la cabeza en su lugar.
—Descansá entonces.
—Todavía no me terminaste la película.
—No quisiste vos.
—Me da pena desperdiciarla, si no la puedo saborear.
—Ni charlar quisiste.
—Si no sé lo que digo, no me gusta hablar. No quiero decir cualquier macana, sabés...
—Entonces descansá.
—¿Y si me terminás la película?
—¿Ahora?
—Sí.
—Como quieras.
—Yo estudié un poco y ni sé lo que estudié.
—Ya no sé ni dónde estábamos, ¿dónde era que íbamos?
—¿De qué, Molina?
—De la película.
—Que la chica está sola en la selva, y oye los tambores.
—Ah, sí...
Molina forja una relación estrecha con Valentín a través de sus narraciones mientras yacen uno al lado del otro compartiendo un desafortunado destino en prisión. El práctico comunista, al inicio, desprecia las obsesiones románticas de Molina pues las considera fantasías en comparación con sus lecturas políticas y activistas.
—No, en serio, está bien, es cierto que acá te podés llegar a volver loco, pero te podés volver loco no sólo desesperándote… sino también alienándote, como hacés vos. Ese modo tuyo de pensar en cosas lindas, como decís, puede ser peligroso.
—¿Por qué?, no es cierto.
—Puede ser un vicio escaparse así de la realidad, es como una droga. Porque escúchame, tu realidad, tu realidad, no es solamente esta celda. Si estás leyendo algo, estudiando algo, ya trascendés la celda, ¿me entendés? Yo por eso leo y estudio todo el día.
Conforme avanza la historia, Valentin se ve atraído por las narraciones de cine hasta sucumbir por completo a un mundo fantástico que le permite solventar su mundo de encierro. Entonces, ¿de qué nos puede servir leer tanto libro? ¿Para qué sirve la lectura? Constantino Bértolo, en su ensayo La cena de los notables, propone la existencia de cinco tipos de lectura: la inocente, la adolescente, la sectaria, la letraherida y la civil (Bértolo, 2008: 85-98). Se puede añadir una sexta: la crítica literaria. Cada forma de lectura se define a partir de la distancia que marca el lector con el texto que se dispone a leer, y se basa en el lugar donde se coloca el foco de atención en el ejercicio de lectura. Un lector adolescente sería aquel que tiende a la identificación con el texto, estableciendo correspondencias entre el texto y su propia experiencia personal. Un lector inocente es aquel que usa la lectura como un vehículo de evasión. Un lector civil, prueba mayor desapego del texto, distanciándose de él y extraer de la lectura un aprovechamiento para intervenir en el contexto político, social o cultural en el que habita. Un lector sectario focaliza la lectura en su ideología y discrimina las obras que no comulgan con su visión del mundo. El lector letraherido es coleccionista y se acerca a la lectura colocando la relación las lecturas atesoradas a lo largo de su vida y privilegiando los aspectos formales, estrictamente estéticos, sobre otros elementos presentes en toda obra literaria, como las cuestiones políticas o sociales, que de inmediato rechaza.
En el libro Qué hacemos para construir un discurso disidente y transformador con aquello que hoy sirve para enmascarar la realidad y transmitir ideología: la literatura, se describe la importancia de la Literatura como trasmisora de ideología y plantea que, lejos de una concepción idealista de literatura autónoma y al margen de las relaciones históricas, no hay escritura inocente, pues toda literatura contiene ideología. Los autores de este libro hacen una reflexión sobre la búsqueda de una lectura y escritura que devele las relaciones de dominación. La literatura, a través de las historias que se narran, nos muestra cómo el sistema con sus diferentes formas de violencia nos afecta. También la literatura, como una interpretación del mundo, debe “tratar de visibilizar los mecanismos ideológicos invisibles que determinan nuestras vidas, esto es, mostrar cómo se produce nuestra explotación y cómo la terminamos asumiendo. Porque solamente tomando conciencia de ella podremos enfrentarla”.(55)
Lejos de pensar que la literatura no sirve para nada, o sólo es un medio de escape, como Molina lo hace al narrar historias a Valentín en El beso de la mujer araña, hay que señalar que la literatura, como todo arte, nos obsequia la libertad. Sirve para otorgarnos a través de las palabras el uso de la transformación social. Nosotros como lectores debemos aflorar nuestra mirada crítica sobre el mundo en que vivimos, debemos buscar —como el revolucionario Valentin sugiere al narrador de películas románticas— trascender la celda, buscar algo que no sólo nos forme dentro del sistema, sino que nos despierte y conciba el origen y causa de la explotación a la que todos estamos sometidos.
La literatura, el cine (y en general todo el arte), como lo narra hábilmente Manuel Puig en El beso de la mujer araña, lejos de no servir o constituir algo inofensivo o evasivo son una experiencia transformadora. El libro, lejos de permitirnos evadir nuestro encierro y nuestra propia cárcel interna, es una valiosa herramienta que nos conduce a liberarnos, tiene una capacidad emancipadora. ¿Qué hacemos con nuestros libros y lecturas? Seguir leyendo, hacer un ejercicio de reflexión y conciencia. La araña teje aún en cuarentena, y no se pregunta el por qué o para qué lo hace, simplemente se vale de su trabajo, una vez terminado, para otros objetivos más trascendentes como es la misma supervivencia. Nosotros, a diferencia de las arañas, que meditamos un poco más sobre nuestras labores rutinarias, detengámonos a pensar, a seleccionar qué llega a nuestra mente: conviene aprender a elegir nuestras lecturas, aspiremos a conseguir de los libros la conciencia de lo que somos. Busquemos obtener los medios intelectuales para explicarnos el mundo; ser más felices o libres, vendrá por añadidura, tal vez terminemos como el subversivo Valentín Arregui entendiendo que esta vida es un sueño corto pero feliz.
REFERENCIAS
Fabiola Morales Gasca Licenciada en Informática por el Instituto Tecnológico de Puebla. Egresada de talleres literarios en la Casa del Escritor y la Escuela de Escritores. Terminó el Diplomado en Creación Literaria en la SOGEM-IMACP de Puebla. Maestra en Literatura Aplicada por la Universidad Iberoamericana. Autora de los poemarios “Para tardes de Lluvia y de Nostalgia” 2014 y “Crónicas sobre Mar, Tierra y Aire” 2016 Editorial BUAP. Libros infantiles “Frasquito de cuentos” y “Confeti” 2017, BUAP y Libro de minificciones “El mar a través del caracol” Editorial El puente 2017. El niño que le encantaban los colores y no le gustaban las letras 2018. Luciérnagas 2020. Participante de varias antologías en España, Paraguay, Chile, Colombia y México. Lectora voraz y escritora incansable.
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