Tinta insomne

Partida de dioses, béisbol y casualidades: el mundo de Paul Auster

Partida de dioses, béisbol y casualidades: el mundo de Paul Auster

Mayo 28, 2024 / Por Fabiola Morales Gasca

Paul Benjamin Auster nació el 3 febrero de 1947 en Nueva Jersey, Estados Unidos, proveniente de una familia judía de clase media de ascendencia polaca. Fue un escritor, guionista y director de cine. Fue nombrado Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia en 1992 y recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2006. La red nos señala que “Su obra se destaca por contener absurdismo, existencialismo, literatura policíaca y la búsqueda de un significado y de una identidad personal”. Auster dejó este mundo el 30 de abril, hace unas semanas. Sentí tristeza al leer la noticia.

La primera vez que leí a Auster quedé sorprendida por el mundo que creaba a su paso. Había algo inteligible en su mundo de cigarrillos, edificios de cristal, llamadas telefónicas, casualidades y personajes enigmáticos, suerte de detectives que se miraban al espejo de manera introspectiva. Trilogía de Nueva York se abre ante los ojos del lector como un regalo que se destapa con entusiasmo en un cumpleaños o navidad y nos extasía. En mi caso, quedaba la satisfacción de una buena historia.

Tuvieron que pasar más años para que la casualidad –o causalidad precisa– me llevara de nuevo a otros libros del renombrado autor norteamericano. Vinieron a mi biblioteca El cuaderno rojo, El oráculo de la noche, El libro de las ilusiones y ahí empecé a percibir su universo de casualidades, azares, coincidencias o golpes del destino –o como deseemos llamarle– como elemento básico e ineludible de su escritura. Llegaron después A salto de mata, La música del Azar, Tombuctú, Sunset Park, La invención de la soledad, y Creía que mi padre era Dios, para verificar que Nueva York y el béisbol son otros de los temas recurrentes de Auster. La ciudad con sus edificios enigmáticos e imponentes, pasando por los barrios bajos y derruidos de la metrópoli, son descritos en varias de sus obras para expresar los estados anímicos de los personajes. La ciudad es un monstruo para cada uno de nosotros, citadinos huérfanos, sobre todo cuando oscurece o permanece en completa soledad. Auster nos devela la contradicción del mundo actual: aun en medio de las multitudes solemos estar confrontándonos a nosotros mismos y a nuestras dudas existenciales.

Sus historias giran en torno a hombres comunes, simples, casi invisibles –como los personajes en Tombuctú, La música del azar o en Sunset Park– que, tras un golpe de suerte o del destino, toman decisiones que los harán cambiar y los guiarán hacia su destino final. Paul Auster nos hace un guiño en su escritura, inicia relatos de hombres miserables, infelices por el sistema. Arranca de hechos comunes y corrientes para abrir una pequeña fisura donde la Literatura resquebraja ese mundo sólido para desgajarlo en una partida de dioses, en un juego de béisbol cuya última carrera definirá al ganador.

 

Tiene veintiocho años, y a su leal saber y entender, carece de ambiciones. De ambiciones desmedidas, en cualquier caso, y de ideas claras en cuanto a labrarse un posible porvenir. Sabe que no se quedará mucho tiempo más en Florida, que está llegando el momento en que sentirá el impulso de ponerse otra vez en marcha, pero hasta que esa necesidad emocional madure y se transforme realmente en acto, se contenta con permanecer en el presente sin mirar hacia delante. Si algo ha conseguido en los siete años y medio desde que dejó la universidad y se puso a trabajar por su cuenta, es esa capacidad de vivir en el presente, de limitarse al aquí y ahora, y aunque no sea el logro más laudable que quepa imaginar, alcanzarlo le ha costado considerable disciplina y dominio de sí mismo. No tener planes, que es lo mismo que carecer de deseos y esperanzas, contentarse con su suerte, aceptar lo que el mundo ofrece cada día; para vivir así hay que querer muy poca cosa, tan poco como resulte humanamente posible. (Sunset park, 12)

 

Tal vez es por esto que Paul Auster gusta a los ávidos lectores, porque hace que los temas complejos, como la existencia, felicidad, derrota, desamor y pérdida, sean fáciles de percibir a través de su lenguaje sin complejos discursos filosóficos.

 

En aquel entonces era aún William Gurevitch, un escuálido muchacho de dieciséis años apasionado por la lectura y el beebop jazz, y ella lo tomó bajo su tutela y prodigó sus primeros escritos de alabanzas tan excesivas, tan desproporcionadas con respecto a sus méritos, que él empezó a considerarse la nueva gran promesa de la literatura norteamericana. No se trata de si ella tenía o no razón, pues en esa etapa los resultados son menos importantes que las expectativas, pero la señora Swanson había reconocido sus dotes, había visto la chispa en su inspiración novel, y nadie llega a nada en esta vida sin alguien que crea en él. Eso es un hecho comprobado, y mientras el resto de la clase de tercer curso del Instituto Midwood consideraba a la señora Swanson una cuarentona bajita y rechoncha, de brazos fofos que oscilaban y se estremecían cada vez que escribía en la pizarra, Willy pensaba que era una belleza, un ángel que había bajado del cielo adoptando forma humana.

[…] Durante los años siguientes, la señora Swanson mantuvo una animada correspondencia con su joven amigo, siguió leyendo y comentando los manuscritos que le enviaba, recordando su cumpleaños con regalos de viejos discos de Charlie Parker y sugiriéndole pequeñas revistas donde podía empezar a presentar sus obras. La efusiva y entusiasmada carta de recomendación que le escribió en su último año le ayudó a conseguir una beca en Columbia. […] La señora Swanson era su musa, su protectora y su amuleto de la suerte, todo a la vez, y en aquel momento de la vida de Willy no cabía duda de que todo era posible. Pero entonces llegó el alucine esquizoide de 1968, el frenético vaivén de la verdad o sus consecuencias sobre un cable de alta tensión. Lo encerraron en un hospital, y después de seis meses de tratamiento de shock y terapia psicofarmacológica ya no volvió a ser el mismo. Willy había engrosado las filas de los tullidos ambulantes, y aunque siguió produciendo poemas y cuentos como rosquillas, escribiendo tanto en la salud como en la enfermedad, rara vez encontró tiempo para contestar las cartas de la señora Swanson. Los motivos carecían de importancia. Quizá le avergonzaba seguir en contacto con ella. Tal vez estaba distraído, preocupado por otros asuntos. [..] su otrora voluminosa correspondencia con la señora Swanson se fue reduciendo hasta casi quedarse en nada. Durante un par de años consistió en alguna que otra postal esporádica, después en la felicitación navideña comprada en la papelería y luego, en 1976, cesó por completo. Desde entonces, no se habían comunicado ni una sola sílaba. (Tombuctú, 17-19)

 

Desde la mirada trivial de un neoyorkino y la delicadeza de su pluma, Auster juega con el azar, giros inesperados, tramas laberínticas, casualidades arrasadoras sobre sus personajes, resolviéndoles conflictos o llevándolos a decidir su propio final inevitable. Para el escritor americano, “la vida está llena de momentos circunstanciales que marcan el rumbo de nuestras vidas”, algo incuestionable que el autor usa para construir sus complejas narraciones como fastuosos castillos de cartas que nos embelesan. Él nos recuerda que en la vida como en el béisbol siempre hay sorpresas:

 

Ah, contesta Eddie, Mark Fidrych, el Pájaro, y entonces empiezan a ensalzar la breve y rutilante carrera de la súbita figura que deslumbró al país por espacio de unos meses asombrosos, el muchacho de veintiún años que tal vez fue la persona más encantadora que jugó el béisbol. Nadie había visto nunca nada igual –un lanzador que hablaba con la pelota, que se hincaba de rodillas y alisaba el polvo del montículo, cuyo inquieto ser parecía electrizado por continuas sacudidas de frenética y nerviosa energía–, no parecía un hombre, sino una máquina con forma humana en perpetuo movimiento, durante una temporada fue predominante 19-9, un 2.34 de promedio de carreas limpias permitidas, primer lanzador en juego de las Estrellas de las Grandes Ligas, novato del año. Meses después, se lesionó el cartílago la rodilla mientras andaba haciendo payasadas por los exteriores en los entrenamientos de primavera, y luego, peor aún, se rompió el hombro nada más empezar la temporada oficial. El brazo se le quedó muerto, y el Pájaro desapareció tal cual: de lanzador a exlanzador en un abrir y cerrar de ojos. (Sunset park, 45)

 

Paul Auster sin duda es un autor posmoderno no sólo por sus antihéroes y tragedias, añadimos su metatextualidad expresada en varios de sus libros. Algunos autores ya han señalado su influencia del escritor argentino Jorge Luis Borges. Su escritura que se teje de datos concretos de la realidad objetiva, como si con ello pretendiera demostrar que los hechos que se narran son, en efecto, reales. La confusión entre lo aparente y lo real que se consigue trasladando datos del autor con sus personajes, un recurso muy usado en las novelas de Auster. Añadimos también la consciencia de la existencia del otro: “…porque todos hemos pensado alguna vez en dejar la vida que llevamos, y porque en algún momento todos hemos deseado ser otro…” (La noche del oráculo, 23). Pero, sobre todo, al igual que en Borges, están “los espejos literarios: una historia que genera otra historia, y ésta a su vez origina otra historia, y ésta otra… en un movimiento continuo hacia la eternidad.” (Costa Liliana, párrafo 24)

En el caso específico de El oráculo de la noche se reflejan historias en otras historias. Su personaje Sydney Orr, escritor convaleciente, escribe por una sugerencia de su amigo John Trauser sobre la historia de un personaje llamado Flitcraft de El Halcón Maltés de Dashiel Hammet. Sidney está escribiendo en un cuaderno azul y el Flitcraft de esta nueva historia dentro de la historia será Nick Bowen, joven editor que, tras salvarse por un pelo de la muerte cuando una gárgola de piedra se desprende de un viejo edificio y cae donde él había estado un segundo antes, también parte sin despedidas rumbo a Kansas, llevándose el manuscrito de una novela inédita y perdida durante mucho tiempo de una escritora famosa en los años veinte, titulada La noche del oráculo. Y en paralelo a la novela de Nick, Sydney Orr va contando la novela de su propia vida, de su encuentro y su matrimonio. Los pies de página que hay en esta novela indican detalles sobre la construcción de los personajes o explicaciones detalladas de la edificación de la novela dentro de la propia. Así vemos los entretelones, la historia dentro de otra historia. Una suerte de muñecas rusas que en su conjunto proporcionan al lector una obra de andamiaje extraño en su construcción. La casualidad y muerte al inicio de los dos relatos lo hacen aún más insólito. ¿Acaso el propio Auster nos estará contando parte de su vida a través de Sydney Orr?

En 4 3 2 1 –novela que actualmente estoy leyendo– Auster vuelca en más de novecientas páginas estas historias espejos. El 3 de marzo, cumpleaños del protagonista, Archie Ferguson, es punto de partida para señalar acontecimientos en la historia americana. Narrar la Historia, el béisbol (de nuevo), el cine y la propia literatura, nos empapa de su metaliteratura. Sólo él nos escribe el ideal pretexto para describir los andamios del arte de escribir y, ¿por qué no?, nos señala la vida y pena de los escritores. La magia del cine es narrada, igual que en El libro de las ilusiones para recordarnos que el Auster cinéfilo ha hecho algunas películas. 4 3 2 1 es una vida, cuatro o mil de las que podemos vivir si nos atrevemos a reinventar la existencia.

Más de una vez he mencionado a Auster como uno de mis autores favoritos. ¿Por qué? Porque se atreve a pintar el mundo siempre con palabras distintas, porque partiendo de las calles de Nueva York nos narra una y otra vez el sueño de cada humano: vivir al máximo, no hay espacio para las medias tintas. Las casualidades no surgen de la nada, tienen una razón de ser. La muerte como parte esencial de la vida nos recuerda que estamos aquí para un propósito especial. La vida es una aventura, un partido de béisbol en su última entrada y debemos aprender a disfrutar ganemos o no el partido.

Recuerde, no es casualidad que esté leyendo esto ¿Usted ya tiene libros de Auster?

 

 

Referencias

Costa Liliana. Talleres de Lectura de Liliana Costa. La Noche del Oráculo, Paul Auster. https://lilianacosta.com/la-noche-del-oraculo/

Auster Paul. La noche del Oráculo. México. Editorial Planeta. 2012

Auster Paul. Sunset park. México. Editorial Planeta. 2022

Auster Paul. Tombuctú. Barcelona. Seix Barral. 2012

 

Fabiola Morales Gasca

Fabiola Morales Gasca Licenciada en Informática por el Instituto Tecnológico de Puebla. Egresada de talleres literarios en la Casa del Escritor y la Escuela de Escritores. Terminó el Diplomado en Creación Literaria en la SOGEM-IMACP de Puebla. Maestra en Literatura Aplicada por la Universidad Iberoamericana. Autora de los poemarios “Para tardes de Lluvia y de Nostalgia” 2014 y “Crónicas sobre Mar, Tierra y Aire” 2016 Editorial BUAP. Libros infantiles “Frasquito de cuentos” y “Confeti” 2017, BUAP y Libro de minificciones “El mar a través del caracol” Editorial El puente 2017. El niño que le encantaban los colores y no le gustaban las letras 2018. Luciérnagas 2020. Participante de varias antologías en España, Paraguay, Chile, Colombia y México. Lectora voraz y escritora incansable.

Fabiola Morales Gasca
Larga distancia

Septiembre 06, 2024 / Por Marco Julio Robles Santoyo

En pocas palabras

Septiembre 06, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

Sayaka

Septiembre 06, 2024 / Por Fernando Percino

Despropósito

Septiembre 03, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

La cocodrilzación de lo políticamente correcto

Agosto 30, 2024 / Por Fernando Percino

En pocas palabras

Agosto 30, 2024 / Por Márcia Batista Ramos

Vergüenza y desnudez

Agosto 27, 2024 / Por Antonio Bello Quiroz

Un verano de terror

Agosto 27, 2024 / Por Julio César Pazos Quitero