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Bunge: ¡cómo no se debe entender la ciencia!

Bunge: ¡cómo no se debe entender la ciencia!

Enero 15, 2021 / Por Ismael Ledesma Mateos

Cuando era joven y comencé a estudiar filosofía me dieron a leer un libro de Mario Bunge titulado La ciencia, su método y su filosofía. En la inocencia e ignorancia propia de mi edad me gustó. Luego me di cuenta que es un libro atroz, patético y espeluznante, que da una idea de la ciencia que no es lo que en realidad debe ser. Se trata de una expresión de la visión positivista y de un materialismo vulgar que no tiene nada que ver con una visión histórica seria. Sin embargo es un libro utilizado en las escuelas por décadas y que, por desgracia, se sigue usando para la deformación de las mentalidades de los estudiantes.
     Mario Augusto Bunge (Florida Oeste, 21 de septiembre de 1919-Montreal, 24 de febrero de 2020) fue un filósofo, físico y epistemólogo argentino. Durante su trayectoria, Bunge se declaró realista, cientificista, sistemista, materialista, defensor del realismo científico y promotor de la filosofía exacta. Fue conocido por expresar públicamente su postura contraria a las pseudociencias, entre las que incluyó al psicoanálisis, la praxeología, la homeopatía, la microeconomía neoclásica (u ortodoxa) entre otras, además de sus críticas contra corrientes filosóficas como el existencialismo (y especialmente la obra de Martin Heidegger), la fenomenología, el posmodernismo, la hermenéutica y el feminismo filosófico. En términos económicos y políticos, Bunge proponía una defensa del “socialismo como cooperativismo”, diferenciándolo de y haciendo fuertes críticas al socialismo de tipo soviético y al populismo. Ejerció la docencia en filosofía en Argentina, Uruguay, México, E.U., Alemania, Dinamarca, Suiza y Australia. Ocupó también la Cátedra Frothingham de Lógica y Metafísica en la Universidad McGill, de Montreal, Canadá.
     Cuando estaba haciendo mi posdoctorado en París, con Bruno Latour, Bunge vino a un evento a México y un alumno mío le mencionó a Latour y me contó que casi echaba espuma por la boca. Su intolerancia a visiones alternativas del pensamiento se deja ver en sus textos. Se trata de alguien que no pudo entender la emergencia de otras formas de ver la ciencia, diferentes al positivismo decimonónico. En un libro suyo, que encontré hace años en una librería, se refería a “el delincuente Bruno Latour”, de lo que ya había escrito en un Ubú titulado “La guerra de las ciencias” (13 de abril de 2018).
     Aquí tengo en mis manos un libro que Bunge publicó en 1998: Sociología de la ciencia, dedicado al ataque de las visiones contemporáneas de esta disciplina. Julia Buta, en la Revista Redes (5 de diciembre de 1995), en una reseña a ese libro de Bunge, anota: “Desde el programa fuerte de la Escuela de Edimburgo, pasando por Knorr-Cetina y Cicourel, desembocando en Woolgar y Latour, sin dejar de mencionar a Fleck y Forman, a la escuela de Frankfurt, Mulkay y Collins, nada queda en el tintero y todo se somete a una profunda desvalorización. La denostada relativización del conocimiento, la acusación de oscurantista de la visión pragmatista, el uso peyorativo de ordinarismo para referirse al constructivismo, son los recursos utilizados para depreciar sustanciosos aportes realizados en la dirección de desenmarañar la complejidad de la ciencia como objeto de estudio. Conceptos tan iluminadores como el de explicación por intereses, arenas transepistémicas, redes, capital social, y otros de relevancia similar, son opacados y sobre simplificados a lo largo de un trabajo que no presenta las características de una confrontación teórica, sino más bien parece responder a una lógica partidaria. Para una cierta concepción, la razón clásica griega, logos, es la que ordena el desorden inicial y va convirtiendo al mundo en una paulatina y progresiva diferenciación del universo mítico y religioso del cual se va desprendiendo. Ese orden se instaura sobre la ‘justicia inmanente’ de la naturaleza, que descansa en la idea de la legalidad del mundo. Toda la modernidad —entendiendo a ésta no meramente como una edad histórica, sino más bien como un proceso cultural del cual,en un sentido, aún formamos parte— afianzó esta ‘creencia’, asimilándola con tanta fuerza que la ha ‘encarnado’ y corporizado en una de sus creaciones más magistrales y grandiosas: la ciencia”.
     Y prosigue. “Desde la filosofía que Bunge acepta, la ciencia es el modo de conocimiento más acabado y racional que existe. La ciencia emerge como una actividad consistente, regulada por reglas específicas, que tiene por objetivo primordial acercarse a la verdad de los hechos. Uno de los elementos que definen esta especial actividad y que nos otorga la llave de acceso al mundo actual es el método científico. El método es el mejor camino posible para adueñarse de los secretos que posee el universo que nos rodea; el método es el que garantiza el valor supremo de la verdad objetiva de un conocimiento que se distingue de la magia y el desorden; el método es el que indica con precisión y certeza el camino a seguir para evitar los errores”.
     Sí, Bunge fue uno de los promotores de que en la enseñanza se continuara con el mito aberrante de “el método científico”. Se trata sin duda de un “emisario del pasado”, que confrontó con vehemencia visiones novedosas de la ciencia posteriores a la revolución iniciada por T.S. Kuhn y que tienen una magistral culminación en el pensamiento de autores como Bruno Latour y Michel Callon. Cuando era estudiante de maestría en el CINVESTAV y estaba diseñando el proyecto de creación de la Escuela de Biología para la Universidad Autónoma de Puebla, pensé en una línea de investigación acerca de “El poder y la ciencia”, que tendría como subtitulo “la ciencia no es como la pintan”. A eso he dedicado la mayoría de los años de mi vida a partir de 1985: la ciencia no debe verse, de una manera ingenua e idílica, como expuso el Premio Nobel François Jabob en su libro La lógica de lo viviente, no como relatos de caballería. Por ello lo planteado por Mario Bunge es contrario a cómo debe entenderse la ciencia, que debe partir del principio enunciado por Latour y Callon: “la ciencia tal como ella se hace”. Y de ahí la importancia de los estudios directos de los trabajos científicos, sin especulaciones trasnochadas alejadas de la realidad.

     El Padre Ubú no leyó a Bunge, no le hubiera interesado pues su reino era ajeno a la ciencia y la tecnología, pero afortunadamente no estamos en ese reino, aunque muchos quisieran eso.

¡Vamos a interrumpir aquí!


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Ismael Ledesma Mateos

Biólogo (UNAM), Maestro en Ciencias en Bioquímica (CINVESTAV), Doctor en Ciencias (UNAM), Premio a la mejor tesis doctoral en ciencias sociales en el área de historia por la Academia Mexicana de Ciencias (1999), Postdoctorado en el Centro de Sociología de la Innovación de la Escuela Nacional Superior de Minas de París, Francia. Director fundador de la Escuela de Biología de la UAP, Presidente de la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología A.C (SMHCT) (2008-2014), profesor-investigador de la FES Iztacala de la UNAM.

Ismael Ledesma Mateos
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