Ubú
Julio 16, 2021 / Por Ismael Ledesma Mateos
Quienes trabajamos en el ámbito de la educación superior hemos sufrido el impacto de la burocracia presente en las instituciones. Reglas y requerimientos, en muchas ocasiones absurdos, son una constante que se tiene que enfrentar cotidianamente. Se trata de un fenómeno inherente a la institucionalización, que es indispensable entender desde la dimensión sociológica. Se presenta como una plaga voraz, como una carcoma, que implica “cuidado grave y continuo que mortifica y consume” —idea que tomo del guion de Ingmar Bergman para la película La carcoma— y que nos conduce a “la Náusea”, que nos hace pensar que en nuestra existencia somos seres que estamos de más, ahondando la sensación del sinsentido de la vida, tal como lo explica Jean Paul Sartre. En efecto, estar atrapado en el seno de la burocracia es nauseabundo, en una condición que conjuga la existencia con la historia y la sociedad.
Para Humberto Muñoz, “La burocracia universitaria conforma un grupo esencial para la operación institucional, es un actor de la política universitaria que ha crecido y consolidado su fuerza como resultado de los cambios ocurridos en las universidades públicas en los últimos años. Las tensiones en la universidad tienen muchas causas, pero una de ellas surge por la desigual distribución del poder que favorece a la burocracia frente a la comunidad académica” (“La burocracia universitaria”, Revista de Educación Superior, 2019).
En una nota de Mar Villasante en el diario español El Mundo, escribe: “Papeles para todo. En la Universidad se ha impuesto la cultura del ‘todo por escrito’, aunque en formato virtual. Y todo es mucho. El día a día de un profesor se ha convertido en una pesada carrera de trámites burocráticos, un auténtico ladrón de guante blanco que se lleva un preciado tiempo que debería dedicarse a la docencia y la investigación. Pero lo uno es condición necesaria para lo otro. Y así se asume con resignación la carga de introducir, hasta para las cosas más ínfimas, un sinfín de datos, formularios y documentos en una constelación de aplicaciones y programas informáticos, cada uno de ellos con sus propias exigencias, formatos, contraseñas y, en ocasiones, fallos de funcionamiento: los sistemas se cuelgan, faltan archivos o no se puede acceder a ellos.
”Introducir los datos del proyecto docente, con su lista de competencias para información del alumno y operaciones que hay que repetir por cada grupo teórico; los horarios de los exámenes, detallados programas de prácticas, justificación de los gastos en proyectos de investigación, en los que a veces no basta con la factura y se tiene que explicar por escrito la finalidad de las compras. Órdenes de pago con sus correspondientes copias, liquidaciones de dietas con sus impresos y modelos, memorias justificativas; impresos para realizar estancias en centros extranjeros, comisiones de servicios, solicitudes de licencia de estudios, rellenar encuestas sobre el funcionamiento de los servicios universitarios, actualización de artículos y participación en congresos, certificados de impartición de conferencias y seminarios, introducción de datos del CV en diferentes formatos, ya sean para la Aneca (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación), para la solicitud de sexenios, los complementos autonómicos, la habilitación, modelos en inglés, cartas y más cartas... Todo esto y mucho más compone el agotador suma y sigue en el día a día del universitario”. Nada más cierto, pero así como en España, esto ocurre en todo el mundo, México incluido.
Ricardo Chiva, en El País (10-11-2014), también sostiene que: “En los últimos años hemos asistido a una serie de cambios en las universidades, entre los que destaca su creciente burocratización. Si bien es verdad que cuando hace una década se propusieron e introdujeron medidas que subrayaban la meritocracia, o promulgaban mejorar y normalizar en cierta medida los procesos de trabajo a través de organismos evaluadores, que en general y al principio fue algo muy bien recibidas por las comunidades universitarias. La universidad estaba dejando relativamente de lado planteamientos basados en la autocracia, o mejor dicho, en las oligocracias o grupos de poder, y en la endogamia, para pasar a otros más objetivos, imparciales y también burocráticos. Sin embargo, ¿es este el modelo organizativo deseable para las universidades? ¿A qué nos va a llevar incrementar sin límites las normas, el control y la burocracia en la universidad? ¿Existen otros modelos organizativos en los que la universidad debería fijarse?”
De acuerdo con Henry Mintzberg (1989), un conocido profesor de la Universidad de McGill en Canadá, “la universidad es una organización de tipo profesional, al igual que los hospitales, despachos de abogados, consultorías, etcétera. Este tipo de organizaciones se caracterizan por el hecho de que su mecanismo de coordinación fundamental es la normalización de habilidades; es decir, el modo en que se logra que el trabajo se realice es debido a que se confía en la formación y capacitación de los profesionales de la organización. Tendrían, pues, un menor peso otros mecanismos de coordinación como la supervisión directa, o la normalización de los procesos de trabajo —instaurar normas sobre cómo hacer su trabajo—. En estas organizaciones existirían dos comunidades, una más regida por planteamientos democráticos, el personal docente e investigador, y otra más regida por planteamientos burocráticos, el personal administrativo y de servicios. Por lo tanto, la normalización de los procesos de trabajo, elemento fundamental de otras organizaciones más burocráticas, sería un mecanismo que debería tener un peso relativo en la universidad, y estar sobre todo asociado al personal administrativo y de servicios.
”Sin embargo, esto no está ocurriendo así. La burocracia se ha apoderado de la universidad. Existe una creciente desconfianza en el personal docente investigador, y de hecho también en el administrativo y de servicios, que conlleva un control permanente de todos ellos, la continua realización de informes y actas, y la obligatoriedad de seguir unos procedimientos largos, costosos y en la mayoría de los casos inútiles. Todo esto repercute en que el profesorado universitario, dedicado a la burocracia, apenas tiene tiempo para centrarse en la docencia y menos en la investigación. A pesar de ello, y dada la responsabilidad de muchos de estos profesionales, estos dedican parte de su tiempo libre a las tareas universitarias, generando disfunciones como las adicciones al trabajo o el síndrome del quemado (burnout). Entiendo que esta no es la universidad que deseamos. En vez de papeleo y actas, el profesorado debería dedicar su tiempo a mejorar la docencia, a investigar, a formarse”.
Este es, sin duda, un panorama desolador pero inexorable, que repercute en el estado anímico del personal académico. Se trata de una paradoja: la normatividad institucional hace necesario un sistema de control, pero este se ha disociado de la vida académica imperando criterios administrativistas. Se trata de excesos aberrantes que requieren ser modulados con una visión estrictamente académica. Éste es un importante reto que todas las universidades deben ser capaces de afrontar por medio del diálogo, la reflexión y la libre discusión de las ideas. En México, las instituciones de educación superior como la UNAM y el IPN, por sólo mencionar a las dos más importantes, deben tomar esta situación como un reto, privilegiando formas de evaluación basadas en criterios científicos y humanísticos y no administrativos. Sólo así se podrá lograr la coexistencia de la burocracia y la academia.
Alfred Jarry se percató de que la desesperación puede empujar a los hombres hacia dos posturas encontradas: una seria, elegida por los políticos en los gobiernos, los phinancieros, y los tontos importantes, en contraposición con la suya, que da cuenta de ellos a través de su otro yo, que es Ubú. “Lamentablemente el Padre Ubú, ángel del terror y de la extravagancia, no supera las cotas de imaginación en la pesadilla y en la caricatura de muchos gobernantes del pasado y de la mayoría de los del presente” (Todo Ubú, 1981). La burocracia en general, y esto incluye a la burocracia universitaria, son parte de esta caricaturesca realidad de opereta, que resulta encarnada en el reino de Ubú.
¡Vamos a interrumpir aquí!
Biólogo (UNAM), Maestro en Ciencias en Bioquímica (CINVESTAV), Doctor en Ciencias (UNAM), Premio a la mejor tesis doctoral en ciencias sociales en el área de historia por la Academia Mexicana de Ciencias (1999), Postdoctorado en el Centro de Sociología de la Innovación de la Escuela Nacional Superior de Minas de París, Francia. Director fundador de la Escuela de Biología de la UAP, Presidente de la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología A.C (SMHCT) (2008-2014), profesor-investigador de la FES Iztacala de la UNAM.
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