Ubú

Chucho Bonilla (1960-2021): amistad, cultura y vida

Chucho Bonilla (1960-2021): amistad, cultura y vida

Mayo 21, 2021 / Por Ismael Ledesma Mateos

Eran los años setenta. Y yo estudiaba la preparatoria en la “Benito Juárez Diurna” de la UAP. Hice amistad con mi profesor de filosofía, Armando Pinto Parada, y por las tardes nos reuníamos en el patio de la Escuela de Filosofía y Letras de la universidad. Ahí conocí a otro estudiante que también era su amigo, un alumno de la Preparatoria Popular Emiliano Zapata. Se llamaba Jesús Bonilla Fernández. Ambos teníamos 16 años. Él era un gran lector y no paraba de hablar de libros que yo no conocía. Me caía mal por eso. Sin embargo, el contacto cotidiano nos acercó, además de que los dos nos hicimos miembros del Partido Comunista Mexicano. Éramos jóvenes muy inquietos, aunque yo era más politizado que Chucho: el dado a las letras, yo a la filosofía.

La amistad se consolidó una noche que nos encontramos en el cine de la Casa de la Cultura, donde vimos la película La confesión, de Costa Gavras, un magnífico filme que abordaba el tema del stalinismo en Checoeslovaquia. A la salida fuimos a la librería y ahí estaba el libro La Confesión (L’Aveu), de Arthur London, sobre el cual se realizó el guión del filme. Chucho me dijo que no tenía dinero, que si yo llevaba lo comprara y así lo hice. Se trata de una obra decisiva para el alejamiento del socialismo soviético. Sobre de ello discutimos mucho, pues Chucho era sumamente crítico de todo, más cercano al anarquismo que al comunismo, aunque seguimos militando en el partido, donde conocimos y entablamos amistad con una joven egresada de la Escuela de Economía, Leticia Gamboa, que tiempo después nos invitó a participar con ella en la comisión de prensa, propaganda y educación, donde hacíamos volantes entre otras cosas.

Cuando terminé la preparatoria, en tanto me podía ir a estudiar biología a la UNAM, seguí asistiendo asiduamente a clases en filosofía como oyente. Seguía encontrándome con Chucho y conversando en el patio. Él era un lector incansable y coleccionista de libros, habiéndome recomendado muchos. Era un mundo chiquito donde todos nos conocíamos. Cuando me fui a la ciudad de México regresaba a Puebla todos los fines de semana y la visita a Chucho era imprescindible. Él atendía una refresquería que era de su mamá, muy cerca del edificio Carolino de la UAP, en la 5 oriente 214, que se fue convirtiendo en un punto de reunión de amigos. Ahí en la trastienda se discutía, se bebía y se escuchaba música, pues Chucho también era un amante del Jazz. Con él no solo aprendí muchas cosas de literatura sino también de música. Era una amistad cuyo uno de sus ejes era la cultura.

Así pasaron muchos años. Sufrimos juntos el intento de suicidio de un amigo e infinidad de vivencias que sería muy largo enumerar. Siempre discutiendo de cuestiones intelectuales, a veces también de política y política universitaria, pero más sobre libros, cine y música. Se trataba de una mente muy lúcida, pero independiente. Fue un verdadero autodidacta que se negó someterse a las ataduras de las carreras profesionales, habiendo pasado por muchas, pero no permaneciendo en ninguna, lo cual jamás le hizo falta.

Nuestra primera experiencia editorial fue con un pequeño periódico estudiantil que tuvo por nombre La pulga roja, subtitulada Pulex irritans, que pica donde duele, que hacíamos Armando Pinto, Chucho Bonilla y yo, invitando a otros colaboradores, en los años setenta. Eran unas hojas de papel bond dobladas e impresas en mimeógrafo, con gran sentido del humor e iconoclasia. Luego de años, cuando yo había regresado a Puebla y dirigía la Escuela de Biología, fundé el suplemento Tiempos de Reflexión, en La Opinión Diario de la Mañana, y le pedí a Chucho que me apoyara como Jefe de Redacción. Ahí formamos un equipo donde entre él y yo, junto con Angélica Rueda y Sánchez De la Vega, sacamos adelante ese proyecto editorial que tuvo una duración de 100 números de aparición quincenal. Fue otra de las aventuras intelectuales donde estuvimos juntos.

Chucho realizó otros proyectos editoriales, como Moción, una revista de la Cámara de Diputados, o La Curul, revista del Congreso del Estado de Puebla, participando en la revista Erinias, de la Escuela Libre de Psicología. En todos ellos fui invitado a colaborar con algunos artículos, siendo él un editor muy exigente. También se consagró como un magnífico corrector de estilo y, en los últimos años, coordinó con éxito el suplemento Consultario de e-Consulta.

Sería largo de enumerar todo lo que realizó en estos terrenos, pero quiero resaltar su enorme conocimiento de la literatura estadounidense y francesa. Norman Mailer, John Dos Pasos, Henry Miller son autores que conocí por Chucho; y qué decir de Rimbaud, Artaud y Baudeleire, que eran sus favoritos a diferencia del mexicano Gustavo Sainz, que a mí me encantaba y a él no. Hablar con él acompañado de unos tragos era un curso de literatura y esa pasión por la obra de los autores franceses lo llevó a la escritura de su libro La jaula invisible, editado por la BUAP, una obra con dos ediciones que es un referente fundamental para quienes estén interesados en ello.

Al respecto de La jaula invisible, Pedro Ángel Palou escribió: “Transparencia, velocidad de trazo y penetración temática caracterizan este hermoso libro, aportación ya clara a nuestras letras finiseculares. Algunas de las obsesiones de Bonilla Fernández lo han acompañado durante muchos años: Rimbaud, el tiempo, la inteligencia y los paraísos artificiales”.

También Jorge Juanes anotó: “la exégesis de autores como Rimbaud, Michaux, Breton y Artaud, o Giorgio de Chirico, que nos propone Jesús Bonilla Fernández en La Jaula invisible, llama la atención por eludir ante todo el tono descriptivo y didáctico tan propio de los críticos al uso y que en cualquier caso traiciona la experiencia insondable que da lugar a la literatura y el arte.”

Y aunque De Chirico no es un autor de la literatura francesa, es un personaje que lo apasionó al igual que a mí, al grado de que escribo esto junto a la copia de la pintura “El gran metafísico”, que tengo en mi oficina.

Uno de los ejemplares que Chucho me dio se lo obsequié a mi mejor maestro de francés en el IFAL: Arturo Gómez La Madrid, a quien le encantó el libro y, como experto en literatura y conocedor de esos autores, me comentó que debería traducirse al francés. Sin duda se trata de una obra excepcional.

Bueno, en esta mierda de vida, Chucho se ha ido de una manera para mí inexplicable. Hablábamos todos los días por la mañana y el día anterior a su muerte también hablamos por la noche, y estaba bien a pesar de sus enfermedades, todas controladas. Para mí es una gran pérdida, como lo es para las letras y la cultura poblana. La depresión me carcome.

Yo conocí al Padre Ubú por Chucho, aunque eso a Ubú no le interesaría. Pero desde Tiempos de Reflexión tomé a este personaje como emblemático de todo lo que Chucho y yo buscábamos confrontar: la mentira, la falsedad, la codicia y la avaricia.

 

¡Vamos a interrumpir aquí!

 

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Ismael Ledesma Mateos

Biólogo (UNAM), Maestro en Ciencias en Bioquímica (CINVESTAV), Doctor en Ciencias (UNAM), Premio a la mejor tesis doctoral en ciencias sociales en el área de historia por la Academia Mexicana de Ciencias (1999), Postdoctorado en el Centro de Sociología de la Innovación de la Escuela Nacional Superior de Minas de París, Francia. Director fundador de la Escuela de Biología de la UAP, Presidente de la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología A.C (SMHCT) (2008-2014), profesor-investigador de la FES Iztacala de la UNAM.

Ismael Ledesma Mateos
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