Ubú
Septiembre 23, 2022 / Por Ismael Ledesma Mateos
El pasado 6 de septiembre de 2022 murió Eduardo Llerenas Mendoza, prominente etnomusicólogo y doctor en Bioquímica por el CINVESTAV. Fue mi maestro cuando cursé la maestría y donde tuve la fortuna de que me impartiera una materia realmente difícil y de enorme riqueza conceptual que era Fisicoquímica de macromoléculas, un curso inolvidable por la manera como articulaba las matemáticas del más alto nivel con los procesos celulares y moleculares. Creo que en el Departamento de Bioquímica del CINVESTAV jamás se volverá a impartir un curso como ese.
Mucho se ha hablado de Llerenas en su faceta de etnomusicólogo, el gran compilador de los “sones de México”. En 1992 fundó, con Mary Farquharson, una entidad cultural muy trascendental: “Discos CoraSón”, con el producto de las grabaciones de campo que continuó realizando Eduardo Llerenas y con la música de artistas campesinos que se convirtieron en referentes de muchos melómanos. Pero poco se habla de su labor como científico experimental. Él tenía un pequeño laboratorio con un instrumento extraño que solo él y su auxiliar Maru sabían utilizar. En su formación original trabajó con lípidos y membranas celulares, con especial interés en la química de superficies, que continuó como línea de investigación luego de su Maestría en 1969 y su Doctorado en Bioquímica en 1972. Sin embargo, como ocurre con muchos investigadores, la complejidad de su línea de investigación hizo que no tuviera estudiantes de maestría ni de doctorado.
Era un personaje extraño en el departamento. Asistía pocos días, pero siempre daba su clase y revisaba el trabajo de su auxiliar de investigación. No tengo el registro de sus publicaciones, pero eran algo muy especializado. Muchos lo veían como un “bicho raro”, pues sabían de su trabajo de campo grabando lo sones en diferentes poblaciones del país. Era reconocido, por tal razón, como un “científico humanista” a nivel mundial, lo que le generó animadversiones. Fue sin duda uno de los mejores profesores que tuve en la Maestría y sus exámenes eran algo extraordinario, con un enorme nivel de dificultad, como creo que deben serlo. Se resolvían en varias horas y él no nos vigilaba, a sabiendas de que copiar era la única posibilidad de resolverlos.
Había compañeros de otras generaciones que tenían copias de los exámenes y con ellas estudiábamos, pero nunca eran iguales. Recuerdo uno muy bello donde había que hacer un análisis matemático y fisicoquímico de la síntesis de proteínas, que requería de varias hojas. El curso lo compartíamos los alumnos de varios departamentos: bioquímica, biología celular y genética y biología molecular, y nos organizábamos para resolverlos, repartiendo las preguntas y luego intercambiándolas. Llerenas, al momento de aplicar el examen, abría una Coca Cola y la dejaba destapada sobre el escritorio para que en el silencio del examen se viera perturbado por el sonido de las burbujas del gas del refresco. Luego, a ratos, tocaba por la ventana para que supiéramos que nos estaba viendo, o llevaba a su hijo pequeño, que llegaba a asomarse a nuestros lugares en una actitud intimidatoria. Un día, a una compañera se le cayó un acordeón. Llerenas entró de pronto, lo recogió y le dijo: “señorita, encontré esto tirado, que es suyo”. Ésa era su forma de ser.
Yo tenía especial interés por su materia. Las matemáticas y la fisicoquímica me gustan, y aunque estudiaba bioquímica, la química no, pues en realidad son disciplinas distintas. Llerenas entonces me invitó a realizar la tesis con él, pero tan solo ver su aparato para el estudio de las superficies membranales me daba miedo, además de que yo quería trabajar con bioquímica de proteínas, que desde la licenciatura era mi pasión. No acepté, pero en ese momento para él era muy importante, pues no había tenido alumnos y en consecuencia su situación laboral estaba en riesgo. Fue una situación personalmente difícil, pues esa investigación sí podía hacerla, pero no era lo que quería. No obstante, lo invité a formar parte del comité de asesores de mi tesis, que era sobre la purificación de una enzima de corazón de perro. Lamentablemente, meses después el colegio de profesores del departamento decidió rescindir su contrato y correrlo, algo injusto que revela las dinámicas del autoritarismo en el ámbito científico.
Este es un relato personal, evidentemente subjetivo, pero que nos da elementos para reflexionar acerca de las dinámicas de las instituciones científicas. Preferí escribir esto, pues al respecto de su producción etnomusicológica mucho se ha dicho. Pero vale rescatar la otra faceta de la vida de este científico muerto a los 77 años, de ese joven delgado de pelo largo y bigote —nada parecido a las fotos de las notas periodísticas recientes—, que contribuyó de manera fehaciente y significativa a la formación de varias generaciones de bioquímicos mexicanos y luego de ello lo que hizo por la música fue excepcional.
Llerenas empezó a grabar música popular en los años setenta del siglo pasado, con el ingeniero Enrique Ramírez de Arellano, misma que editó bajo el sello Música Tradicional. Ambos viajaban hasta las localidades donde se produce música en México. Destacan sus grabaciones sobre el son istmeño y el son huasteco, el huapango, que posteriormente fueron compiladas en una serie de discos llamada “Antología del Son Mexicano”. El productor había trabajado previamente en los estudios de Phillips en Holanda y poco a poco fue especializándose en realizar grabaciones de campo.
El acervo de Discos CoraSón se compone de más de 15 mil canciones y 90 álbumes, entre música mexicana, africana, cubana, europea y de otros países latinoamericanos. El trabajo de Llerenas fue reconocido con varios premios y la nominación a un Grammy.
La etnomusicología no sería del interés del Padre Ubú, aunque tal vez, remotamente, podríamos pensar que los bellos sones de México compilados por Llerenas le hubieran gustado y contribuido a minimizar su bruteza y vulgaridad. La música indudablemente permite moldear las mentes y ponerlas en contacto con lo más sensible de la naturaleza humana.
¡Vamos a interrumpir aquí!
Biólogo (UNAM), Maestro en Ciencias en Bioquímica (CINVESTAV), Doctor en Ciencias (UNAM), Premio a la mejor tesis doctoral en ciencias sociales en el área de historia por la Academia Mexicana de Ciencias (1999), Postdoctorado en el Centro de Sociología de la Innovación de la Escuela Nacional Superior de Minas de París, Francia. Director fundador de la Escuela de Biología de la UAP, Presidente de la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología A.C (SMHCT) (2008-2014), profesor-investigador de la FES Iztacala de la UNAM.
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