Ubú
Febrero 10, 2023 / Por Ismael Ledesma Mateos
En 1872 Karl Marx y Friedrich Engels publicaron la primera edición de El Manifiesto del Partido Comunista, una obra imprescindible que todo aquel que se considere civilizado, sea de izquierdas o de derechas, debe de haber leído. No hay quien pueda andar por el mundo sin conocer ese texto.
El pequeño libro comienza: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del Comunismo. Todas las potencias de la vieja Europa se han confabulado en santa cruzada para acosar a este fantasma: el Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes germanos. ¿Qué partido de oposición no ha sido denigrado como comunista por sus adversarios dueños del poder? Y, a su vez, ¿qué partido de oposición no ha lanzado, tanto a sus opositores más avanzados como a sus enemigos reaccionarios, el denuesto infamante de comunismo?
“De ahí se desprenden dos lecciones: A estas alturas todas las potencias europeas reconocen el comunismo como una potencia. Es hora ya de que los comunistas den a conocer al mundo, abiertamente, su modo de pensar, sus fines y sus tendencias; que opongan a la fábula del fantasma del comunismo un manifiesto del Partido”.
Se trata de un escrito breve y claro, que explica con precisión la idea del comunismo, a diferencia del socialismo utópico.
En los libros de texto gratuitos de primaria, los que se hicieron bajo el mandato de Adolfo López Mateos —en el de sexto año—, vi por primera vez la imagen de Marx y la explicación de la diferencia entre socialismo utópico y socialismo científico. Ahí se mencionaban a Saint Simon, a Owen y Proudhon —pionero del anarquismo—, y también vi por primera vez una foto de Lenin pronunciando un discurso. Eran libros realmente extraordinarios. Era la época de la guerra de Vietnam, había ocurrido en 1968 la masacre de Tlatelolco —que me impactó de manera determinante—, y en ese contexto un día le pregunté a Mama Anita, mi abuela: ¿Por qué había guerra en Vietnam y por qué la matanza del 2 de octubre? Ella me contestó: porque dicen que son comunistas. Y le pregunté: ¿Y que son los comunistas? Ella me respondió: los que quieren que todos los humanos sean iguales, que sean libres y tengan los mismos derechos, que no haya ricos ni pobres. Y le contesté: ¡entonces quiero ser comunista! Tenía ocho años.
Todo esto que he dicho, que evidentemente tiene mucho de personal, viene a tema por la reacción de la derecha acerca del trabajo de elaboración de textos para educación por parte de la SEP, que coordinan Marx Arriaga Navarro y el venezolano Sady Arturo Loaiza Escalona, donde según dicen los periódicos enemigos del gobierno se recomienda la lectura de Marx y Lenin. ¡Qué horror! La derecha al borde de un ataque de nervios, mejor dicho, de histeria. Pues claro que en la formación educativa se debe leer todo. ¿Qué dirían esos ignorantes derechistas y fanáticos si supieran que para san Agustín —uno de mis filósofos preferidos, como Marx— rezar es estúpido, pues Dios no estaría pensando en los miserables mortales? Si les dijera a estos funcionarios de la SEP que además de Marx y Lenin agreguen a san Agustín, pero también obviamente a muchos otros autores. No conozco el texto del que hablan, pero es importante propiciar la pluralidad del pensamiento.
He leído en los medios impresos cosas deplorables que revelan un nivel de ignorancia supina y un prejuicio ideológico espeluznante. Hablan en diarios como Reforma de adoctrinamiento y estupideces que recuerdan al macartismo en los Estados Unidos y a las peores épocas de la guerra fría. Leí en Milenio una columna atroz escrita por un tal Gil Gamés, que es un nombre falso (pseudónimo), de Rafael Pérez Gay, donde dice:
“Repantigado en el mullido sillón del amplísimo estudio, Gil meditaba: nada se va para siempre, todo regresa. Aquellos tiempos, qué recuerdos. Gamés era un joven combativo que se formaba intelectualmente para luchar por el hombre nuevo. Y compraba a precios de risa las ediciones Progreso de Lenin y de Marx y otros próceres del proletariado. Gilga habla de unos libros azules de pasta dura con un grabado en portada con el rostro del viejo de Tréveris y también la cara del bolchevique. Cómo subrayaba Gilga esas páginas históricas, si le hubieran dado una brocha se habría ahorrado mucho trabajo. ¡Proletarios del mundo, uníos!, pura vitamina. Enfermo de ideología, Gilga militaba y cantaba las letras de poetas revolucionarios: A desalambrar, a desalambrar, que la tierra es nuestra es tuya y de aquel, de Pedro María de Juan y José. Aigoeei, se le pone a Gamés la chinita de piel.
“El tiempo pasó, el totalitarismo comunista costó unos cien millones de muertos, los disidentes en la cárcel, en el Gulag. En 1989 cayó el muro de Berlín y Gamés metió sus ediciones de Progreso en dos o tres cajas y se acabó el cuento comunista para él y su estragado paladar. Con los pelos de punta y punto, Gilga se percata (el verbo percatar le gusta a Gamés) que han vuelto los héroes del proletariado. Si quita usted a Marx, que come aparte, el resto de aquellos líderes se caracterizaron por ser, ante todo, unos asesinazos”.
No conozco la trayectoria política del autor, pero cuando lo leí de inicio pensé en que era un renegado de izquierda. Luego averigüé quién es. Así hay muchos: excomunistas que se volvieron derechistas. Yo, como decía Paco Ignacio Taibo —el padre—, entre más viejo más rojo, y aquí junto a mi computadora tengo mi edición de editorial Progreso, de la que tomé la cita el manifiesto. Me da un poco de risa que el funcionario se llame Marx, pero bueno, así son algunos padres. Yo tuve hace muchos años un alumno que se llamaba Cuauhtémoc Lenin, pero eso no tiene nada que ver con los materiales educativos. Quien no ha leído a Marx, a Lenin y a Maquiavelo no tiene nada que hacer en este mundo y por ello me parece muy importante esta iniciativa en educación.
El padre Ubú obviamente no fue ni marxista ni leninista, pero si hubiera conocido y entendido su obra, no hubiera fracasado en el gobierno de su reino, donde como los neoliberales del siglo XX solo pensaron en las phinanzas y nunca en un estado de bienestar que rompa la brecha entre burgueses y proletarios.
¡Vamos a interrumpir aquí!
Biólogo (UNAM), Maestro en Ciencias en Bioquímica (CINVESTAV), Doctor en Ciencias (UNAM), Premio a la mejor tesis doctoral en ciencias sociales en el área de historia por la Academia Mexicana de Ciencias (1999), Postdoctorado en el Centro de Sociología de la Innovación de la Escuela Nacional Superior de Minas de París, Francia. Director fundador de la Escuela de Biología de la UAP, Presidente de la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología A.C (SMHCT) (2008-2014), profesor-investigador de la FES Iztacala de la UNAM.
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