Ubú
Agosto 20, 2021 / Por Ismael Ledesma Mateos
Viviendo la pandemia producto del COVID-19, además de la sana distancia, se impuso la necesidad de utilizar “tapabocas”, que yo prefiero llamar “bozal”, lo que remite a una condición animal, como lo que en realidad somos: unos monos con falta de pelo pero con inteligencia, angustia, desesperación y desamparo. Monos desnudos en su cuerpo pero cubiertos con incertidumbres ante el sinsentido de sus vidas, que es el motor de la historia, la cual se estremece ante la presencia de un virus desconocido y letal, ante el cual no existen certezas sobre cómo controlarlo.
Nos encontramos ante una nueva realidad, producto de un agente biológico, de un actor no humano, que sorpresivamente invadió nuestra existencia. Mucha gente le llama “bicho”, consecuencia de la ignorancia. Se trata de un virus, y por lo tanto no es un ser vivo: es una partícula constituida de proteína (su cápside exterior) y de ácido nucleico, como las moléculas que conforman nuestro genoma (lo que está en su interior). No son células, no tienen vida, aunque funcionan al entrar a las células vivas. En términos de la teoría de la evolución surgieron como una forma de comunicación ente las células, son “paquetes de información genética”, algo así como los diskettes que se usaban en las computadoras de hace años, que contenían información, pero solo utilizable al entrar a la máquina capaz de leerla.
Es interesante cómo ahora hablamos de virus, de inmunidad, de anticuerpos y vacunas, lo que da cuenta de que la biología es determinante. Es, como dijo el premio Nobel Jacques Monod, “la más significativa de todas las ciencias”. Una muestra de cómo la ciencia queda imbricada en nuestra vida cotidiana. En efecto, ahora nuestra supervivencia depende de cuestiones científicas, que rebasan las posibilidades de lo humano, aunque el conocimiento que nos permite poder controlar este fenómeno es algo humano. Si un virus como el de la viruela fue determinante para la derrota de los mexicas y la invasión de Tenochtitlan, ahora el SARS-COV2, que ha generado la pandemia que nos aqueja, ha cambiado las condiciones de nuestra vida cotidiana y, como consecuencia de ello, el “bozal” se ha vuelto un componente sustancial a nuestras vidas.
El uso del bozal es realmente desagradable, pero necesario ante el riesgo de infección. Se trata de un nuevo componente sociocultural que incluso los antivacunas utilizan. El bozal metafóricamente implica la represión, el no poder hablar libremente, incluso provocando problemas para respirar. Ahora viajar a Puebla, como hago frecuentemente, me molesta por tener que llevar el bozal durante las dos o dos horas y media del trayecto en autobús. Sin embargo es un fenómeno inherente a la condición en que vivimos.
Y bueno, me puse a buscar información acerca del bozal y encontré que, según la Biblia, la ley de Moisés prohibía ponerle un bozal al buey mientras trillaba el grano (Deuteronomio 25:4). Este era un mandamiento simple y humanitario acorde con el espíritu bondadoso de gran parte de la ley. Pablo emplea esta figura (1Corintios 9:9; 1Timoteo 5:18) y se refiere a lo que se ponía sobre la boca de los animales para impedirles comer las plantas que encontraban en su camino mientras laboraban. Se nos dice en Deuteronomio 25:4 : “No pondrás bozal al buey cuando trillare”. Se estableció así una prohibición de poner bozal al buey en los momentos en que trabaja durante la cosecha. Estas palabras son interpretadas por Pablo como referentes a los obreros del Señor. De esta manera, el animal no sufría la tortura de desvivirse en ganas por comer parte del grano que estaba trillando y no poder hacerlo.
El principio de Deuteronomio 25:4 puede aplicarse también al trabajador humano. El salmista David habló del bozal en sentido figurado cuando dijo que “pondría como guardia sobre su boca un bozal para no pecar”. Pero ahora el bozal no es para no pecar, sino para no infectarse.
El presidente Andrés Manuel López Obrador ha rehusado utilizar el cubrebocas, pero como escribió Ricardo Raphael (The Washington post 9/02/2021) “en una cosa tiene razón el mandatario: por obra de la pandemia, la mascarilla sanitaria se volvió, en todo el mundo, un objeto político. Antes de que nos convirtiéramos en homo sapiens, los gestos del rostro eran ya fundamentales para la comunicación del poder entre los seres humanos. Independientemente de las palabras, con los músculos que rodean la boca damos órdenes, transmitimos deseos, coincidimos, empatizamos, enfurecemos, convocamos, ahuyentamos, odiamos y amamos. Por tanto, enmascarar esas expresiones faciales es una mutilación, un bozal que limita lo que somos en público y en privado. En distintas regiones del mundo subsiste el ritual de esconder el rostro de las mujeres cuando salen de sus casas. El velo en la tradición musulmana o el rostro cubierto de las religiones judeo-cristianas son evidencia de esta práctica. En nuestra cultura, mientras el varón asiste a su boda con la cabeza desnuda, la mujer se esconde hasta que su marido la libera. Se trata de un acto de control —símbolo de poder— sobre las expresiones y los gestos del otro. No era siquiera imaginable que un día tales atavismos iban a toparse con una crisis sanitaria como la que estamos experimentando, la cual obliga a todos, hombres y mujeres, a cubrirnos el rostro”.
En efecto, hay personas que nos encontramos y no reconocemos, todo gracias al bozal, pero esta es la nueva realidad, que incluso produce alergias y problemas respiratorios, además de somnolencia. Por cierto, frecuentemente olvido ponérmelo, pero en la calle que transito no hay nadie y sé que no puedo contagiar a nadie —aunque claro, estoy vacunado— por tanto fuera de la infectividad. Aunque de pronto encuentro el bozal en mi bolsillo y pienso en lo rico que es comer y beber sin tener que utilizarlo. Pero la incertidumbre no deja de estar presente. ¿Hasta cuándo tendremos que seguir en este maravilloso mundo del bozal?
El Padre Ubú no sufrió de una pandemia como la del COVID 19. En su reino solo diseminaba el virus de la codicia y el autoritarismo, como ocurrió en México durante los regímenes del PRI y del PAN, o en otros países durante las dictaduras fascistas. Pero contra ese virus no sirve de nada el bozal, aunque sí ayude a que sus partidarios se callen el hocico. Pero ante ello si hay una vacuna: la democracia y la participación popular consciente y comprometida. ¡Esa vacuna sí funciona!
¡Vamos a interrumpir aquí!
Biólogo (UNAM), Maestro en Ciencias en Bioquímica (CINVESTAV), Doctor en Ciencias (UNAM), Premio a la mejor tesis doctoral en ciencias sociales en el área de historia por la Academia Mexicana de Ciencias (1999), Postdoctorado en el Centro de Sociología de la Innovación de la Escuela Nacional Superior de Minas de París, Francia. Director fundador de la Escuela de Biología de la UAP, Presidente de la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología A.C (SMHCT) (2008-2014), profesor-investigador de la FES Iztacala de la UNAM.
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