Ubú
Marzo 26, 2021 / Por Ismael Ledesma Mateos
De acuerdo con Rodolfo Acuña Soto, de la Facultad de Medicina de la UNAM, “Las enfermedades Cocoliztli y Matlazahuatl provocaron las defunciones más numerosas en la época de la Colonia. La epidemia ocurrida en 1576 ocasionó la muerte del 50 por ciento de la población total. Esos contagios y las sequías pudieron contribuir a la desaparición de los teotihuacanos y mayas. Desconocida entonces por aztecas y españoles”. Se trata de enfermedades que aparecieron en el Valle de México en 1545 para resurgir en 1576. El Cocolitztli (en español, “enfermedad” o “mal”) afectó a los nativos de la Nueva España tras la llegada de los conquistadores españoles. Entre 1519 y 1600, la población indígena de México pasó de entre 15 y 30 millones a dos millones. Este colapso demográfico fue consecuencia, en gran medida, de una serie de epidemias de diversas enfermedades, entre ellas la viruela, el sarampión y el cocoliztli, que se creía una fiebre hemorrágica viral de origen desconocido, aunque se publicó en 2018 un estudio donde un grupo de investigadores propuso la Salmonella enterica, subespecie Paratyphi C, como agente causal de esta enfermedad (Miguel Ángel Criado, “Desvelada la causa del misterioso ‘cocoliztli’, el mal que diezmó a los indios americanos”, El País, 15 de enero de 2018). Se trata en efecto de una de las mayores catástrofes demográficas.
Como escribió Miguel Ángel Jiménez Clavero, entre las muchas cosas que los europeos llevaron a América se cuentan, desgraciadamente, muchas enfermedades del Viejo Mundo, incluyendo las más conocidas como la viruela y el sarampión. “El impacto de las mismas en las poblaciones indígenas del Nuevo Continente fue sin duda devastador. Sin embargo, la evidencia disponible parece indicar que dos de las epidemias más mortíferas del siglo XVI en México (y probablemente de las más mortíferas de la Historia), fueron causadas por una enfermedad del Nuevo Mundo, denominada en nahuatl ‘huey cocoliztli’, que significa algo así como ‘gran peste’. A principios del siglo XVI se estima que la población mesoamericana rondaba los 22 millones de personas. El 1519 se declaró una epidemia de viruela, probablemente introducida por las tropas de Hernán Cortés, que acababan de arribar procedentes de Santiago de Cuba. La epidemia se extendió rápidamente entre 1519 y 1520, acabando con la vida de entre 5 y 8 millones de personas en la región”.
En 1531 ocurrió la primera epidemia descrita de tepitonzahuatl (sarampión) en la Nueva España. Esta “pestilencia” se esparció rápidamente por los pueblos indígenas del centro de México. Ese mismo año sucedieron las apariciones de la Virgen de Guadalupe y las “consecuentes curaciones” de los nativos recién convertidos. En tanto, el Matlazahuatl sería lo que conocemos como tifo exantemático, que también produjo gran cantidad de muertes.
Recordar estos acontecimientos es trascendental en el contexto actual, donde afrontamos una epidemia mundial que ha producido numerosos decesos, pero nada comparable con lo ocurrido en la Nueva España. No obstante, el recuerdo de estos hechos fortalece la sensación de miedo ante enfermedades nuevas y desconocidas. No se trata de una comparación ilícita sino de un tema de reflexión ante los riesgos que vivimos.
Georges Duby, en su magnífico libro Año 1000, Año 2000. La huella de nuestros miedos (1995), luego de analizar en el capítulo los “Miedos medievales, miedos de hoy, ¿un paralelo legítimo?”, aborda los que aquejan al hombre: “El miedo a la miseria”; “El miedo al otro”; “El miedo a las epidemias”; “El miedo a la violencia” y “El miedo al más allá”.
Con respecto al “miedo a las epidemias”, escribe:
“El fuego del mal ardiente quema a las poblaciones del año mil. Una enfermedad desconocida provoca un terror inmenso.
”Pero aún no llega lo peor: la peste negra devasta Europa y liquida un tercio de su población durante el verano de 1348. Como el Sida para algunos, esta epidemia se vive como castigo del pecado. Se busca entonces víctimas propiciatorias, y se encuentra entonces a judíos y leprosos; se los acusa de envenenar los pozos. Las ciudades se repliegan, prohíben que ingrese el extranjero, sospechoso de contagio. La muerte está en todas partes, en la vida, el arte, la literatura. Pero los hombres de la época temen otra enfermedad, la lepra, que se considera propia de perversión sexual.
”Sobre el cuerpo de esos desgraciados se reflejaría la podredumbre de sus almas.
”Aíslan y encierran entonces a los leprosos, rechazo radical que recuerdan algunas actitudes para con el Sida”.
En el año 2000 el Sida aterraba a la humanidad y de esa situación hace esta valiosa analogía con el miedo medieval a las epidemias. Pero podemos también trasladarla al año 2020, con nuestro miedo a la pandemia del Covid-19. En efecto las epidemias producen muerte, pero también miedo y este miedo es ahora la constante de nuestras vidas y las modifica.
Duby prosigue: “Cuando de súbito desaparece un tercio o la mitad de toda la población, las consecuencias sociales y mentales son enormes. Quedan muchos menos para repartirse los bienes, las herencias, las fortunas. La epidemia provocó un auge generalizado de nivel de vida. Alivió a Europa del exceso de población acumulado.
”Durante medio siglo, la peste continuó en estado endémico. Regresó cada cuatro o cinco años, hasta principios del siglo XV, lapso en el cual los organismos humanos finalmente consiguieron desarrollar anticuerpos que les permitieron resistir. En cada intermedio, la vida recupera su belleza. Durante los años de peste, los archivos de los notarios se van llenando de testamentos y, no bien retrocede la enfermedad, de actas de matrimonio. Me parece que las repercusiones del impacto son más visibles en el ámbito cultural. En el arte y la literatura se instala lo macabro. Se multiplican imágenes trágicas de los esqueletos y danzas de la muerte; ésta pulula.
”Si uno se pregunta por lo que puede acercar miedos de hoy y miedos de antaño, tal vez en esto se pueda encontrar el paralelismo más estrecho. Porque, tal como en el caso del Sida, todas las epidemias y la peste negra en particular se consideraron como castigo del pecado”.
Se trata de un extraordinario ejemplo de cómo la sociedad fue transformada por la enfermedad, de cómo la sociedad y la enfermedad están en interrelación recíproca y cómo se modifican conjuntamente, de cómo los actores no humanos (virus o bacterias) determinan el curso de la historia, en el entendido del presupuesto de “la historia a secas”, la “historia construcción” de Bruno Latour, que es la historia extendida de los hombres a las cosas, algo que las historias tradicionalistas no son capaces de vislumbrar.
Sea la peste negra medieval, la viruela, el sarampión, el Cocoliztli y Matlazahuatl novohispanos, el Sida de finales del siglo XX e inicios del XXI o el Covid-19 del 2020, los actores no humanos que las producen son determinantes.
A años de distancia, la mencionada obra de Duby es indudablemente una contribución vigente en nuestro tiempo, al igual que pensar en el efecto de las epidemias en la época colonial para la construcción de un orden social, lo cual no se debe perder de vista, como tampoco pensar en la caída de la producción, y en consecuencia del abasto de alimentos, en la Nueva España de esos momentos. La relación muerte y miedo con epidemia es una temática digna de investigación, donde también es importante entender cómo el miedo es otra fuerza transformadora de la sociedad. Así, la constante en el mundo actual es el miedo, y la vacuna obedece a la esperanza de superar ese miedo, de ahí su importancia internacional, que también ha modificado y está moldeando las relaciones entre países. Otra expresión del miedo es la postura antivacunas, donde por culpa de las “noticias falsas” y de las opiniones de gente desautorizadas se provoca una reacción adversa y mortífera. Cualquier opinocráta, o supuesto médico o científico, puede descalificar la vacuna, generando otra ola de miedo que se apareja a la justificada por la acción del virus.
El Padre Ubú no sufrió una epidemia en su reino. Su corto mandato se guió por la ambición y no tuvo que enfrentar mezquindades como las que se derivan de la falta de abasto de vacunas y los intereses de grandes empresas farmacéuticas que, pasando la etapa crítica de la pandemia contemporánea, iniciarán guerras comerciales abiertas o soterradas para controlar el mercado de control de ésta y las enfermedades que estarán por venir. Por lo pronto, por miedo, habrá que seguir usando cubrebocas y todas las medidas de prevención e higiene que pueden evitar la enfermedad e incluso la muerte.
¡Para mí es suficiente!
Biólogo (UNAM), Maestro en Ciencias en Bioquímica (CINVESTAV), Doctor en Ciencias (UNAM), Premio a la mejor tesis doctoral en ciencias sociales en el área de historia por la Academia Mexicana de Ciencias (1999), Postdoctorado en el Centro de Sociología de la Innovación de la Escuela Nacional Superior de Minas de París, Francia. Director fundador de la Escuela de Biología de la UAP, Presidente de la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología A.C (SMHCT) (2008-2014), profesor-investigador de la FES Iztacala de la UNAM.
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