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Innovación y capitalismo

Innovación y capitalismo

Marzo 12, 2021 / Por Ismael Ledesma Mateos

La innovación es un término que se ha puesto de moda, se le ha acoplado a la “Ciencia y Tecnología”, así por ejemplo en la ciudad de México lo que fue el Instituto de Ciencia y Tecnología, se convirtió en “Secretaría de Educación, Ciencia, Tecnología e Innovación” y cuando se habla en la enseñanza de Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS) se le ha agregado “Innovación”. Esta idea que puede parecernos válida e importante se presta sin embargo a confusiones y malentendidos. Para muchos pareciera que la ciencia y le tecnología se encuentran ahora supeditadas a la innovación, como si eso fuera lo importante, asociado la idea a que la tecnología debe estar en función de ella y la ciencia debe ser “ciencia aplicada”, se trata de un efecto perverso que desdibuja el valor de la investigación básica. Ante la pregunta ¿ciencia para qué? Vendría la respuesta ¡Para saber!

De acuerdo con Berumen y Epitalon (2008), Schumpeter en 1912 fue el primero en identificar la innovación como un proceso cíclico en el marco de la evolución de la actividad económica. En la primera fase del ciclo, un pequeño número de "emprendedores" marginales, que en realidad es la clase del más genuino entrepreneur schumpeteriano, se dan a la tarea de identificar las preferencias de los consumidores o incluso de reconocer las potencialidades para desarrollar un mercado nuevo (Cuervo et al., 2007). Esto ocasiona que el empresario se interese en invertir recursos en la generación de innovaciones que pueden ser de cinco tipos, dependiendo del tipo de oportunidades que se presente: 1) fabricación de un producto o implementación de un nuevo servicio; 2) apertura de una nueva iniciativa; 3) usos alternativos a las materias primas que recientemente han sido creadas; 4) introducción de un nuevo método de producción; y 5) transformación de la organización por integración con el interés, por ejemplo, de alcanzar una situación de monopolio temporal 

En una segunda fase, cuando estas prácticas presentan posibilidades de ganancias evidentes, que generalmente son susceptibles de ser copiadas, es lo que podríamos denominar enjambres imitadores, a partir de los cuales se producen racimos de innovaciones secundarias (o spin–offs). Finalmente, en una tercera fase los emprendedores y los imitadores potencian y explotan sus innovaciones para rentabilizar sus inversiones: en este contexto, la progresión de las innovaciones se estabiliza momentáneamente. El ciclo empieza de nuevo cuando las condiciones de competencia se potencian después del desarrollo de las imitaciones. Según este enfoque, la innovación es comprendida como un proceso que vincula el conjunto de las etapas y las actividades orientadas a transformar una idea en un producto o en un servicio (Berumen et al., 2008).

En esencia la idea shumpeteriana de la innovación implica maximizar la tasa de ganancia y es acorde a una visión económica capitalista, donde la ciencia y la tecnología estarían al servicio de la producción, no obstante, esta idea de innovación no tiene que ser la única, yo tuve la vivencia de conocer otra, la del Centre de Sociologie de la innovation (CSI) de la Escuela Nacional Superior de Minas de Paris donde me maravilló la concepción que lo animaba. Yo fui allá a realizar un posdoctorado con Bruno Latour sobre cuestiones de historia y sociología de la ciencia y me sorprendió el nombre del centro, en una escuela de ingenieros, sin embargo, al conocer los temas de las investigaciones que se realizaban ahí me percate que se trataba de una visión distinta. El director del Centro, Antoine Hennion, trabajaba sobre Bach y la sociología de su música, publicando en el año 2000, cuando yo estaba trabajando, Le grandeur de Bach, un extraordinario libro sobre sociología de la música, donde Bach se entiende como un innovador. Cierto había temáticas tecnológicas como el estudio de un vagón no tripulado en una línea del metro, pero la mayoría de las investigaciones no eran de corte ingenieril o tecnológico. El propio Latour no hacía nada tecnológico y sus investigaciones abarcan la relación ciencia tecnología y sociedad, de hecho, lo que me llevó a trabajar con él fue su trabajo acerca de Pasteur y la manera como el fenómeno del pasteurismo transformó a la sociedad francesa. 

El fundador del CSI fue Michel Callon, que trabajó sobre sociología de la traducción -entendida como las transformaciones, modificaciones y adecuaciones que sufre un concepto científico o tecnológico-, siendo clásico su trabajo sobre la domesticación de las vieras, (coquilles de St. Jacques) unos moluscos (no humanos) y de los pescadores (humanos), en la bahía de St. Brieu, en un proceso simultáneo donde los humanos también son domesticados. Se trata de uno de los textos fundadores de la teoría del actor-red, que surge precisamente en este centro. Las tesis que se realizaban eran acordes con esa visión: la sociología de la exclusión o la guerrilla urbana en Alemania en la época de la Baader-Meinhof son ejemplos de otra forma de entender la innovación, distintas a ligarlo con los procesos productivos industriales. De ahí la importancia de pensar la innovación de otra manera.

La teoría sociológica del “Actor- Red” constituye en si misma una gran innovación, la introducción de la simetría entre actores humanos y no humanos para el entendimiento de los procesos sociológicos, replanteando esencialmente los Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología, es algo que rompe con las visiones tradicionales en sociología, dándole a la investigación científica y tecnológica un carácter fundamental, no como algo solamente accesorio. La incomprensión de estos espacios intelectuales es algo por demás grave. 

Es por ello, que resulta preocupante que en el México actual se oriente la innovación al sesgo tecnológico y tecnocrático, como puede detectarse en programas institucionales o planes de estudio, donde mecánicamente se asocia innovación con tecnología aplicada. Es innegable que los aspectos aplicativos no deben desdeñarse, que requieren una gran atención, pero no son lo único. En alguna ocasión escuche el planteamiento de cambiar el nombre del CONACyT por CONATyC, anteponiendo la tecnología, y bueno, en un país en vías de desarrollo como el nuestro resulta pertinente enfatizar en el desarrollo tecnológico, pero eso no puede ni debe darse a expensas de la ciencia básica.

El problema de la relación entre ciencia, tecnología e innovación debe ser abordado desde distintas perspectivas que deben conjuntarse para llegar a un desarrollo armónico, más allá de los imperativos del capitalismo salvaje. A obra de Schumpeter, desde su Teoría del desarrollo económico (1911) en adelante, cobra sentido una forma dinámica de concebir el sistema capitalista que contrasta con los modelos de la economía neoclásica tradicional. Para Schumpeter el capitalismo es por naturaleza una forma o método de cambio económico, y nunca puede mantenerse estacionario. Por ello: “La introducción de nuevos métodos de producción y de nuevas mercancías difícilmente podría concebirse en una situación de competencia perfecta —y perfectamente inmediata— desde el comienzo. Y esto quiere decir que la mayor parte de lo que llamamos progreso económico es incompatible con ella [...]. A este respecto, la competencia perfecta no solo es imposible sino inferior y no tiene ningún derecho de ser puesta como un modelo de eficiencia ideal”. ¡En eso consiste esencialmente la innovación capitalista!, por lo que debe evitarse que la ideologización de la innovación se convierta en un jinete del apocalipsis, como metafóricamente ha señalado Renato Dagnino (Ubú, julio 31 de 2020 y agosto 7 de 2020, que retomo el día de hoy)

En el reino de Ubú, esta discusión sobre la innovación no tendría sentido, para él las mayores innovaciones son las tenazas de descerebración y los palitroques en las onejas, algo muy útil para preservar el orden establecido, fin último de su existencia autoritaria. Pero aquí en nuestro mundo debatir estas cuestiones es algo fundamental, que debe conducirnos a eliminar las telarañas de los cerebros y pensar que la innovación debe ser un medio para remontar al capitalismo y encontrar nuevas alternativas benéficas para la humanidad.

 

¡Vamos a interrumpir aquí!

 

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Ismael Ledesma Mateos

Biólogo (UNAM), Maestro en Ciencias en Bioquímica (CINVESTAV), Doctor en Ciencias (UNAM), Premio a la mejor tesis doctoral en ciencias sociales en el área de historia por la Academia Mexicana de Ciencias (1999), Postdoctorado en el Centro de Sociología de la Innovación de la Escuela Nacional Superior de Minas de París, Francia. Director fundador de la Escuela de Biología de la UAP, Presidente de la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología A.C (SMHCT) (2008-2014), profesor-investigador de la FES Iztacala de la UNAM.

Ismael Ledesma Mateos
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