Ubú

Las palabras: Leer y escribir

Las palabras: Leer y escribir

Marzo 10, 2023 / Por Ismael Ledesma Mateos

Recientemente salí de la feria del libro del Palacio de Minería de la UNAM y un barman de mi cantina favorita me preguntó si yo leía mucho. Mi respuesta fue “ya no”. Claro que leo, pero lo más importante para mí es escribir. Ahí recordé el extraordinario libro de Jean Paul Sartre titulado Las palabras, que está dividido en dos partes: “Leer” y “Escribir”. Recuerdo cuando en mi adolescencia mi abuela, “mamá Anita”, me decía que ya no leyera tanto —lo hacía todos los días hasta las 3 de la mañana— y yo le respondía que cuando fuera más grande tendría otras cosas que hacer y por eso era el tiempo correcto. Y bueno, también comencé a escribir en compañía de mi gato.

Pero más adelante, al paso del tiempo, escribir se convirtió en lo más importante. Creo que leer y escribir son algo indisoluble, pero el ver plasmadas las ideas personales genera una situación existencial incomparable. La publicación de Las palabras fue algo trascendental en la obra de Sartre, lo que constituye una biografía intelectual. Yo comencé a leer al autor con La Náusea, y luego continué con toda su obra, pero en particular Las palabras evocan un componente subjetivo trascendental para mí. La filosofía de Sartre, para mí, es fundamental al igual que el marxismo, que él también estudió y trabajó.

En su relato personal, clave del existencialismo, habla de su infancia y posteriormente, en la segunda mitad del libro, de como llegó a la escritura.

En la primera parte escribe: “Idolatrado por todos, negado por todos también, era un dejado-a-cuenta, y a los siete años sólo podía recurrir a mí mismo, que aún no existía, palacio de cristal vacío donde el siglo naciente contemplaba su aburrimiento. Nací para colmar la gran necesidad que tenía de mí mismo; hasta entonces sólo había conocido las vanidades de un perro de salón; empujado hacia el orgullo, me convertí en el Orgullo. Puesto que nadie me reivindicaba seriamente, elevé la pretensión de ser in-dispensable para el Universo. ¿Hay algo más soberbio? ¿Hay algo más tonto? La verdad es que no podía elegir. Viajero clandestino, me había dormido en el asiento, y el revisor me sacudía: ‘¡Su billete!’ Debía reconocer que no lo tenía. Ni dinero para pagar en el acto el precio del viaje. Empezaba confesándome culpable: no llevaba encima mi documentación, ni siquiera recordaba cómo había burlado la vigilancia del guarda de la estación, pero aceptaba que me había introducido fraudulentamente en el vagón. Lejos de discutir la autoridad del revisor, protestaba mucho diciendo el respeto que tenía por sus funciones y me sometía de antemano a su decisión. En ese punto extremo de la humildad, sólo podía salvar la situación invirtiéndola: revelaba, pues, que eran razones importantes y secretas las que me llevaban a Dijon, que interesaban a Francia y tal vez a la humanidad. Tomando las cosas con esa perspectiva, no se habría encontrado a nadie en todo el tren que tuviese tanto derecho como yo de ocupar un asiento”.

Mas adelante nos dice: “Apenas empecé a escribir, solté la pluma con gran júbilo. La impostura era la misma, pero ya he dicho que para mí las palabras eran la quintaesencia de las cosas. Nada me turbaba más que ver cómo mis patas de mosca perdían poco a poco su brillo de fuegos fatuos en la apagada consistencia de la materia. Era la realización de lo imaginario. Un león, un capitán del Segundo Imperio, un beduino, caídos en la trampa del nombramiento, entraban en el comedor; se quedaban allí para siempre, cautivos, incorporados por los signos, creía haber anclado a mis sueños en el mundo con los arañazos de una pluma de acero. Obtuve un cuaderno, un frasco de tinta violeta; escribí en la cubierta: ‘Cuaderno de novelas’. La primera que terminé se llamaba Para una mariposa. Un sabio, su hija y un joven explorador atlético suben el curso del Amazonas en busca de una mariposa preciosa. El argumento, los personajes, el detalle de las aventuras e incluso el título estaban tomados de un relato ilustrado aparecido el trimestre anterior.”

Ya casi para terminar escribió: “Estaba alucinado. Mientras duró, consideré que no tenía problemas. A los treinta años logré una jugada maestra: escribir en La náusea —y puede creérseme que muy sinceramente— la existencia injustificada, salobre de mis congéneres y de poner a la mía a salvo. Yo era Roquentin, mostraba en él, sin complacencia, la trama de mi vida; al mismo tiempo era yo, el elegido, analista de los infiernos, fotomicroscopio de cristal y de acero inclinado sobre mis propios jarabes protoplásmicos. Más tarde expuse alegremente que el hombre es imposible; imposible yo mismo, difería de los otros sólo por el mandato de manifestar esta imposibilidad que, como consecuencia, se transfiguraba, se volvía mi más íntima posibilidad, el objeto de mi misión, el trampolín de mi gloria. Era prisionero de estas evidencias pero no las veía: veía el mundo a través de ellas. Falsificado hasta los huesos y mistificado, yo escribía alegremente sobre nuestra desgraciada condición. Dogmático, dudaba de todo, excepto de ser el elegido de la duda: restablecía con una mano lo que destruía con la otra y tenía a la inquietud por la garantía de mi seguridad: era feliz”.

En estos fragmentos intento dar cuenta de la riqueza estilística y conceptual de Sartre, aunque bueno, el libro debe leerse completo. Es interesante que luego de su escritura se le otorgó el Premio Nobel (1964), que rechazó en un acto de congruencia política e intelectual. En el caso de hoy, decidí escribir al respecto pensando en la importancia de leer y escribir, algo crucial en la formación humana, que ha permitido la construcción de nuestras culturas y el avance de la humanidad. Y para Sartre, “el existencialismo es un humanismo”.

En el reino de Ubú, estos temas no tendrían sentido, pero por eso este personaje ficticio es tan importante, pues nos muestra el contraste entre los mas altos valores de la humanidad y la ambición, la codicia y la avaricia, encarnadas en las phinanzas.

 

¡Vamos a interrumpir aquí!

 

Ismael Ledesma Mateos

Biólogo (UNAM), Maestro en Ciencias en Bioquímica (CINVESTAV), Doctor en Ciencias (UNAM), Premio a la mejor tesis doctoral en ciencias sociales en el área de historia por la Academia Mexicana de Ciencias (1999), Postdoctorado en el Centro de Sociología de la Innovación de la Escuela Nacional Superior de Minas de París, Francia. Director fundador de la Escuela de Biología de la UAP, Presidente de la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología A.C (SMHCT) (2008-2014), profesor-investigador de la FES Iztacala de la UNAM.

Ismael Ledesma Mateos
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