Ubú
Febrero 05, 2021 / Por Ismael Ledesma Mateos
Ismael Ledesma Mateos
El problema de la “raza” es fundamental en biología, fundamentalmente en genética y biología evolutiva, y tengo en mis manos dos tomos extraordinarios de una obra titulada Las razas humanas (Instituto Gallach, Barcelona, 1928) que leí cuando era muy joven, pues es un tema que siempre ha llamado mi atención. Se trata de una cuestión polémica y controversial que en los últimos años ha tomado un giro complejo, siendo algo digno de debatir.
En una definición de enciclopedia encontramos que: “En biología, raza se refiere a los grupos en que se subdividen algunas especies sobre la base de rasgos fenotípicos, a partir de una serie de características que se transmiten por herencia genética. El término raza comenzó a usarse en el siglo XVI y tuvo su auge en el siglo XIX, adoptando incluso una categoría taxonómica equivalente a subespecie. En 1990, el Congreso Internacional de Botánica eliminó el valor taxonómico de raza. A pesar de ello, su uso se mantiene en la lengua común y es muy frecuente cuando se trata de animales domésticos.
”En el caso del ser humano (Homo sapiens) algunos especialistas afirman que es inadecuado el uso del término raza para referirse a cada uno de los diversos o diferentes grupos humanos, y se considera que es más apropiado utilizar los términos etnia o población para definirlos. Más aún, los científicos consideran que, para referirse a seres humanos, biogenéticamente las ‘razas’ no existen, tratándose sólo de interpretaciones sociales”.
También el término ha sido sustituido por “etnia”, de forma tal que en el Diccionario de la Real Academia se encuentran las definiciones “Raza: 1. Casta o calidad del origen o linaje. 2. f. Cada uno de los grupos en que se subdividen algunas especies biológicas y cuyos caracteres diferenciales se perpetúan por herencia”.
Mientras que “etnia” significa: “1. Comunidad humana definida por afinidades raciales, lingüísticas, culturales, etc.”
Respecto a las razas, las declaraciones científicas que quizás gozan de más autoridad son las de un grupo de expertos reunidos por la Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura). En 1950, 1951, 1964 y 1967 se celebraron reuniones en las que un grupo internacional de antropólogos, zoólogos, médicos, anatomistas y otros promulgaron de común acuerdo cuatro declaraciones sobre las razas. La última enfatizaba los tres puntos siguientes
Se trata de un acuerdo internacional que, como señala el punto b) al decir “en parte convencional y en parte arbitraria”, deja abierta la puerta a la discusión.
En el clásico libro Herencia, raza y sociedad (FCE, 1956) de L. C. Dunn y Th. Dobzhansky, en el apartado “Cómo se distinguen las razas”, los autores escriben: “¿Cómo llega el vulgo al concepto de raza y cómo llega a él el hombre de ciencia? Supongamos que estamos considerando a los habitantes de una ciudad americana por ejemplo, Nueva York, y que conocemos las distintas clases de gente que viven en las diferentes partes de la ciudad, como Harlem, la Pequeña Italia, la colonia Noruega en Brooklyn, etc. Como legos notamos que los rasgos faciales y corporales son comunes en cada uno de los diferentes grupos. En Harlem la mayoría de la gente tiene la piel obscura, el pelo lanoso, la nariz ancha y los labios gruesos; y sabemos que descienden de antecesores africanos. En la colonia noruega encontramos muchas personas altas, muchas rubias y muchos ojos azules, mientras que los de ascendencia italiana tienden a ser más bajos, morenos y de ojos negros. Entre aquellos de ascendencia suiza o del sur de Alemania habrá probabilidades de encontrar estatura media, pelo obscuro, piel blanca y cabezas redondas.
”Podemos concluir que entre estos vecinos de la ciudad se pueden identificar cuatro grupos o razas: africana, europea del norte, europea central y europea del sur. Los antropólogos las han llamado respectivamente, negra, nórdica, alpina y mediterránea”.
Pero los dos autores concluyen que esto no tiene que ver con aptitudes mentales, lo cual es erróneo y aberrante, aunque estos dos grandes genetistas aceptan el concepto de raza en el ámbito estrictamente biológico. Y concluyen: “Es una pérdida inútil de tiempo discutir qué contribuciones particulares son superiores y cuales inferiores. No hay una medida común aplicable a las producciones de un poeta, un artista, un filosofo, un hombre de ciencia… la humanidad los necesita a todos”.
Estas ideas resuenan en mi mente, como biólogo, ex profesor de evolución y por la lectura del libro El color del privilegio. El racismo cotidiano en México (Planeta, 2020), Hernán Gómez Bruera se pregunta: ¿Qué es el racismo? Y a continuación escribe:
“Primero lo primero: Las razas no existen. Por lo general, ese suele ser hoy el consenso entre biólogos, genetistas y antropólogos. Es evidente que hay una serie de variaciones físicas de una persona a otra, pero, como escribe Olivia Gall, una de las mayores expertas sobre racismo en México, vistas de cerca no resultan significativas como para que se agrupe a las personas como ‘negros’, ‘blancos’, ‘asiáticos’ o ‘amerindios’, por mencionar algunas de las supuestas ‘razas’.
”Desde el punto de vista biológico, las características externas del ser humano a las que tradicionalmente hemos recurrido para distinguirnos a unos de otros no son indicadores confiables para explicar las variaciones genéticas. Así lo han demostrado los estudios más recientes sobre el genoma humano. Genéticamente, los humanos somos 99.9% iguales, independientemente del tono de piel o lugar de procedencias. En otras palabras, los elementos que nos diferencian a unos de otros se expresan únicamente en 0.1% de nuestro genoma. Tampoco desde el ámbito de la psicología se puede hablar de razas; el grueso de los psicólogos coincide en que los seres humanos, independientemente de su tono de piel o sus rasgos físicos, somos muy parecidos en nuestras capacidades y limitaciones mentales.
”Si las ‘razas’ no existen, ¿por qué tan comúnmente hacemos referencia a ellas, pensamos y discutimos sobre estas como si se trataran de una realidad palpable, material irrefutable? Porque lo que existe en realidad es sólo una idea de ‘raza’ en la que muchas personas han creído —por lo general con estúpido fervor—, y esa creencia ha tenido un impacto importante en la sociedad. Porque hemos construido un mundo donde el tono de piel o los rasgos físicos de las personas parecen —de manera equivocada— algo muy importante cuando se trata de distinguirnos entre unos y otros.”
Entre Dunn y Dobzhansky —el principal genetista de poblaciones y evolucionista de su época— y Olivia Gall y Hernán Gómez Bruera, hay muchos años de diferencia y las posiciones y perspectivas han cambiado, es así que lo complicado de ser capaces de definir la diversidad humana llevó a teóricos evolucionistas como Stephen Jay Gould a plantear que es posible prescindir del concepto de raza, ya que la “clasificación racial representa un enfoque obsoleto al problema general de la diferenciación dentro de una especie”. Pero una cosa es el concepto de raza y otra es el racismo. Lo primero es esencialmente biológico y el segundo es un fenómeno sociocultural con la pretensión de basarse en argumentos científicos. El racismo no puede ser sujeto de debate. Es inadmisible. Pero el concepto de raza sí. Gould, en La falsa medida del hombre (1981), hace un severo cuestionamiento al racismo y su relación con la craneometría, y hace un recuento histórico que lo lleva a la crítica de los métodos y motivaciones en los que se basa el determinismo biológico, la creencia en que “las diferencias sociales y económicas entre los grupos sociales humanos, principalmente las razas, clases sociales y los sexos, tienen un carácter hereditario y, por lo tanto, son un reflejo exacto de la biología”. Gould describe dos de las técnicas utilizadas para medir la inteligencia: la craneometría y los test psicológicos, para después exponer que se basan de dos falacias: la cosificación, es decir, “nuestra tendencia de convertir conceptos abstractos en entidades”.
Un problema en algunas argumentaciones contemporáneas acerca de la raza es el énfasis en la idea de genoma desde la perspectiva de la biología molecular, que deja de lado la visión clásica de la genética de poblaciones. En efecto, a nivel de las secuencias génicas, todos los humanos son iguales, e incluso a nivel citogenético, todos tenemos 46 cromosomas, y son iguales, pero el asunto debe enfocarse desde otra perspectiva, pues la definición de raza es: “un conjunto de poblaciones interfértiles que poseen determinados genes en alta frecuencia”.
No es algo observable, es estadístico. Y en consecuencia las frecuencias de genes para determinados caracteres son distintas en diferentes poblaciones que podemos llamar razas, eso implica que aunque los genotipos sean iguales, los fenotipos no; y eso tiene que ver con innumerables factores, incluidos los ambientales. De ahí la evidencia observacional que es innegable y, como dice el dicho entre biólogos: “genotipos vemos, fenotipos no sabemos”. Lo que me lleva a recordar la segunda ley de la herencia de Mendel —de la distribución de los caracteres de manera independiente y al azar—, que en clase bauticé como la “ley del sorullo”, por la canción que dice: “Oye sorullo, el negrito es el único tuyo”. Así son los procesos genéticos, pero no hay que perder de vista que la evolución es un fenómeno de poblaciones.
En el Reino de Ubú estos problemas no hubieran sido importantes. La raza no le importaría, tampoco el racismo. Sólo era trascendente mantenerse en el poder e incrementar sus phinanzas, además que por su ubicación geográfica sus súbditos pertenecería a una raza más bien homogénea, aunque el pertenecería a una raza extraña a juzgar por su fenotipo grotesco, pero es tan humano como cualquier otro, como humana es su maldad.
¡Vamos a interrumpir aquí!
Biólogo (UNAM), Maestro en Ciencias en Bioquímica (CINVESTAV), Doctor en Ciencias (UNAM), Premio a la mejor tesis doctoral en ciencias sociales en el área de historia por la Academia Mexicana de Ciencias (1999), Postdoctorado en el Centro de Sociología de la Innovación de la Escuela Nacional Superior de Minas de París, Francia. Director fundador de la Escuela de Biología de la UAP, Presidente de la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología A.C (SMHCT) (2008-2014), profesor-investigador de la FES Iztacala de la UNAM.
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