Ubú
Diciembre 19, 2020 / Por Ismael Ledesma Mateos
En estos momentos, cuando todo el tiempo se habla de vacunas y hasta cualquier comentarista de televisión nombra antígenos y cuestiones de inmunología, pienso en mi formación como biólogo. No cabe duda que la situación actual nos coloca más cerca que nunca de la biología. Cuando se tratan estos temas, la gente ignorante dice que son temas médicos. Nada más lejos de eso. De hecho, en la formación normal de los médicos no hay un curso de inmunología. Cuando estudié esa disciplina en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas (ENCB) del IPN, yo y dos amigos que fueron maestros de mi escuela en la UNAM nos sometíamos a los exámenes, pero los médicos, que pagaban una cuota muy alta, no eran examinados y les daban su diplomado de inmunología.
También pienso en la extraordinaria frase del Premio Nobel Jacques Monod, escrita en su libro El azar y la Necesidad, que cité cuando, el 14 de julio de 1987, presenté al H. Consejo Universitario de la UAP el proyecto de creación de la Escuela de Biología. Ahí dije que, como dijo Monod —Premio Nobel por haber explicado, junto con François Jacob, el proceso de regulación de la expresión del genoma en las bacterias—, “la biología es la más significativa de todas las ciencias, pues ha trastocado el pensamiento contemporáneo con el advenimiento de la teoría de la evolución”. Y bueno, ahora lo vivimos en carne propia, en un escenario donde la biología, que estudia a la vida, se encuentra enfrente de la muerte. Sí, ¡la muerte, desdicha fuerte!, como diría Calderón de la Barca.
Y efectivamente, la aparición de un nuevo virus es un fenómeno evolutivo. Es algo que no esperábamos, que no estaba previsto, pero que ha trastornado al mundo prácticamente todo este año 2020. Un virus desconocido, la necesidad de producir una vacuna y, algo de lo que no se habla mucho, de contar con un fármaco para inactivarlo (que no matarlo, pues no se puede matar lo que no está vivo y los virus no son seres vivos; son paquetes de información genética que, al contacto con una célula viva, la controlan y comienzan a replicarse, pero no son seres vivos pues carecen de metabolismo y otras propiedades fundamentales de la vida).
Esos seres extraños han colocado en un grave escenario a la humanidad, algo atroz. Y es aquí donde la biología se entrecruza con la política, pues el asunto no es de ninguna manera solamente científico, sino también político. Tiene que ver con la “gestión de los cuerpos” y con aquello que Michel Foucault ha denominado “el biopoder”. ¿Cuánta fragilidad de la humanidad nos ha mostrado el coronavirus? Fabricado por humanos, sean chinos o estadounidenses, quedó fuera de control, pues lo biológico tiene sus propias reglas y adquiere dimensiones independientes de sus creadores, como lo mostró Mary Shelley con el Dr. Frankenstein. La biología es única e inagotable, como la vida misma, y ahora sufrimos un ejemplo patético de ello.
Tenemos también ante nosotros un escenario donde, a nivel mundial, se encuentra la relación entre la ciencia y la política, donde se ve la liga indisoluble entre el conocimiento y la toma de decisiones. La cantidad de muertos aumenta de forma imparable. Las camas que eran suficientes en la ciudad de México han llegado a niveles de saturación y las vacunas que están por llegar a nuestro país se tendrán que aplicar de manera diferenciada. Pero las vacunas no curan: protegen, previenen, pero hace falta un fármaco específico.
Los enemigos políticos del gobierno actual de México, de la manera más asquerosamente inmoral, han tratado de utilizar la situación para atacar al Presidente, como si él hubiera creado el virus. Las consecuencia económicas son impactantes: cierre de fuentes de trabajo, con el consecutivo desempleo. Pero éste es un fenómeno mundial. Hace unos días, un mesero de uno de los pocos bares que están abiertos me dijo al respecto de la crisis: “pero sigan votando por López Obrador”. A lo que le respondí que se trata de un fenómeno mundial, de algo biológico que no tiene que ver con ningún gobierno. Pero así es la ideologización y el imperio de la ignorancia.
En su novela La peste (1947), Albert Camus realiza una narración que se centra en la ciudad argelina de Orán, a mediados del siglo XX. El autor nos describe una ciudad activa, fea y monótona, en donde sus habitantes solo piensan en trabajar para enriquecerse y reservan los placeres mundanos para los escasos momentos de ocio de que disponen. Su ritmo de vida es frenético y rutinario. Sin embargo, algo cambiará abruptamente esa forma de vida y será la aparición de una terrible epidemia que asola la ciudad, barriendo de la calle a cientos de cadáveres diarios. Como dice el narrador, las pestes y las guerras generalmente llegan cuando la gente está más desprevenida, esto es, cuando nadie está pensando en ellas.
La situación es tan grave que la ciudad es puesta en cuarentena, sitiada y rodeada por una estricta vigilancia. Los muros históricos de Orán son el límite que demarca su principio y su fin. Y, dentro de ella, se verá contenida toda la podredumbre humana, aunque también toda su gloria. El viraje en el estilo de vida de los habitantes se hace patente. El miedo hace mella en seguida: “hay los que tienen miedo y los que no lo tienen, pero los más numerosos son los que todavía no han tenido tiempo de tenerlo”.
El principal protagonista de la historia es el doctor Rieux, un médico que trata de contener la enfermedad por todos los medios. Se trata del personaje ético o moral de la novela, el que comprende la situación y trata de luchar desesperadamente contra la misma. Hay otro personaje fundamental también, el periodista Rambert. Este último personaje guarda todavía más complejidades en su carácter. No es habitante de Orán, sino que estaba de paso en la ciudad mientras que la mujer a la que ama está fuera. Y de hecho, él trata de escaparse. Pero debido a la estricta vigilancia no lo consigue y permanece ayudando, en la medida de lo posible, a que la peste no se propague.
Estos son algunos de los picos argumentales de la historia. Pero, en sí, esta sucede principalmente en la descripción que hace Albert Camus del avance de la peste. Describe detalladamente todas las catástrofes que produce así como los remedios que tratan de aplicar sus habitantes para cortar de raíz este mal. Se describen las medidas profilácticas y la cantidad de muertes que acontecen, siendo la enfermedad la verdadera protagonista de la novela. Narrado en primera persona, podemos ver cómo la voz acompaña a todos los personajes y lo observa todo desde una perspectiva neutral, sin involucrarse nunca en nada de lo que sucede. ¡Nada más cercano a la realidad que vivimos en todos los países del mundo!
Afortunadamente en el reino de Ubú no hubo una pandemia como ésta. No tendrían idea de ello ni la Madre Ubú ni el Capitán Bordura. Pero lo que enfrentamos es realmente feo, tanto que hace que nos invada la desesperanza, donde un aliciente es que el virus no mute y las vacunas en las que tanto cree la gente, no sirvan para nada. Pero bueno, el Padre y Rey Ubú estará a salvo de eso, y siempre con nosotros.
¡Vamos a interrumpir aquí!
Biólogo (UNAM), Maestro en Ciencias en Bioquímica (CINVESTAV), Doctor en Ciencias (UNAM), Premio a la mejor tesis doctoral en ciencias sociales en el área de historia por la Academia Mexicana de Ciencias (1999), Postdoctorado en el Centro de Sociología de la Innovación de la Escuela Nacional Superior de Minas de París, Francia. Director fundador de la Escuela de Biología de la UAP, Presidente de la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología A.C (SMHCT) (2008-2014), profesor-investigador de la FES Iztacala de la UNAM.
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