Gorilas en Trova
Noviembre 01, 2024 / Por Maritza Flores Hernández
En estos tiempos, donde se trata de transponer la frontera de una nueva era, el cambio climático y las guerras entre naciones obligan a estar conscientes de que la muerte nos acecha; o mejor, no. Sería mucho más provechoso ocuparse del presente, de poner una ofrenda o un altar de muertos, de visitar los panteones, desfilar con las Catrinas, envalentonarse y participar en un jocoso Halloween y, si Usted tiene vocación literaria, de escribir una “calaverita” para reírse un poco de los artistas de cine, deportistas, de sus maestros preferidos, y de algunos colegas y amigos que no se resientan por ser el motivo de tanta alegría.
Ahora bien, si en el transcurso de estos quehaceres se encontrara Usted, querido lector, con un fantasma, podría aprovechar y preguntarle —con mucho respeto—, disculpe Usted, excelentísimo señor Fantasma, ¿para qué sirve Usted?
Hay gran variedad de fantasmas, especialmente en el cuento y en la novela que confeccionan ficciones, a veces, sustentadas en la realidad; y, en la mayoría, en otras ficciones de las que nadie sabe su origen.
El rey Hamlet se aparece a su hijo, el príncipe Hamlet, para advertirle de los autores de su asesinato y exigirle un acto de venganza. Fantasma del drama, La tragedia de Hamlet, píncipe de Dinamarca, de William Shakespeare.
Jacob Marley, en su calidad de fantasma, lleva a su antiguo y avaro socio, Ebenezer Scrooge, a un paseo por el tiempo para hacerlo recapacitar sobre su pasado y su futuro. Personajes de la famosa película Cuento de Navidad, del realizador Robert Zemeckis, basada en la novela homónima de Charles Dickens.
Sam Wheat es aniquilado en un asalto programado por su codicioso colega, Carl Bruner. Para salvar a su pareja, Molly Jensen, de Carl, acepta y mantiene su categoría de fantasma en este mundo. Historia narrada en la película Ghost (Ghost, la sombra del amor), dirigida por Jerry Zucker.
Estos ejemplos que ofrecen dramaturgos, novelistas y guionistas, nutren la idea de que los entes sobrenaturales aparecen para denunciar hechos aboninables, para proteger, advertir y, también, para pedir que se cometan en sus nombres crímenes, sin importar las consecuencias.
Con todo, son insuficientes porque no se contaría con el testimonio de algún espectro autorizado en esta materia.
Por ello acudimos a sir Simon de Canterville, fantasma experimentado, pues durante 300 años de apariciones en el castillo Canterville, ubicado en Ascot, Inglaterra, pudo confirmar que, aun cuando logró atemorizar a muchos, al punto de hacer huir a caballeros, lores, damas cultas y demás, no siempre esa aptitud de hacer experimentar la cuarta dimensión a los humanos de este plano fue de utilidad para ellos.
Más bien, Simon de Canterville fue ridiculizado por la acaudalada familia Otis, pues todos y cada uno de sus miembros aseguraron que, debido al poder de su dinero, a su amplio conocimiento de las ciencias y a su dominio de la naturaleza, gracias al control que tenían de la tecnología, adquirían en propiedad el castillo con todos sus bienes, incluido también a su fantasma.
Y si bien al principio dudaron de su existencia, Canterville demostró todo lo que podía hacer en su carácter de ente paranormal. En respuesta, obtuvo toda clase de consejos, improperios, burlas, al extremo de que terminó usando el líquido que le obsequió la señora Otis para acallar el ruido de las cadenas, con las hacía un ruido ensordecedor que no amendentraba a nadie, por mas que molestaba a todos.
El fantasma, con el sistema nervioso colapsado, cayó en reclusión, abandonó los hábitos de producir las acciones y efectos connaturales a él y omitió su sello de marca: la gota de sangre en el parquet. Al respecto, reflexionó:
Puesto que la familia Otis no quería verla (la sangre), era indudablemente que no la merecía. Aquella gente estaba colocada a ojos vistas en un plano inferior de vida material y era incapaz de apreciar el valor simbólico de los fenómenos sensibles.
La cuestión de las apariciones de fantasmas y el desenvolvimiento de los cuerpos astrales era realmente para ellos cosa desconocida e indiscutiblemente fuera de su alcance.
Simon de Canterville, personaje principal y central de la obra, El fantasma de Canterville, de Oscar Wilde, pone sobre la mesa, entre otras muchas otras cosas, la capacidad de la humanidad para hacer ciencia, para aplicarla a la vida diaria, su facilidad para aficionarse a la tecnología con la que considera resolver todos los cuestionamientos de la vida, hasta aquellos que aunque no se escapan a su ámbito perceptible —puesto que los Otis pueden ver, oír y hablar con el fantasma—, son incapaces de comprender lo que realmente podría significar que el alma de alguien vague por el mundo terrenal.
La familia Otis da un trato de objeto al fantasma, lo despoja de todas las condiciones humanas: inteligencia, imaginación, reflexión, memoria, acción, por el único hecho de que carece de un cuerpo tangible, uno que ellos pudieran tocar.
Es extraordinario que a ninguno llamara la atención que Simon realizaba muchas cosas, verbigracia: trasnformarse, desaparecer, adquirir colores inverosímiles, mas no quitarse las cadenas ni dejar esa extraña apariencia.
Su Ser permanecía atado a la tierra por alguna circunstancia desconocida; sin embargo, a los Otis no se les ocurría preguntarse por ella. Y tampoco se sentían vinculados de ninguna manera con Canterville, más allá de que consideraban que lo habían admitido como parte del inventario del castillo y que ellos habían sido muy amables al no echarlo de inmediato (como si realmente pudieran hacerlo).
Es decir, el valor simbólico del fantasma pasa inadvertido para los inteligentes y soberbios Otis. Si ellos verdaderamente podían ver, oír y hablar con la visión, ¿por qué no se cuestionaban el valor de la vida y de la muerte? ¿Dónde queda el alma humana cuando se parte de esta dimensión? ¿El alma existe?
Cuando un humano ve a otro humano, ¿qué es lo que realmente ve? ¿Un cuerpo? ¿Una apariencia?
Canterville es muy útil, lo hace notar al señalar lo infructuosa que es la gota de sangre en el parquet y todo su Ser ante gente que no sabe mirar lo visible, ni lo invisible, a pesar de que se exprese ante sus ojos.
El protagonista confía a Virginia Otis —única hija de la familia, de alma pura, que sentía la soledad del fantasma, su tristeza y desánimo— el anhelo de la muerte, cómo la suponía; y cómo podría ella ayudarlo a alcanzarla.
Virginia le ayuda. A cambio, recibe un gran tesoro; para conocerlo, deberá Usted, querido lector, asumir el reto de leer este texto corto, lleno de ironía y paradojas que lo harán reír.
Mientras tanto, entre guerras y desafíos, disfrutemos de estas conmemoraciones y celebraciones, porque la promesa de la vida es ligera y de esperanza; y Virginia Otis, igual que Usted, tiene la llave.
Como siempre, Usted, querido lector, tiene la última palabra.
Cuentista, ensayista y también abogada. Egresada de Casa Lamm, donde hizo la Maestría en Literatura y Creación Literaria. Considera el arte, la ciencia y la cultura como un todo. Publica dos columnas literarias cada semana, en distintos diarios. Su obra ha formado parte de la antología de cuentos “Cuarentena 2020”.
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