Gorilas en Trova
Diciembre 03, 2020 / Por Maritza Flores Hernández
El miércoles 25 de noviembre de 2020, en el barrio de San Andrés, del Delta Tigre, cerca de Buenos Aires, Diego Armando Maradona dejó de existir. Bueno, en cierto sentido esto no es muy cierto, porque “El Pelusa” —como le decían sus amigos y todos los aficionados al futbol— trasciende como leyenda.
¿Quién podrá olvidar los dos goles con los que batió al equipo inglés, en el encuentro de cuartos de final de la Copa Mundial de Futbol, México 1986?
En aquella ocasión (22 de junio de 1986), la selección argentina sale desde su meta, avanza y de inmediato pasan el balón a Maradona, situado entre dos británicos.
El astro argentino lo recibe, da medio giro, y sin detenerse, aumenta la velocidad para trasponer la media cancha. Se quita de encima a un par de oponentes. Otro inglés le hace frente, Maradona lo supera.
Los dos adversarios que desde el inicio lo vienen marcando, no logran contenerlo. Por el contrario, los arrastra con su fuerza, técnica y habilidad. Ingresan al área chica, donde un anglosajón interviene y, simultáneamente, el portero sale y se abalanza contra la pelota. El Pelusa salta y da un puntapié al cuero. Luego otro salto y otro puntapié. Desesperado, el defensa Terry Butcher lo golpea en el tobillo derecho, pero no lo detiene. Prosigue con una patada cortita. Otro zaguero inglés se atraviesa para cortar el camino al esférico, mas éste sólo obedece a Maradona y entra directamente al arco, rompiendo la red.
Éste es el gol del siglo, el mejor gol de ese campeonato, a manos de quien para muchos es el mejor jugador del siglo XX, Maradona.
El primer gol de este memorable partido daría lugar a la famosa frase: “La mano de Dios”.
La escuadra albiceleste jala el balón hacia la portería inglesa, Maradona se descuelga, elude a varios de sus contendientes. Jorge Valdano lo pasa a un colega. Un defensa inglés lo rechaza e impulsa hacia la casa custodiada por Shilton. Éste y Maradona saltan tras el esférico. El guardameta se alza con ambos brazos hacia arriba y los puños cerrados. El famoso mediocampista argentino echa atrás la cabeza y levanta el puño izquierdo, golpea el esférico, desvía su ruta; éste cae dentro del arco y rebota contra el fondo de la red.
Se desata la discusión. El árbitro sostiene que no vio la mano — aún no existe el VAR— y la anotación se da por buena.
Posteriormente, El Pelusa aceptaría que metió el gol con el puño cerrado. Dijo que sus compañeros de equipo no festejaban con fervor. Y aunque no queda claro quién le adjudicó la frase de que este gol fue hecho con “La mano de Dios”, lo cierto es que quedó para la posteridad. Con ello nacieron los primeros pasos para hacer de él una leyenda.
Los dos goles, según los expertos, son extraordinarios. No sólo porque son los más emblemáticos de todas las copas mundiales, sino porque el argentino — etiquetado con el número 10—, los mete haciendo gala de sus dotes de gambetero.
En efecto, pese a su corta estatura de apenas 1.65 cm, es capaz de eludir a siete hombres del equipo contrario, quienes no consiguen pararlo, adelantarlo ni inmovilizar sus movimientos. Los quiebres y elipsis que dibuja alrededor de ellos son una verdadera suerte de contradicciones; con ellas los engaña.
Esta portentosa habilidad le permite superar al guardameta Peter Leslie Shilton, de 1.85 m de estatura. Recuerde, ambos saltan por la pelota y, no obstante la diferencia de 20 centímetros, Maradona lo sobrepasa. Como quiera que sea, esto es una proeza.
En la final, enfrentan al gran oponente: Alemania. Al que le ganan con todas las de la ley, coronándose como los Campeones Mundiales de 1986.
Estos hechos naturales dotados de un poco de la magia de Maradona, nutren su leyenda. Pues es indudable que la mayoría de sus contrincantes siempre serán muy superiores en estatura, pero no en fuerza física, equilibrio ni ingenio, dones de los cuales está sobrado el protagonista de esta historia.
Aún más, da a sus compatriotas la dicha de ganarle al representativo de Inglaterra. País con el que sostienen una relación poco amistosa. Tras la Guerra de las Malvinas (1982), los británicos conservan la hegemonía sobre el archipiélago formado por las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur, que Argentina considera de su dominio original.
A todo lo anterior se suma el carácter narcisista y extravagante de Diego Armando Maradona, quien no duda en distinguir con su amistad a personajes que tienen una peculiar concepción de la democracia: Fidel Castro, Evo Morales y Nicolás Maduro.
Por otra parte, ha inspirado a músicos y realizadores, quienes han escrito y dirigido, por lo menos, diez canciones y otro tanto igual de películas y documentales, sobre su vida.
Para colmo, algunos de sus seguidores crean la iglesia “maradoniana”.
Fundada en 1998, en Rosario, Argentina, su función es rendir culto a sus hazañas futbolísticas. Dicha parodia encuentra otra sede en Nápoles, Italia, y se extiende hacia otros países: España, Alemania, Japón, México, Uruguay y Estados Unidos.
No se sabe que Maradona realmente crea ser un dios; de lo que sí hay constancia es de la admisión que hace de sus desatinos personales y de la necesidad de no mezclarlos con el deporte del futbol.
En efecto, el 10 de diciembre de 2001, durante un partido homenaje entre Argentina y Colombia, en el estadio La Bombonera, declara:
“El futbol es el deporte más lindo y más sano del mundo… de eso no quepa la menor duda a nadie. Porque se equivoque uno, no lo tiene que pagar el futbol. Yo me equivoqué y pagué. La pelota no se mancha.”
Maradona, famoso por sus adicciones a las drogas y los múltiples problemas de conducta que le acarrean, no tiene miedo de vestirse como director técnico de varios equipos de futbol, conductor de su propio show, entrevistador de toda clase de personajes y activista político.
Sin embargo, su personaje más querido, es el de jugador de futbol; deporte al que reconoce como su cuna y su casa, donde se siente libre.
Diego Armando Maradona —el de la melena larga y fina que ondeaba con el viento—, nacido el 30 de octubre de 1960, en Lanús, Argentina, se pregunta a sí mismo:
“Si tuvieras que decir unas palabras en el cementerio a Maradona ¿qué le dirías?”
Y él mismo se responde:
“Gracias por haber jugado al futbol, gracias por jugar al futbol porque es el deporte que me dio más alegría, libertad. Es como tocar el cielo con las manos.
”Gracias a la pelota.
” Pondría una lápida: ‘Gracias a la pelota’.”
Este diálogo, sostenido en su show en 2005, ha llegado a su culminación. Sus palabras resuenan:
Gracias por haber jugado al futbol.
Gracias a la pelota.
La leyenda continúa.
Cuentista, ensayista y también abogada. Egresada de Casa Lamm, donde hizo la Maestría en Literatura y Creación Literaria. Considera el arte, la ciencia y la cultura como un todo. Publica dos columnas literarias cada semana, en distintos diarios. Su obra ha formado parte de la antología de cuentos “Cuarentena 2020”.
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