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El ajolote como símbolo de la melancolía en México

El ajolote como símbolo de la melancolía en México

Diciembre 11, 2020 / Por Jazmín Ivonne Gutiérrez Maya

En 1853, al puerto de Veracruz llega Alfredo Dugès, médico de formación atraído por los relatos sobre México y su diversidad de especies. En sus primeras colectas buscó ajolotes, animales enigmáticos que ameritaban ser estudiados. El general Elie Frédéric Forey envió 34 ejemplares al Museo de Historia Natural de París para que Auguste H. A. Duméril los estudiara.

Existe un relato acerca de cuando Duméril recibió los ajolotes mexicanos. Quedó tan maravillado con ese animal extraño que decidió hacer una presentación del mismo en un evento donde colocó un ejemplar en un acuario de cristal cubierto por una cortina roja. Cuando el público estuvo ahí —políticos, aristócratas, periodistas y colegas científicos—, y corrió la cortina para mostrar al ajolote, lo que se vio fue una simple y común salamandra, lo que ocasionó la burla de la audiencia. Duméril quedó perplejo. ¿Qué pasó? Acaso las condiciones ambientales de París, el lugar donde se encontraba, indujo la metamorfosis del ajolote, animal neoténico que mantiene características larvarias, pudiendo reproducirse en esa condición sin madurar jamás, pero cuando maduró en una circunstancia extraña dejó de ser joven y se volvió una salamandra adulta.

Su nombre en náhuatl (axolotl) proviene de Xólotl, que es agua, y se ha traducido en diversas maneras: juguete de agua, monstruo acuático, gemelo de agua y achoque de agua. Xólotl es una especie de Caín: hermano gemelo de Quetzacóatl, el hermano precioso. Xólotl es monstruoso y deforme.

De acuerdo con Bartra “Como parte de la mitología prehispánica los aztecas creían que en la ciudad sagrada de Teotihuacán, después de que Nanahuatzin y Tecuciztécatl se hubieron convertido respetivamente en sol y la luna tras tirase a la hoguera, los dioses se percataron que el sol seguía sin moverse. Entonces decidieron morir todos, para darle movimiento a los astros. Pero hubo uno Xólotl, que se negó al sacrificio, echó a huir metiéndose al agua convirtiéndose en pez que se llamaba axolotl”. Es un dios que le teme a la muerte, que no acepta y que quiere escapar del sacrificio mediante sus poderes de transformación.

La representación del ajolote en México, aunque podríamos considerarlo símbolo de la mexicanidad, no queda clara para muchos de nosotros. Hay gente que piensa que los ajolotes son los renacuajos (larvas) de las ranas, lo cual revela la ignorancia acerca de este animal enigmático. Efectivamente sí es una larva, pero no de rana, que llega a reproducirse en ese estado debido a la expresión de la neotenia, siendo una salamandra detenida en un estado juvenil del desarrollo. Como Bartra escribe (La jaula de la melancolía. Identidad y metamorfosis del mexicano), refiriéndose al ajolote: “su resistencia a metamorfosearse en salamandras los obliga a una orgullosa revolución: a reproducir infinitamente su larvario primitivismo”.

Como escribió Malcolm Lowry en Bajo el volcán: “… el ritmo lento, melancólico y trágico de México de ese México lugar de encuentro de distintas razas y antigua arena de conflictos políticos y sociales…”, la metáfora de la eterna juventud encarnada en la neotenia del ajolote implica necesariamente el miedo a la muerte, y de ahí la asociación del ajolote —representación de Xólotl, el dios que temía morir—, aunado a este miedo, con la melancolía que encierra siempre la incertidumbre respecto a la vida. En los hechos, México es un país siempre cercano a la muerte, donde se le rinde culto, lo que tiene un componente indisoluble: la melancolía.

El ajolote es un animal apasionante para la biología, pero también para las ciencias sociales, en particular la antropología y la historia, que nos lleva a la reflexión sobre una temática tan trascendental como la de nuestra identidad nacional, plena de metáforas y simbolismos.

Dice David Guajardo Ruz “Los axolotes sonríen como mentándonos la madre. Sus ojos de oro nos contemplan desde la irónica inmovilidad de su ser a lo largo de los siglos. Este anfibio, endémico de los lagos de Texcoco, ha sido ¿víctima? de verse forzado a mutar en mitos, metáforas, palabras. Una de sus advocaciones más conocidas ha sido la de encarnar al mexicano, quien según Octavio Paz en El laberinto de la soledad se encierra y se preserva”.

“El hombre parece haber evolucionado a partir de la adaptación de un simio neoténico a su medio ambiente, en un proceso paralelo al que observamos en el axolote. El hombre se caracteriza por el enorme retardo en su desarrollo somático: emplea casi un tercio de su vida en crecer. Y sufre una especie de metamorfosis sólo al acercarse la senilidad, como señala Simone de Beauvoir, cuando siente el vértigo agónico de acercarse no al final sino al principio: a la especie que dio origen al hombre. La metamorfosis, para el hombre, puede ser un retorno a su condición animal, como muy bien supo Gregorio Samsa cuando la imaginación de Kafka lo transformó”.

Recordando a uno de mis cantautores favoritos, Luis Eduardo Aute, tomo un fragmento de su canción “Cinco minutos”, que me evoca el tema de la mexicanidad:

…voy a quedarme cinco minutos,

cinco minutos, los que me quedan,

y olvido el luto,

cinco minutos,

cinco y no más.

Y esos minutos tomaron tequila,

cantando, riendo, llorando

a la luna de Tepoztlan…”

Jazmín Ivonne Gutiérrez Maya

Jazmín Ivonne Gutiérrez Maya
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