Ensayo

Farenheit 451: Puerta a la esperanza

Farenheit 451: Puerta a la esperanza

Octubre 13, 2020 / Por Maritza Flores Hernández

Covid-19 perturba a las sociedades del siglo XXI. Miles de personas han fallecido; millones se enfrentan al desempleo, a la escasez alimentaria, y con perplejidad observan cómo se polarizan las ideas. No obstante, por absurdo que parezca, sólo una pregunta importa: ¿Está usted enamorado? Es probable que de su respuesta dependa lo que hallemos en el fondo de la caja de Pandora.

Guy Montang, el célebre bombero y héroe de Farenheit 451, cuya función principal es aniquilar, mediante el incendio, todos los libros junto con las bibliotecas e inmuebles que los albergan y a cualquier necio que se abrace a ellos, declara con contundencia: ¡Estoy muy enamorado!

En su noble labor destructora no caben los miramientos ni las sensiblerías; junto con sus camaradas, Beatty, Stoneman y Black, sólo cumple órdenes. Éstas provienen de la autoridad que somete a la ciudad y la vida de cuantos la habitan, conforme al sistema totalitario que preconiza.

Al mismo tiempo, se desatan las tensiones de una guerra de proporciones atómicas que finalmente estalla.

Empero, el destino tuerce su pacífica existencia, lo saca de su cotidianidad. Ese “destino” se llama Clarisse McClellan, una adolescente que al estilo de la poetisa Emily Dickinson, es capaz de localizar la belleza más allá de la tecnología, de las bombas y de las quemas que destruyen la memoria del mundo.

Ella ve poesía en la naturaleza: en una flor, en la lluvia. Disfruta de las charlas con su familia, de una caminata en la soledad de la calle, lo cual está absolutamente prohibido. De hecho, a los habitantes del planeta Tierra les parece una locura o una tontería.

Montang conversa con la joven, quien usando un diente de león, flor de intenso color amarillo, descubre algo terrible.

—(…) ¡Qué vergüenza! No está enamorado de nadie

—¡Sí que lo estoy!

—Pues no aparece ninguna señal.

—¡Estoy muy enamorado! —Montag trató de evocar un rostro que encajara con sus palabras (…)— Es el diente de león —replicó él—. Lo has gastado todo contigo. (…)

(Ray Bradbury. Fahrenheit 451. Apple Books. p. 25)

Desde ese momento, el valiente bombero busca en sus recuerdos cuándo fue que se enamoró de Mildred, su esposa. Le pregunta sobre el instante en que se conocieron. Sin embargo, abstraída en las tres paredes de la estancia de su casa, ella prácticamente no lo escucha.

Las tres paredes son, cada una, pantallas desde las cuales los intérpretes de realities shows le hablan por su nombre, interactúan con ella. Ellos constituyen “su” Familia, y la vida ocurre en ese seno.

Cuando Mildred logra percibir los comentarios de su marido no comprende a qué viene la pregunta; como tampoco por qué, últimamente, le intrigan los libros y sus contenidos. Además, tiene bien aprendido que leer o poseer uno de esos objetos es un delito que debe ser castigado.

Desde luego, el protagonista huye con sus tesoros. Los bomberos y sus máquinas infernales lo persiguen. Faber, su mentor, le sugiere esconderlos en cualquier lugar, un disco, por ejemplo, y le pide clarificar lo que realmente está buscando.

La angustia causada por ignorar lo que está sucediendo, cómo salvar la vida, qué medidas adoptar, dónde ocultarse, lo conducen a un estado de incertidumbre que por momentos le orillan a olvidar la guerra.
Y es entonces cuando, aferrado a sus dos propósitos —uno, dilucidar cuándo comenzó a amar a Mildred, y otro, proteger las obras—, encuentra, junto con otros individuos, sitios inesperados para preservarlas.

Obviamente, Montang altera el orden establecido. Despertar los antiguos saberes —incluso los suyos mismos y el del amor— le lleva a comprender por qué le preocupa tanto que su mujer se halla alejado de él, de su hogar, de ella misma, y que la “Familia” sea lo único que le importe.

Alguna vez le salva la vida, sin que ella siquiera se enterara ni lo agradeciera, pues dada la cantidad de píldoras que consumía —proporcionadas por los servicios de salud— y su imperiosa necesidad de estar absorta frente a las pantallas, le era imposible tener consciencia de ese evento y de ningún otro.

Aunque simple bombero, Montang nunca desiste. Confía en que las respuestas le serán dadas, que recobrará el minuto en que se enamoró de Mildred y que encontrará la manera de seguir adelante a pesar de la guerra, de la destrucción y de la pérdida de vidas.

En el camino hace nuevos amigos. Juntos, con una fuerza transformadora, trazan planes, los ponen en marcha. Y aguardan expectantes lo que está por suceder.

Covid-19 nos ha puesto al límite de nuestras realidades, la batalla contra el virus será más larga de lo pronosticado. Para colmo, los desastres naturales se multiplican: todos los días aparece uno nuevo. Lo inverosímil: dentro de los hogares, imitando a Guy Montang, se preguntan ¿cuándo nos conocimos?

Por momentos, el desasosiego crece como las llamaradas en el papel ardiendo a 451 grados farenheint, sin dejar rastro alguno.

Pero el hombre de este milenio, audaz como sus antepasados, con toda seguridad, permitirá que un diente de león responda a la pregunta ¿está Usted enamorado?

Y sin importar cual sea la respuesta, ésta será el impulso que detone y sostenga la creencia de que algo bueno está por venir, que las soluciones serán reveladas, y que la conquista de otros mundos es posible, tal y como lo pronosticó con mucha alegría Ray Bradbury, autor de Farehenit 451, obra con la que se abre una puerta a la esperanza.

Maritza Flores Hernández

Cuentista, ensayista y también abogada. Egresada de Casa Lamm, donde hizo la Maestría en Literatura y Creación Literaria. Considera el arte, la ciencia y la cultura como un todo. Publica dos columnas literarias cada semana, en distintos diarios. Su obra ha formado parte de la antología de cuentos “Cuarentena 2020”.

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