Ensayo
Diciembre 22, 2020 / Por Antonio Bello Quiroz
(Kaos)
Antonio Bello Quiroz
Me siento abrumada, y aburrida, y decepcionada,
como siempre me siento el día después de Navidad
Sylvia Plath
Aun cuando no se tenga certeza alguna de que el nacimiento de Jesús (si existió) haya sido el 24 de diciembre, la celebración de la Navidad ha sido el gran mito que convoca a la unidad imaginaria en occidente.
La Navidad ha sido motivo de inspiración para escritores y autores en tan diversos géneros, como E.T. A. Hoffman y su cuento “El cascanueces y el rey de los ratones” en 1816; lo mismo hace Oscar Wilde como autor de “El gigante egoísta”. Incluso los sentimientos de Navidad inspiraron a la intrigosa Agatha Cristhie, para escribir Navidades trágicas. También el poeta Dylan Thomas escribió La conversación de Navidad, en 1947. Y John Tolkien, a quien conocemos por su fantástica El señor de los anillos, escribió Cartas de Papá Noel, en 1994. Se trata de las cartas ilustradas que Tolkein escribía a sus hijos cada año como si fuera Papá Noel, ilustraba las narraciones con dibujos que revelan las actividades y los secretos de este personaje navideño cuando no es época de andar en trineo entregando regalos.
Cierto es que los sentimientos que promueve la Navidad son la paz, la armonía, el perdón o la reconciliación. En diversas épocas, algunos autores se han referido en sus trabajos a la Navidad en tono dramático, trágico, incluso trumático.
La Navidad, ese gran mito sostén de las sociedades occidentales cristianas, ha sido tomada como epitome de la felicidad, la abundancia y el amor, época cargada de sentimentalismos que buscan una posible reconciliación con lo mejor del ser humano. Sin embargo, es también motivo para la nostalgia, recuerdo de tragos amargos, de tristeza, soledad y abandono.
La vasta literatura de la Navidad aborda todos estos tópicos.
Sin duda alguna, en la Navidad del presente año, dado el extraordinario evento que nos ha tocado vivir en el mundo, Covid-19, se habrá de revelar, de manera significativa, esta condición traumática de la navidad. Se revelará como extendida por todo el mundo, de manera generalizada, prácticamente sin distinción, pero este costado traumático se ha dejado ver en todas las épocas.
El trauma, el padecer de la ruptura, está aquí ligada a la pulsión de muerte, encontrada fundamentalmente a partir de la pulsión de muerte en 1920. Freud habla de neurosis traumática ligada a un acontecimiento violento o un acontecimiento violento de la infancia. Se presenta como un retorno repetitivo de una escena insoportable. Aunque bien es cierto que la vivencia insoportable tiende a revivirse en los sueños, aquí bien podríamos decir que los cuentos de navidad son como un sueño. En este caso, la literatura imita a los sueños. Veamos.
Un clásico de la época navideña, quizás el más famoso desde 1843, es Cuentos de Navidad, de Charles Dickens. Desde entonces, difícilmente alguien ha escapado a su lectura y son legión las adaptaciones al cine o teatro. La historia del escritor inglés es simple: el señor Scrooge, un anciano avaricioso, detesta la Navidad. Piensa que las celebraciones de Navidad son una pérdida de tiempo para un hombre a quien sólo le interesa el dinero y los negocios. Todo cambia cuando una noche lo visita el fantasma de su ex socio, Jacob Marley, quien había muerto siete años antes. El amigo, mejor dicho, el espectro del amigo llega arrastrando pesadas cadenas como castigo por su vida egoísta, le advierte a Scrooge sobre una próxima visita que le hará cambiar de parecer. El anciano testarudo y ambicioso no toma en cuenta las palabras del espectro.
La visita anunciada son tres espíritus: los de la Navidad pasada, la Navidad presente y la Navidad futura. La primera muestra al viejo amargo su infancia; la segunda, la Navidad presente, le muestra cómo celebra la Navidad su empleado Cratchit, con felicidad y espíritu positivo, pese a la pobreza y la enfermedad de uno de sus hijos; por último, la Navidad del futuro le muestra la insoportable tragedia en que se convertirá la vida de Scrooge al borde de la tumba. Ante esta revelación, el anciano recapacita y, sin que se sepa que es él, le envía un pavo a su empleado. El anciano se arrepiente de su avaricia y busca redimirse.
Vemos en este clásico cuento de Navidad que es el sentimiento de culpa, ante la amenaza de un futuro trágico, lo que el autor usa para introducir su moraleja: nos presenta al futuro como un castigo pero también como posibilidad de redención después del arrepentimiento.
Es aquí donde aparece verdaderamente lo traumático (sabemos que trauma significa ruptura). Este hombre, Scrooge, no es bueno, se vuelve bueno ante el temor a la muerte.
Sabemos que la obra no puede separarse de su autor, así, el tono melancólico, nostálgico, incluso amargo de este cuento de Navidad proviene de la infancia de Charles Dickens. Nacido en 1786 en el puerto de Portsmouth, al tener cinco años su familia se traslada a Londres, donde su padre tenía una fuerte tendencia al despilfarro, cargado de deudas y sin espacio para los cuidados del joven Charles.
A los doce años, su padre fue llevado preso. La familia decidió vivir con él en prisión, sin embargo Charles fue llevado a vivir a una casa de asistencia. Tuvo que trabajar todo el día en una oscura y húmeda bodega, con tan sólo la compañía de las ratas, hecho que le resultó insoportable y le lleno de desolación y resentimiento. Lo traumático de la infancia no es ajeno a la condición trágica que se expresa en su literatura, al mismo tiempo que cierto tono sentimentalista que anhela la reconciliación, incluso por la vía del arrepentimiento.
En otro cuento de Navidad, quizá más trágico, “La vendedora de cerillas”, asistimos a un verdadero relato estremecedor. El autor es ni más ni menos que el danés Hans Christian Andersen quien con toda crudeza nos muestra el lado aterrador de la Navidad. El argumento estremece: la última noche del año, una noche muy fría, en medio de las casi solitarias calles cubiertas de nieve, una niña harapienta y descalza camina de un lado a otro intentando vender sus cerillos que nadie compra. Agotada, se sienta en el suelo y hecha bolita para paliar el frío, saca un cerillo e intenta encenderlo sin lograrlo por la humedad, con dificultad consigue encenderlos y uno a uno los va consumiendo para darse un poco de calor. Y así, uno tras otro, mientras imagina aquellos lugares donde desearía estar. Mira al cielo y ve una estrella cruzar el cielo. “Cuando una estrella cae, un alma se eleva hacia Dios”, le había dicho su abuela, a la que ve de pronto aparecerse ante sí. Justo en el último fósforo, ambas se resguardan del frío. Al día siguiente la pequeña vendedora de cerillos es encontrada en la misma calle, sola y muerta de frío.
En ambos cuentos, los protagonistas muestran algo del orden de lo inaceptable de la vida, algo de lo traumático, y que se revelan con mucha potencia (por contraste) ahí donde se intenta imponer el imperativo de ser feliz, la Navidad por ejemplo, se trata de la soledad y la muerte. Lo traumático de la navidad que hoy nos confronta como pocas veces.
Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.
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