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Fernando Castellanos, arte y pandemia

Fernando Castellanos, arte y pandemia

Diciembre 19, 2020 / Por Maritza Flores Hernández

El artista plástico, Fernando Castellanos, conocido como “El Cronista Plástico de Puebla”, nos recibe en su estudio.

Pinturas, caballetes, lienzos y acuarelas nutren la ordenada estancia, demostrando por qué ha sido el ganador de distintos premios de pintura a nivel nacional y estatal, tanto en acuarela y acrílico como en cartel.

Fernando Castellanos Centurión, uno de los artistas plásticos más importantes de Puebla, nos platica que nació en la ciudad de Puebla en 1937; además, vivió muchos años en el centro histórico y firma sus obras como Fernando Castellanos.

Comenta que está ligado al arte y a la pintura desde hace mucho tiempo. Su tatarabuelo, Pedro Centurión, a mediados del siglo XIX fue pintor y director de la Academia de Bellas Artes de Puebla. Y Mariano Centurión, su tío abuelo, fue pintor y escultor.

Asimismo, Manuel Centurión, su abuelo materno, escultor, es el autor del monumento ecuestre de Simón Bolívar situado en la Ciudad de México. Por último, Juan Castellanos Cedeño, su padre, fue pintor y autor de talavera.

 

 

—Maestro, nos damos cuenta que usted viene de una larga tradición de pintores: tatarabuelo pintor, abuelo pintor; que su padre también fue un pintor muy importante para Puebla y para toda la región. Para que Usted se hiciera pintor, ¿qué tanto influyó en su ánimo el hecho de que toda su familia se dedique a la pintura? ¿O esto es genético?

—Yo creo que es genético porque heredé del abuelo y de mi padre el gusto por la pintura; y a la mejor también, la habilidad y facilidad para trabajarla, y el amor por ella.

También, siempre vi a mi padre trabajar sus cuadros y las clases que impartía como maestro.

La inspiración para dedicarme totalmente a la pintura viene de ellos.

Antes no tenía mucha posibilidad de pintar más, porque me dediqué mucho tiempo a la docencia en la Academia de Bellas Artes y, luego en clases particulares. Eso me absorbió mucho.

Pero de unos años para acá estoy totalmente dedicado a la pintura.

 

—Sabemos que usted ha tenido una preparación no solo académica, en el sentido de que fue alumno de la Academia de Bellas Artes y del Instituto de Artes Visuales del Estado de Puebla, sino que colaboró en orfebrería y en las técnicas textiles. ¿Cómo fue eso y de qué manera influyó en su obra?

—Influyeron mucho.

La habilidad para dibujar se fue formando en el dibujo para la industria textil.

Había una fábrica de estampado a mano. Con los dibujos se hacían unas láminas grandes, se sacaban los colores y pasaban por un proceso que ahora se conoce como serigrafía. En esa época, era el proceso japonés antiguo de estampado a mano. Yo trabajé en los dibujos en el estampado a mano.

Los colores se sacaban en negativos. Por ejemplo, se copiaba un estampado de cinco colores. Luego se sacaban cinco colores y de estos, sus cinco negativos.

Por lo que hace a la orfebrería, terminé la secundaria. En ese entonces no fui nada bueno para la escuela. Pero mi padre no me obligó a hacer una carrera y comenzó a buscarme dónde trabajar. En una ocasión me llevó con unos amigos de una tienda de abarrotes y quería que yo comenzara a trabajar ahí, pero no me gustó la idea.

Me fui a la orfebrería, comencé por lo más sencillo. Después trabajé piezas importantes.

Trabajé el cincelado, el soldar las piezas. Por ejemplo, el sagrario que va en las custodias lleva toda una serie de piezas pequeñas para sacar y meter las ostias al sagrario. Ésas son las que soldaba. Armaba las coronas de plata y oro.

La orfebrería se acabó debido al Concilio del Vaticano, que dijo que no más obras suntuosas. Sin embargo, fue una experiencia muy bonita, no muy bien pagada.

Pero, fue maravillosa por el cincelado. Entraba uno al taller y se oía el golpeteo del martillo para el cincelado. Pero sepa, primero va el repujado y, luego, el cincelado.

Mi maestro orfebre fue José López Sánchez, un orfebre oaxaqueño-poblano de una gran tradición de orfebres de Oaxaca. Eran de Huajuapan de León. Tengo un gran recuerdo de ese extraordinario artista.

Tenía su orfebrería en la 16 de septiembre entre la 9 y la 11. Duró muchos años. Trabajaba para toda la república. Elaboraba custodias, copones, coronas, aureolas, sagrarios, incensarios. Todo lo relacionado con las iglesias y el arte sacro.

Todos los trabajos se hacían en plata y en oro. En oro nos los pagaban mejor porque el trabajo era más delicado y costoso. José López Sánchez era un artista de la orfebrería.

 

 

—¿El arte sacro influyó en su propio arte?

—Yo creo que sí. Tengo algunos trabajos. Pero más que todo, me enseñó el arte de la paciencia para trabajar la obra sacra y cualquier otra obra. Porque cuando uno crea un cuadro, debemos saber cuándo se termina. Pero antes hay que analizarlo, plantearlo; y luego tener mucha paciencia para saber trabajarlo y saber cuándo ya está terminado.

La orfebrería me dio mucho conocimiento del volumen. Y con la técnica del cincelado hice piezas muy personales. Inclusive trabajé algunas piezas de orfebrería particulares.

 

A lo largo del todo planeta, en todos los tiempos y religiones, hay una gran cantidad de arte sacro suntuoso. Por ejemplo en los templos bizantinos, en las iglesias rusas, o en algunos templos budistas o del extremo oriente. ¿Qué tiene de malo que el arte sea suntuoso? ¿O es sólo porque mucho de este arte se encuentra en las iglesias?

—Yo creo que este arte es la reproducción del amor de las religiones a sus personajes. Cada una quiere crear lo más bello hacia ellos. Por ejemplo, ofrecerla a Jesús, a la Virgen. En todas las religiones el arte sacro es maravilloso.

Pero es maravilloso entrar a un altar barroco. En México, hay altares barrocos fabulosos, llenos de movimiento y de imágenes fabulosas; es entrar a un mundo fantástico de arte. Lástima que se perdieron muchos altares barrocos por la moda de lo clásico.

 

—Su obra pictórica es peculiar. Para muchos, cuando ven una obra de Fernando Castellanos, por una parte piensan en Gabriel Vargas y, por otra, en el “Corzo” Ruiz. El “Corzo” o “Corcito” Ruíz que, de modo escenográfico, nos platicaba de la vida. Y Gabriel Vargas, quien hablaba de la cotidianidad de la ciudad de México, de las clases populares y medias; del peluquero, del bolero. ¿Considera usted que es verdad que en su trabajo hay una influencia de estos dos artistas?

—¡Cómo no! El “Corso” trabajaba los temas populares de México, y yo también hago un recuento, recordando mi juventud y mi infancia, recordando las calles, los camiones de pasajeros y los personajes. Por ejemplo, aquí representé el jardín de los fotógrafos callejeros —Fernando Castellanos va señalando sobre dicha obra que tenían un caballito de cartón, donde posaban las personas que querían ser retratadas. Atrás tenían una vista de una Virgen de Guadalupe o de un paisaje, donde posaba la gente y la cámara antigua. Junto tenían las fotografías en un cuadro para mostrar y, ahí mismo, revelaban y entregaban la fotografía. Esos fotógrafos desaparecieron; llenaron toda una época de la historia del arte popular.

En cuanto a la familia Burrón, de Grabriel Vargas, también tengo una influencia. Pero hay una diferencia: las de Vargas son caricaturas, monitos muy simpáticos. Mis personajes son un poco más realistas. Toda esa época de los Burrón, yo las plasmo también. Tengo unas vecindades con todo ese ambiente.

Tengo algunos cuadros de vecindades, por ejemplo éste donde está el abonero, los vendedores que entraban a esos lugares. Está un soldador que entraba gritando: “tinas, cubetas, regaderas, algo que soldar”. También están los tendedores. Ya no existen nada de eso. En el cuadro, también represento a los vendedores de gelatinas; a nosotros, los niños de entonces, jugando.

Ese ambiente lo traslado con un toque de humor. Por ejemplo, “El casamiento”: el novio muy triste, el papá de la novia enojado; el sacerdote, las damas vestidas igual, chismeando, aconsejándose; la novia con un poco de volumen en el abdomen, para dar la impresión de estar embarazada; el perro. Los parientes ricos que llegaron a la fiesta.

Todos los personajes tienen expresión, tienen humor. Para este cuadro me inspiré en una fotografía antigua, de una prima: la novia no es mi prima, pero el niño pequeño es mi hermano.

 

 

—En su obra hay una constante, la cámara fotográfica. ¿Por qué la representa?

—Yo quise dar un toque diferente a mis cuadros, aplicando la perspectiva curvilínea, que es captada por una cámara especial conocida como “ojo de pescado”. Esas fotografías salen con la perspectiva curvilínea, que está basada en la perspectiva lineal, tienen las mismas reglas, nada más que todas las líneas —tanto las de horizonte, de fuga, como todas— son curvas. Lo aplico para darle más interés. Es como si fuera un paneo de fotografía actual. En mi obra, las estructuras de arquitectura y los personajes tienen esa perspectiva curvilínea.

 

—Mucha gente lo menciona a usted como el “Cronista Plástico de Puebla”, ¿es cierto? ¿Es correcta esta mención?

—Sí, porque me he dedicado a reproducir una época de mi niñez y de mi juventud. A la gente que recuerda esa época, le gusta mucho. Y lo plasmo para que la gente se de cuenta de lo que existía, los camiones de pasajeros y todo el ambiente de esa ápoca.

 

—Su obra es de colores vívidos y puros: rojo, amarillo, verde, rosa. Su pintura está llena de color.

—Cada uno trae su colorido especial. A través de los años va uno logrando un colorido propio. Los personajes son muy míos, son una estilización, van teniendo un carácter propio. El color es alegre, me surge el colorido alegre.

 

—Vemos otra constante, en todos sus cuadros: hay perros. ¿Son perros callejeros?

—En esa época había muchos perros, ahora ya no. Pero en esos años, había caravanas de perros, seguían a una perrita. Además, todo mundo tenía su perrito. Son parte del paisaje o del escenario.

 

 

Nos decía que hace falta, aquí en Puebla, un reconocimiento a todos los artistas: orfebres, escultores, poetas, músicos, pintores, artistas visuales. ¿Por qué cree que falta reconocimiento a nuestros artistas en una Puebla, donde priva la cultura y la ciencia?

—Sí, falta el reconocimiento porque no ha surgido un secretario de cultura interesado en ese reconocimiento. Pedro Ángel Palou fue el secretario de cultura que, en su época, transmitió la cultura. En ese tiempo trabajé como promotor de arte; pero él estaba al tanto de las exposiciones.

Cada mes, venía una exposición de México, del INBA. Y todas las salas, que eran cuatro, cambiaban exposiciones cada quince días, con gente de México también. El gobierno cortó la aportación y la Casa de Cultura se quedó como elefante blanco. Creo que la época de Pedro Ángel Palou fue la mejor de la Casa de la Cultura.

 

—Nos decía que en Puebla nos falta cariño al arte. Sin embargo, mucha gente cree que el arte es elitista, para gente conocedora o para universitarios, y por eso sólo lo ven en el museo y no se atreven a comprarlo y llevarlo a casa. ¿Qué opina de esto?

—Es parte de la cultura. A la gente le gusta mucho el arte realista: esos bodegones que casi son fotografías. Admiran y les gusta mucho el realismo, una manzana o una botella con todo sus detalles y brillos, eso es el realismo que le llama la atención a la gente.

Pero a ese realismo le hace falta creatividad. La pintura valiosa, la de altura, es la creativa; donde el pintor desarrolla su creatividad, su personalidad. Es más difícil para los pintores que trabajan el surrealismo, el abstracto y esa clase de corrientes. Hay pintores abstractos que tiene un círculo que se interesa por ese arte y cuando son buenos tienen éxito. Pero tienen más éxito los realistas; es lo que gusta.

Cuando la gente ve una creatividad media abstracta, se da la vuelta, no le llama la atención. Por eso es bueno, en las exposiciones, que el artista platique con la gente. Para que entiendan cómo encontrar la creatividad, la armonía del color, algo que en esa pintura nos trasmite emociones, la textura, los colores, la armonía, la composición, los rasgos, es lo que encontramos en ese arte.

En Puebla eso no funciona, además que las autoridades no hacen caso a la cultura en general, la sociedad tampoco hace caso. Ha habido intentos de galerías, pero en general no funcionan, sólo las que tienen un círculo de clientes. Pero tienen una tecnología; a veces, unas manchas muy simples, con un buen marco, son caras. La gente lo paga porque está envuelta en ese glamour.

Oí a una critica de arte muy famosa que decía, la gente debe de comprar lo que le llame la atención, lo que le guste. Pero hay otra gente que son coleccionistas, buscan obras de calidad o que tienen ciertos conocimientos de pintura, y reconocen la calidad.

Es como en la música hay que cultivarse para poder deleitarse con una ópera con una música de cámara. También en la pintura se requieren ciertos conocimientos para apreciar el arte moderno.

Para mí, en la pintura, lo más valioso es la creatividad del ser humano. Por ejemplo, mi trabajo consulto para saber o recordar cómo era una camarita de fotografía antigua, o un camión. Pero todo es creativo: yo no copio fotografías. Lo que consulto, lo interpreto. Y los escenarios y las figuras humanas las creo sin fotografías.

Para la acuarela y los paisajes se vale uno de la fotografía, pero hay que saber interpretar no hacer una copia exacta.

Aunque siempre hay que estudiar, consultar. Por ejemplo, para consultar un tinacal me fui con parientes de un pueblo, visité tinacales. Me di cuenta de los barrilitos chiquitos, los castaños, cómo es un tinacal; después, lo represento, pero no copio una fotografía.

 

—La pandemia, ¿cómo le ha afectado?

—La pandemia ha afectado a todas las personas, viejos y niños; se entra en depresión, extraño a mis hijos, a mis nietos.

No salir de nuestras casas, especialmente los vulnerables: los viejos y los niños; eso nos produce depresión, pensamos tonterías.

Pero hay algo positivo, me he dedicado más a mi arte. Creo que he producido mucho en estos meses.

En el arte: la música, la pintura, la escultura, la poesía, es posible encontrar la salida al encierro mental y espiritual en que nos encontramos.

Creo que cada maestro, por ejemplo, el músico, con sus elementos, con su lenguaje, puede enseñar a los niños y a los jóvenes, el regocijo del arte. Aferrarse al arte es la solución al encierro de la pandemia.

 

—¿Qué desea para esta Navidad?

—Para esta Navidad, deseo abrazar a mis seres queridos y que todos tengamos salud y estemos bien.

Maritza Flores Hernández

Cuentista, ensayista y también abogada. Egresada de Casa Lamm, donde hizo la Maestría en Literatura y Creación Literaria. Considera el arte, la ciencia y la cultura como un todo. Publica dos columnas literarias cada semana, en distintos diarios. Su obra ha formado parte de la antología de cuentos “Cuarentena 2020”.

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