Káos

Amor, sexualidad y erotismo

Amor, sexualidad y erotismo

Julio 04, 2023 / Por Antonio Bello Quiroz

Portada: Fotograma de Her (2013), dirigida por Spike Jonze.

 

Pero lo que está aquí en el horizonte es lo que produce la demanda en cuanto tal, a saber, la simbolización del Otro, y la demanda incondicional de amor.

Aquí es donde va a alojarse ulteriormente el objeto, pero como objeto erótico, buscado por el sujeto.

Jacques Lacan

 

La vida amorosa del ser humano cruza por diversos avatares: se transita esencialmente de lo sexual a lo amoroso, pasando por el erotismo y la muerte. Es decir, el vínculo amoroso con el otro, con el semejante, inicia por la “propia” constitución sexual. Primero en una relación de objeto con carácter autoerótico, donde el objeto de satisfacción se encuentra en el propio cuerpo; más tarde, este vínculo será sublimado (desexualizado) hacia la elección de objeto de amor, por la vía de la represión, y el primer objeto de amor es la propia imagen, desde luego, atravesada por el Otro.

Sexualidad, amor y erotismo, atravesados por la muerte, operan como instancias distintas de la vida psíquica. Instancias que no pueden suponerse en armonía, aunque eventualmente puedan entrar en confluencia en la relación de objeto, aunque se trata de una ilusión de unidad. En las expresiones cotidianas de la vida amorosa de los sujetos, en especial en la neurosis, podemos saber de la relación entre estas instancias, una relación siempre fallida. Por un lado, en la imposibilidad como ocurre con el obsesivo, o bien en la insatisfacción por la vía de la histeria.

Para el psicoanálisis, la constitución psíquica del sujeto pasa por el tránsito del drama edípico (y la castración), por tanto, la posición sexual no se limita a la anatomía sino a la relación con lo simbólico, con el Otro con mayúscula (la cultura, la Ley). De esta manera, la sexualidad, entonces, no es una cuestión biológica sino significante. Es decir, cuando en psicoanálisis se habla de castración, por ejemplo, no se trata de ninguna referencia factual, sino del cambio de lugares que la lógica del dispositivo edípico impone a cada sujeto. Ahora bien, es sabido que en los inicios teóricos de Freud la constitución psíquica y sexual de hombres y mujeres se propone de manera paralela. Pronto el maestro vienés habrá de rectificar y establecer que hombres y mujeres tienen distintos procesos de organización psíquica y sexual. Esto implica que, tanto en la posición sexuada como en la vida amorosa, hay disparidad entre hombres y mujeres.

De esta manera, el encuentro entre los sexos y, para cada uno de los sexos, el encuentro con el objeto amoroso está marcado por el desencuentro. El erotismo, en cambio, es puro encuentro, pero insostenible, entre la sexualidad y la muerte. Aquí se halla la médula de la vida amorosa. Por un lado, hay entre hombres y mujeres una condición estructural diferente en cuanto a cómo se presenta la demanda de amor. Por el otro, hay una diferencia en cuanto al goce. Dicho de otra manera: si bien es cierto que cada sujeto tiene un vínculo con el goce sexual y otro vínculo con el amor, hombres y mujeres amamos y gozamos de manera distinta.

Así, podemos leer en Eros en (des) concierto, de Osvaldo M. Couso, que “en los hombres, la salida masculina del Edipo consiste en renunciar a ser el falo y encontrar un modo de tenerlo. Ello los lleva a la lucha con la potencia peligrosa del padre, para resolver la contradicción entre la feminización (que el padre implica si es potente) y su masculinidad (inalcanzable si no lo es). La salida femenina del Edipo es, en cambio, renunciar a tener el falo y encontrar el modo de serlo”.

Las mujeres quedan atadas a la demanda de amor, a preguntarse si el hombre las ama y a la espera de algo que el hombre les debe dar: el falo, el amor, un hijo. Esperan que el hombre las mire, les hable, las tome en cuenta. Los hombres, por su parte, no dejan de mostrar una y otra vez su torpeza y cobardía ante la demanda de la mujer. La paradoja no impide el acercamiento amoroso, dice Osvaldo M. Couso. Cada uno en su posición: él poniendo el acento en el falo y en el goce fálico; ella más condicionada por el amor.

Entre lo sexual y lo amoroso se teje la vida sexual en cada sujeto. En psicoanálisis, sin embargo, la sexualidad está atravesada por la imposibilidad del goce absoluto del objeto. Para Lacan: “La sexualidad está en el centro, sin duda alguna, de todo lo que sucede en el inconsciente. Pero está en el centro en tanto es una falta. Es decir, que en el lugar de lo que fuera que pudiese escribirse de la relación sexual como tal, se sustituyen los impasses, que es lo que engendra el goce precisamente sexual.” Se trata de un goce que no es absoluto, ya que está marcado por las diferentes formas del fracaso que constituye la castración del lado masculino y la división en cuanto al goce femenino por el otro.

Aunque estas condiciones son estructurales y de carácter inconsciente, y por tanto operan en todo ser hablante, es decir, con quien esté atravesado por el lenguaje, cada época muestra su singularidad en cuanto a la forma en que se juega la imposibilidad en la vida amorosa. Así mismo, cada época establece los dispositivos por los que le dará posibilidad a la imposibilidad. Conocemos algunos modelos, que van desde el amor cortés, pasando por el romanticismo, hasta llegar al amor moderno, que no se puede desligar del encuentro con las histéricas en Freud, quien hace de su invención un auténtico tratamiento de amor.

En la actualidad, en una época convulsiva e hiper-revolucionada, con el principado de la inmediatez, se impone un tipo de vínculo amoroso, que bien podríamos llamar fóbico, caracterizado por la ausencia de vínculo.

El mundo virtual en que nos movemos ha “facilitado” mantener una relación inexistente salvo en la virtualidad (esa especie de universo paralelo), y con ello mantener el deseo a buen resguardo. Se trata de jugar el juego amoroso por vía de mensajes de texto, sin jugarse en un vínculo que comprometa el deseo. Las salidas amorosas se han vuelto tan sólo el pretexto para seguir la “relación” virtual que ocupa el verdadero lugar del objeto. Las redes sociales nos permiten perfectamente construirnos una imagen de una relación, con una historia hecha de imágenes bonitas, valorada por los likes que consigue, pero sin que el deseo se ponga en riesgo.

La virtualidad en el amor nos permite acceder a aquello que parecía una fantasía: amar sin tener que vérselas con la imposibilidad. Se busca, en el universo virtual, amar sin sufrimiento, amar sin sentirnos que a quien amamos le damos el poder de destruirnos. Se trata de una forma de “vivir” la ilusión del amor sin fallas. Cuando aparece alguna falla en el vínculo virtual basta con buscar un nuevo perfil, mandar una invitación de “amistad” y todo reinicia. Amar sin riesgo, sin comprometer el deseo, ésa es la apuesta en el amor en su modulación fóbica: una ilusión de unidad entre amor, erotismo y sexualidad, eludiendo la amenaza de muerte.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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