Káos

El amor y la mujer

El amor y la mujer

Febrero 21, 2024 / Por Antonio Bello Quiroz

Portada: Nahui Olin, Nahui y Lizardo en la bahía de Acapulco (detalle), 1930.

 

Sólo el amor permite al goce condescender al deseo.

Jacques Lacan

 

El amor tiene rostro de mujer, el amor está del lado de lo femenino. Desde la segunda mitad del siglo XX, en el mundo se han venido sucediendo grandes cambios de manera vertiginosa. Quizás el más potente y radical de todos sea la presencia activa de la mujer. Su presencia como discurso. Una presencia que hasta hace muy poco era prácticamente inaudible.

Hay tres aspectos que podemos destacar a partir de esta toma de lugar de la mujer en el mundo: su inserción en la vida laboral, su participación abierta en la vida política y académica, y, quizás el más relevante, una sexualidad más activa ante la posibilidad que genera la anticoncepción masiva, que permite separar la sexualidad y la reproducción. Esto implica la posibilidad de tener o no hijos, una posibilidad de decidir que, por paradójico que se escuche, no tenían las mujeres hasta hace poco.

Las consecuencias de los dos primeros aspectos se han abordado en mayor o menor grado en estudios sociológicos y antropológicos. La tercera, sin embargo, no podría pensarse a profundidad sin el psicoanálisis.

De hecho, Sigmund Freud, el inventor del psicoanálisis, había predicho que cuando la ciencia pudiera facilitar la anticoncepción masiva, las relaciones entre hombres y mujeres cambiaría de forma relevante. La razón no le faltó. Ahora ante esa posibilidad, y muchos otros aspectos como la reproducción asistida y la diversidad sexual, estamos ante una verdadera revolución de la sexualidad.

Sabemos que Freud, lo primero, escuchó la voz de las mujeres: es por su encuentro con las pacientes histéricas y por no salir huyendo ante el amor, como ocurre con su colega Joseph Breuer, por lo que le fue posible inventar el psicoanálisis. El psicoanálisis se inventa a partir de escuchar los padecimientos de las pacientes histéricas.

La cuestión no fue ni ha sido fácil. Pese a darle un lugar en su escucha a la singularidad de su sufrimiento, podemos ubicar tres momentos de pasmo en Freud con respecto a las mujeres y su deseo: primero, ante los enigmas que le planteaba Karl Abraham sobre la sensibilidad del clítoris y la vagina, Freud reconoce que de eso no sabía absolutamente nada; más tarde, en 1928, Freud le confiesa a Ernest Jones: “todo lo que sabemos del desarrollo temprano femenino me parece insatisfactorio e inseguro”. Y por último, el escabroso momento en que la princesa Marie Bonaparte le dirige la famosa pregunta ¿Was will das weib? (¿Qué quiere la mujer?)

La maternidad, como una de las tres salidas que Freud propone para lo femenino, no resuelve en absoluto el enigma que le representa la vida sexual de la mujer, quedando así como un misterio señalado como “el continente negro”. Es necesario hacer la acotación que cuando en psicoanálisis se habla de sexualidad se habla de la vida erótica lo mismo que del amor.

Sabemos que Freud se plantea en principio una constitución sexual paralela entre el hombre y la mujer, y sólo más tarde va a establecer una diferencia entre ambos donde la sexualidad en el hombre se organiza en torno a la relación al objeto y su amenaza de castración, mientras que la mujer está organizada en torno al penisneid o envidia del pene.

Por otro lado, el psicoanalista francés Jacques Lacan planteará la organización de la sexualidad en torno a un único significante: el falo, y desde ese factor de regulación va a establecer por lo menos dos goces: el del significante y el del cuerpo, también conocidos como goce fálico y goce Otro o de la mujer. Ante esto, y siguiendo el seminario XX de Lacan llamado Encore, Aún, es necesario preguntarse sobre el lugar y función del amor en esta organización dispar del sujeto con respecto a la sexualidad.

Y desde ahí plantearse: ¿por qué, según lo ha planteado Freud, en Inhibición, síntoma y angustia, el amor tendría un estatuto de privilegio en la problemática de la feminidad?

Si, como se sabe, la posición femenina frente al goce consiste en ser no-toda sometida al falo, no toda circunscrita por el goce del significante, ante esto no podemos sino ser coherentes y radicales para señalar que entonces el destino de una mujer es el ser no-toda-sujeto. Quizás ahí radique su enigma y su devenir insoportable para la lógica fálica.

Es decir, ser no-toda sujeto implica que una mujer está no-toda determinada por su inconsciente. Desde luego, no se dice que la mujer es sin inconsciente, de ninguna manera, se dice que el inconsciente no le cubre toda. Hay en ella una parte insubjetivable: su reclamo, el reclamo femenino es justamente subjetivar esa parte imposible de ella misma que se representa en su cuerpo. Reclamo imposible de satisfacer, por cierto. Dicho de otra manera, lo que quiere una mujer, como lo plantea Sergé André, es recibir un suplemento de inconsciente (ese suplemento que le permita existir como sujeto allí donde ella es un cuerpo gozante).

Con lo señalado hasta aquí podríamos intentar desglosar un pasaje oscuro del seminario XX, Aun, donde Lacan señala que: “…si la libido sólo es masculina, nuestra querida mujer, sólo desde donde es toda, es decir, desde donde la ve el hombre, sólo desde ahí puede tener un inconsciente”. Una mujer, entonces, no está toda determinada por el inconsciente sino “allí donde ella es toda”, es decir, sólo sería colocándose en la lógica del todo, esto es, en la medida en que ellas se definieran como castradas.

Y hay que subrayar esto que digo ahora para poder leer la posición que toma Antígona cuando se ve separada (castrada) de su hermano Polinice, separada de su amor insustituible.

Ante esto, desde esa división, una mujer quiere ser amada, pero no porque ese deseo las coloque en una posición pasiva sino porque de ese modo quieren ser hechas sujetos allí donde el significante las abandona.

Si hay vínculos con el amor en los tres registros que Lacan propone (en lo imaginario por la vía de la identificación, centrada en la imagen; en lo simbólico por la vía de la palabra, centrado en el sujeto) es en lo real donde opera la antinomia que el inconsciente introduce entre el deseo y el goce y que aquí nos resultará de mucha importancia.

Desde esta antinomia podemos establecer, con Lacan, una fórmula que nos permita decir que si el deseo es siempre deseo del Otro, el goce no es goce del Otro, excepto en las psicosis.

El deseo pone en juego la relación del sujeto con el Otro simbólico, puro lugar del significante donde la palabra del sujeto encuentra su fundamento; mientras que en el goce, es en el cuerpo del Otro real el que es llamado, y fallado, mostrando su pura inexistencia. En lo real, el vínculo amoroso apunta al ser.

Y si, para cerrar, pensamos al amor en relación con la noción de Ley, lo que nos resultará aquí más fecundo.

Remitámonos a otro seminario de Lacan, el 8, ahora sobre ese tipo de amor que es La transferencia, donde aborda ese diálogo de Platón conocido como El banquete o sobre la erótica, donde Pausanias, ante la entrada de Alcibiades, señala que el amante es el único que tiene el privilegio de poder transgredir dos leyes fundamentales de la sociedad ateniense: la que rige la esclavitud y la que concierne a la fe otorgada a los juramentos. Así, el amante, el que ama, es un fuera-de-la-ley que se sirve de la ley y la pone de su lado.

Alcibiades, en el banquete, encarna esta posición, irrumpe en la reunión ya organizada (el banquete) y con ello se coloca como un fuera de la ley, y además pone las leyes a su favor, sólo así se puede posicionar como quien ama, y no sólo como quien hace un discurso de amor.

Que el amante se coloque como un fuera-de-la-ley no implica que no tenga consecuencias y estas casi siempre son figuras de lo fatídico: el exilio, el destierro, el rechazo. El amante franquea el límite que Lacan va a designar como el entre-dos-muertes. La muerte, a falta de la Ley, es el único lugar donde los amantes pueden reunirse. El amor puro, ligado al cuerpo gozante, se convierte en la vía para la desmentida del no-todo que caracteriza a la posición femenina.

“Sólo el amor permite al goce condescender al deseo” dirá Lacan, y ya aquí podemos ver que el amor sólo puede estar del lado de la mujer, es decir, del lado del intento por superar el no-todo de la relación sexual. Ante la imposibilidad de la relación sexual, sólo queda el amor. El amor, por la vía del deseo, suple la ausencia de relación sexual.

El deseo se erige sobre el poder de la falta. El amor se juega sólo del lado femenino en tanto que es desde la falta (desde el no-todo) que el amado se coloca en posición de amante. Sólo se puede amar a partir de la falta, sólo es posible amar en posición femenina.

Antonio Bello Quiroz

Psicoanalista. Miembro fundador de la Escuela de la Letra Psicoanalítica. Miembro fundador de la Fundación Social del Psicoanálisis. Ha sido Director fundador de la Maestría en Psicoanálisis y Cultura de la Escuela Libre de Psicología. Ha sido Director de la Revista *Erinias*. Es autor de los libros *Ficciones sobre la muerte*; *Pasionario: ensayos sobre el crimen* y *Resonancias del deseo*. Es docente invitado de diversas universidades del país y atiende clínica en práctica privada en Puebla.

Antonio Bello Quiroz
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