Ubú
Mayo 07, 2021 / Por Ismael Ledesma Mateos
La evaluación es una temática trascendental y delicada que, en el ámbito educativo, involucra todos los niveles y es una arena de intensos debates ideológicos. En la evaluación se juegan posiciones de todo tipo, donde podemos encontrar proyectos de derechas o de izquierdas, donde lo histórico, lo político y lo social se articulan de manera compleja y no debe perderse de vista la manera como queda anclada a proyectos gubernamentales de determinadas épocas. Existen diferentes formas de evaluación, algunas de las cuales tienen como función la planeación de acciones estratégicas, con la obtención de la información necesaria para tomarlas, u otras pensadas en la punición. Se trata, pues, de una categoría heterogénea.
Un ámbito específico es el de la evaluación de la investigación científica, donde se dan particularidades y tendencias que implican formas de ver el mundo e incluso manifestaciones ideológicas. La evaluación de la investigación se da en dos dimensiones: una institucional, donde se evalúan programas y proyectos; y otra individual, donde se evalúa a los investigadores. Esta última, ligada a los sistemas de estímulos y recompensas que existen en diferentes instituciones como la UNAM, el IPN o el CONACyT, con el Sistema Nacional de Investigadores (SNI), donde nos encontramos con el efecto de San Mateo, ya abordado en otro momento (Ubú, 5 de marzo de 2021).
Recientemente se publicó la noticia de la suspensión de la prueba PISA, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), utilizada para evaluar la educación en jóvenes estudiantes y que es un indicador de gran valor para los tecnócratas. El gobierno ha desmentido esto y afirma que se seguirá aplicando, pero abre un espacio de reflexión acerca del valor de dicha prueba ante lo que aparecen diferentes posturas. Yo, en lo personal, considero que este tipo de indicadores son en esencia falaces y obedecen a un patrón determinado, a un encasillamiento de lo que debe ser la educación. El neoliberalismo busca insertarse en todos los ámbitos de la vida social, y la educación es uno trascendental.
Otro ejemplo son los exámenes de admisión para las instituciones educativas, que constituyen una forma de evaluación punitiva que conduce a discriminar quien ingresa o no a un nivel de escolaridad. ¿Realmente son creíbles? Para mí no y sólo constituyen un sistema represor que favorece la discriminación y la exclusión. En efecto, la evaluación involucra estas categorías determinantes en sociología: Discriminación y Exclusión. Tanto en lo que corresponde a la educación en todos sus niveles, trátese de alumnos o de profesores, como en la investigación científica y tecnológica, la evaluación se manifiesta como un espacio de poder que determina lo que pasa y lo que no. Otro ejemplo son los exámenes psicométricos, donde de manera prejuiciosa se cataloga a los individuos sin considerar la realidad de la que proceden, por lo que hay quienes llaman a los que los aplican “psicofarsantes”.
En días recientes el astrofísico Mario de Leo Winkler renunció a la dirección del SNI por motivos de salud. En fecha reciente, el director del SNI fue criticado porque en el nuevo reglamento se retiró el estímulo a mil 632 investigadores del sector privado, lo cual ha sido catalogado por los científicos como discriminatorio. Esto es parte de un panorama conflictivo donde la ciencia se ha mostrado reticente a los cambios instrumentados por la llamada 4T. Ya desde el 2019 Antonio Lazcano-Araujo, biólogo y miembro de El Colegio Nacional, había enviado una carta planteándole la necesidad de su renuncia, lo que revela el desgaste al que el funcionario estaba expuesto. La renuncia del director del SNI, por motivos de salud u otros, es tan solo un detalle que sirve como mención a ese sistema de evaluación que en los hechos se rige por criterios muchas veces nefastos.
Evaluación es un término que va ligado al de frustración. Pensemos en un niño con su boleta de primaria con calificaciones de seis o reprobatorias, o un investigador que no consiguió su promoción en el SNI, o cuyo proyecto de investigación fue rechazado. Es cierto, la evaluación y el diagnóstico son fundamentales para el funcionamiento de las instituciones de educación, ciencia y tecnología, pero no deben sobrevalorarse, debiendo entenderse que son fuentes de conflicto y que deben ser manejados adecuadamente.
Algo muy importante que debe considerarse es lo que se va a evaluar, cuáles criterios se utilizarán, con qué marcos referenciales, parámetros de contrastación, valoración del contexto y las condiciones sociales, históricas y políticas del momento y de la circunstancia. Esto es diferente a la evaluación tecnocrática, que homogeneiza todo en función de su ideología. Por ejemplo, en el caso de la ciencia un criterio predominante es contar el número de artículos (“papers”), independientemente de consideraciones cualitativas, o bien la exigencia de su publicación en revistas llamadas de alto impacto, sin que se tome en cuenta su pertinencia. Lo que ha llevado a burlarse de esa actitud llamándola “la ciencia del paper”.
En el Reino de Ubú el evaluador era él, determinando qué se aceptaba o no en la sociedad, claro que no en educación y ciencia pues no había tal cosa. Sin embargo, en nuestro mundo, que a pesar de todo guarda paralelismo con el del padre Ubú, la evaluación tecnocrática se erige como si fuera él, omnipresente y omnipotente, sin lugar a diversidad de consideraciones, sin entender la heterogeneidad del mundo.
¡Para mí es suficiente!
Biólogo (UNAM), Maestro en Ciencias en Bioquímica (CINVESTAV), Doctor en Ciencias (UNAM), Premio a la mejor tesis doctoral en ciencias sociales en el área de historia por la Academia Mexicana de Ciencias (1999), Postdoctorado en el Centro de Sociología de la Innovación de la Escuela Nacional Superior de Minas de París, Francia. Director fundador de la Escuela de Biología de la UAP, Presidente de la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y de la Tecnología A.C (SMHCT) (2008-2014), profesor-investigador de la FES Iztacala de la UNAM.
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