De color humano

Quiero ser narco

Quiero ser narco

Septiembre 02, 2022 / Por Eliana Soza Martínez

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Es una mañana soleada en la zona Villa Copacabana de la ciudad de El Alto, en Bolivia, ubicado a dos horas de La Paz. La psicóloga comunicadora María Galindo les hace una visita a partir de la invitación de una de las responsables de la mesa directiva. Le han contado que en este lugar las calles son de tierra, no cuentan con servicios básicos ni siquiera una escuela cercana con ambientes confortables. Galindo va preguntando a la gente que se reunió para recibirla sobre el monto de dinero con el que sobreviven a la semana. Las personas van describiendo que familias de cuatro solo cuentan con 20 dólares para 7 días y la constante inseguridad que experimentan en su zona debido a la falta de policías. Antes de entrar a conocer algunos ambientes comunitarios, la psicóloga se acerca a un grupo de adolescentes que quieren mandar saludos. Una de ellas, la más alegre, saluda a su mamá. Cuando le preguntan qué ha pensado para su futuro, ella, también entre risas, responde que a su madre le dice que quiere ser psicóloga pero que en realidad sueña con ser narco. Galindo le vuelve a preguntar qué dijo y la muchacha repite “narco” y todo el grupo se ríe.

Este video se viralizó de inmediato en Bolivia. Además de la reflexión que hace Galindo después de escuchar esta respuesta de una niña no mayor de 14 años, es importante reflexionar qué tipo de visión de futuro le estamos dejando a las nuevas generaciones. Bolivia no es el único país en Latinoamérica donde el narcotráfico se ha vuelto el pan de cada día.

Es una realidad que, gracias a las redes sociales, se conoce y se presentan pormenores de lo que significa ser un narco en el país, por lo menos el lado glamoroso. Todavía recuerdo como en Tik Tok se veía a jóvenes que se jactaban de haber comprado autos y motocicletas costosas, chicas bañándose en dinero. Ni qué decir de las series, películas y telenovelas con las que los medios de comunicación bombardean a los televidentes, algunos de los títulos: Rosario Tijeras, La Muñecas, Señora Acero, Sin Tetas no hay Paraíso, El final del Paraíso, La viuda de la Mafia y otras más. A esto se suman los narcocorridos y otros elementos que nos hacen pensar que se está construyendo una narcocultura en la que están imbuidas las nuevas generaciones.

Una de las características de estas historias —aunque no puedo generalizar porque no las vi, pero si leí sus sinopsis— es que los protagonistas, provenientes de familias humildes, son orillados por variedad de razones hacia el narcotráfico y algunas veces por decisión propia. Entonces prueban la miel de la ganancia rápida y fácil de dinero, de lujos que solo hubieran imaginado y de un poder sobre la vida de otros seres humanos. Si bien, se muestran las dificultades, enemigos, pérdidas, sacrificios y la violencia que involucra esta actividad, será que las personas nos quedamos con lo positivo y más los adolescentes, que pueden imaginarse a ellos mismos en esa situación y además creyendo: yo seré más listo, no cometeré errores y tendré suerte.

Por todas estas razones no me parece tan descabellado encontrar a niñas que viven en situación de pobreza y que junto a sus progenitores tienen que trabajar vendiendo gelatinas o como ayudantes de transporte público, o quién sabe de qué más, ganando lo mínimo para sobrevivir, mientras sueñan con una vida en la que se pueden enriquecer rápidamente y disfrutar de lujos, sin tomar en cuenta las consecuencias negativas que puedan acarrear al ser parte de una organización delictiva.

Incluso los engaños, las calumnias, las peleas, la huida de las autoridades, las balaceras, esconderse de su propia gente y otros son descritos de manera idealizada por las producciones audiovisuales, así que no parecen tan malas de todas formas.

De esta manera estamos vendiendo a las nuevas generaciones esa idealización de la narcocultura, como un estilo de vida que puede ser deseado por los menores, porque además los dejamos consumirlas sin supervisión, sin explicarles que no todo lo que ven en las pantallas es real, que hay otros miles de historias de quienes no salieron bien de esos ámbitos, que fueron asesinados y cosas peores.

Esto me lleva a reflexionar que no hay material audiovisual que no debamos dejar pasar por los ojos de nuestros hijos sin hablar sobre ello, sin preguntarles cómo lo entienden, qué les hace sentir. No siempre es fácil hacerlo cuando se trabaja más de las ocho horas, pero construir un fuerte vínculo es el mejor camino para después no enterarnos a través de un video de Tik Tok que el sueño de nuestro hijo o hija es ser narcotraficante.

Eliana Soza Martínez

Eliana Soza Martínez (Potosí, Bolivia) Autora de Seres sin Sombra (2018). 2da. Edición (2020) Ed. Electrodependiente, Bolivia. Junto a Ramiro Jordán libro de microficción y poesía: Encuentros/Desencuentros (2019). Antología Iberoamericana de Microcuento (2017), compilador Carvalho; Escritoras bolivianas contemporáneas (2019) compiladoras: Caballero, Decker y Batista, Ed. Kipus. Bestiarios (2019), Ed. Sherezade, Chile. El día que regresamos: Reportes futuros después de la pandemia (2020), Ed. Pandemonium, Perú. Brevirus, (2020), Brevilla, Chile. Pequeficciones: piñata de historias mínimas (2020) Parafernalia, Nicaragua. Historias Mínimas (2020), Dendro Editorial, Perú. Microbios, antología de los Minificcionistas Pandémicos (2020), Dendro Editorial, Perú. Caspa de Ángel: cuentos, crónicas y testimonios del narcotráfico, Carvalho y Batista. Umbrales, Antología de ciencia ficción Latinoamericana (2020), Ediciones FUNDAJAU, Venezuela. https://www.facebook.com/letrasenrojo Instagram: @Eliana.Soza https://www.youtube.com/channel/UCJC8RtYxDvq0JVrb2ZIioeg

Eliana Soza Martínez
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