Gastos del funeral

La familia estaba solemnemente reunida para hablar con la señorita Victoria, que ya estaba hace muchos años, desde que murieron sus padres, gozando la vida sin límites en su billetera. Su hermana menor hizo un intento fallido de que reflexionara sobre la necesidad de parar con sus gastos frenéticos. Luego el hermano trató de esbozar un discurso diciendo:

—Nosotros pensamos que es hora de que toda la familia empiece a pensar en el futuro y como nuestros padres dejaron una buena herencia, deberíamos unir una parte en un fondo común…

—¡Nadie habla por mí! ¿Quién se atrevería? Si no saben qué sueños me inquietan en pleno siglo XXI, cuando la insolencia pisa firme por los caminos del mundo, sonando sus tacos, levantando polvo y haciéndose sentir a cada paso. —Dicho eso, la señorita Victoria miró a cada uno de los presentes para saber quién se atrevería a decirle qué hacer con su herencia.

El silencio, casi sepulcral, invadió la sala, no fuera por el coronel que frotó sus bigotes y dijo de manera suave que:

—Toda la familia te quiere mucho Viccita y todos se preocupan por tu futuro, ya que no te casaste y no tienes hijitos.

—¡Gracias, cuñado! Admiro que se preocupen por mí, pero no permito que se ocupen de mi herencia, yo sabré con quién gastar. —Dijo Victoria con vehemencia, ante los ojos bien abiertos de todos los parientes.

—Los años no pasan en vano… —Intentó el coronel— Y tú gastas y gastas en fiestas y viajes, y como no trabajas, se va terminando la platita. Deberías pensar en ahorrar, por lo menos, para tu funeral.

—¡Mi funeral no será un problema mío! ¡Será un problema de ustedes! —Concluyó sonriente la señorita Victoria, dando por encerrada la conversación.