Ensayo

Enheduanna

Enheduanna

Enero 04, 2022 / Por María Teresa Andruetto

Portada: detalle del disco de Enheduanna, descubierto por el arqueólogo británico Charles Leonard Woolley y su equipo de excavación en 1927.

 

La Epopeya de Gilgamesh es una narración acadia (asirio babilónica), en verso, sobre las peripecias del rey del mismo nombre, y constituye —dicen— la obra épica más antigua conocida. El poema de autor anónimo habla de la muerte del que fue, primero, un enemigo y, después, el amigo de Gilgamesh, del deseo de inmortalidad (el más antiguo y el más persistente deseo de los humanos) y de los sobrevivientes de un diluvio que dio base al mito cristiano del diluvio universal.

También Enheduanna pertenecía a esa cultura de la antigua Mesopotamia. Vivió en el tercer milenio antes de Cristo y está considerada como la primera persona en la historia en crear obra literaria propia, firmada. Autora de himnos y cantos religiosos con alabanzas a las diosas de la luna y el amor, escribió lo suyo antes de Homero o de los homéridas, y hay quienes dicen que también antes del poema de Gilgamesh.

Enheduanna ostentó el importante cargo político-religioso de “Suma Sacerdotisa”. Fue una de las primeras mujeres de la historia cuyo nombre se conoce, aunque en realidad su nombre más que “un nombre”, es un título sacerdotal. Fue escritora de prosa y poesía, princesa y sacerdotisa, y tras su muerte obtuvo un estatus semidivino.

Su existencia como personaje histórico está comprobada. En el cementerio real de Ur se encontraron dos sellos con su nombre, pertenecientes a sus sirvientes y se hicieron muchas copias de tablillas de su obra (lo que hoy llamaríamos reediciones) incluso cientos de años después de su muerte, que se encontraron no sólo en las cuencas de los ríos Tigris y Éufrates sino incluso en el Líbano y el litoral mediterráneo. La mayor parte de su obra está disponible en traducción en el Electronic Text Corpus of Sumerian Literature (“Cuerpo de texto electrónico de literatura sumeria”).

Era hija del rey Sargón I, quien desarrolló un gran imperio y convirtió a la ciudad de Acadia, donde vivían, en el primer gran centro urbano donde el norte y el sur de la Mesopotamia se unieron.

Su nombre se conoce porque en sus poemas y demás trabajos escritos en cuneiforme sobre tablillas de arcilla, ella colocaba su nombre. Sus temas son religiosos: himnos a los dioses. Compuso 42 himnos dirigidos a templos de todo Sumer y Acad. Exaltación de Inanna es una composición religiosa en ciento cincuenta y tres versos que, como dice su propio título, firmó en honor de la diosa sumeria Inanna, señora del amor y la guerra En alguno de ellos afirma: “Rey mío, algo se ha creado que nadie ha creado antes”, frase similar a las que luego escucharemos a lo largo de los siglos para definir lo que es una obra de arte.

Su autoridad trae el tema de la educación femenina en la antigua Mesopotamia. Se conoce que esposas de los reyes encargaron poesía o, quizá, la compusieron ellas mismas y a una de las diosas mesopotámicas se le atribuye actuar como escriba.

Un ensayo de la escritora Irene Vallejo, El infinito en un junco, que acaba de ganar el premio nacional de ensayo en España, repasa la historia del libro, o más bien de la escritura, a lo largo de la humanidad. Nos recuerda que “leer es siempre un traslado, un viaje” físico, y mental, que los libros son un instrumento de defensa contra “la fugacidad y el olvido”, que las formas de lectura cambian: el teléfono celular imita las tablas de arcilla y en las pantallas de la computadora los textos se desenroscan como en los rollos de papiro.

Dice también que han de haber sido las mujeres las primeras en construir historias porque las metáforas de la escritura tienen todas que ver con las labores de mano. En unas y en otra se habla de nudo, de enlace o desenlace, de puntos, tramas, texturas, cosa que ha llegado a nuestros días, cuando en la red twitter se dice “un hilo” para hacer referencia al comienzo de un relato… todo lo que tiene que ver con la costura, o el bordado, como bien lo sabe Tununa Mercado, que escribió hace ya años en su libro Antieros, ese texto delicioso que se llama “Punto Final”, del que voy a citar aquí y allá algunas líneas:

 

De izquierda a derecha, al menos en nuestra lengua, la letra va mordiendo el blanco… A veces el hilo se traba en una imagen no querida. El fluir cesa… la frase finalmente sale compuesta, zurcida, resarcidos sus bordes, pero airosa; la máquina sofila, rehíla, rehace, zurce el texto y lo salva del rasguido de la muerte. Si se insiste, si la paciencia no se agota, el horizonte que aparece, como a través de un velo o una celosía, tendrá la cercanía de la letra, entre el renglón y la mirada, quizás mucho más acá, adentro de la pupila o en la yema del dedo o en el plexo que recoge con ansiedad de enamorado la palabra de lo amado.

María Teresa Andruetto

Arroyo Cabral, Córdoba, Argentina (1954). Hija de un partisano piamontés que llegó a Argentina en 1948 y de una descendiente de piamonteses. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Córdoba en los años setenta. Después de una breve estancia en la Patagonia y de años de exilio interno, al finalizar la dictadura trabajó en un centro especializado en lectura y literatura destinada a niños y jóvenes. Formó parte de numerosos planes de lectura de su país, municipales, provinciales y nacionales, así como de equipos de capacitación a docentes en lectura y escritura creativa.

Ha hecho de la construcción de la identidad individual y social, las secuelas de la dictadura y el universo femenino los ejes de su obra.

Su obra literaria incluye, entre otros títulos, Stefano (1997), Veladuras (2004), Lengua Madre (2010), La lectura, otra revolución (2014), No a mucha gente le gusta esta tranquilidad (2017) y Poesía reunida (2019).

Recibió el V Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil en 2009 y premio Hans Christian Andersen, el "Nobel de la Literatura Infantil", en 2012, entre otros.

María Teresa Andruetto
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