Ensayo

La puñalada de Amalia

La puñalada de Amalia

Febrero 18, 2022 / Por María Teresa Andruetto

La Unión Telefónica con sede en Londres surgió en 1882. En 1946 (64 años más tarde), el edificio donde funcionaba pasó a ser propiedad del Estado y en 1948 fue nacionalizada, así como otras empresas de servicios, por el gobierno de Perón y pasó a llamarse, primero, Empresa Mixta Telefónica Argentina y dos años más tarde, Empresa Nacional de Telecomunicaciones (ENTel), hasta que fue nuevamente privatizada en la década de los noventa, durante la presidencia de Menem. Fue después de esa privatización que la historiadora feminista Dora Barrancos investigó en los archivos de la ex ENTel, apilados en un galpón de la capital, cerca de donde hoy está el casino flotante, y en esos archivos se encontró con la historia de Amalia Carreras y la punta del hilo de una reivindicación.

Barrancos llega a Amalia interesada en la historia de las mujeres que trabajaron en la telefonía. Así se hundió en el archivo para analizar los legajos de las empleadas ingresantes en la década de 1900 hasta la llegada del peronismo; se topó con el expediente de Amalia y descubrió la restricción que existía para casarse. Era parte del reglamento. Una norma adoptada por las compañías que desarrollaron la comunicación telefónica en Occidente. Si bien los reglamentos de cada compañía variaban, la búsqueda laboral se orientaba a la contratación de mujeres muy jóvenes (no mucho más de 18 años al ingresar) y solteras (no se admitían casadas, tampoco viudas, por lo que imagino que el peligro empresarial era sobre todo la maternidad). La feminización de la tarea se justificaba por las habilidades de motricidad fina y por un sistema de motivación y premios por rendimiento, docilidad, obediencia y prontitud en el cumplimiento de la tarea, aunque el argumento hacia las empleadas y hacia la sociedad fuera que “los abonados preferían la amabilidad de las mujeres”. Solo el servicio nocturno quedó reservado a los varones. El trabajo era duro, sin tiempos muertos, con gran disciplinamiento y control excesivo. Tenían prohibido entablar conversaciones con los abonados por fuera del “método” que regulaba los intercambios, y las distracciones y equivocaciones eran severamente sancionadas con un sistema de multas que permaneció hasta comienzos de la década de 1920. La retribución era baja, aunque superior a la de una operaria en una fábrica, pero el status social era completamente otro.

En el legajo de Amalia, a Dora le llamó la atención un papelito enganchado entre las hojas. Un mensaje anónimo que decía que la joven se había casado. La nota iba dirigida al director general: “Muy señor nuestro: Varios abonados a esa Compañía ponen en su conocimiento que fulanita de tal se casó el pasado sábado 30, y como el reglamento dice que las empleadas tienen que ser solteras, lo ponemos en su conocimiento para que tome las medidas que son del caso. Creemos que sobra cumplir como corresponde”. Tenía por firma la frase Varios Abonados. Había también un pequeño papel corroborando que: “A.C.C: á (sic) contraído matrimonio el mes pasado con F.P.B. en la Sección 8a. Informe oficial del Sr. Albarracín, jefe del Registro Civil de la sección 20”.

Amalia había nacido en Cuba en 1890, de padre español, comerciante, y madre costarricense, y al menos por algún tiempo la familia había gozado de cierto bienestar. Por alguna razón, posiblemente económica, emigraron a Argentina y se instalaron en el barrio de Montserrat, donde ella y sus hermanas terminaron trabajando como telefonistas. Una vez descubierto el casamiento fue despedida y, aunque propuso todas las posibilidades que encontró, como por ejemplo que se la retuviera transfiriéndola a otras centrales, la medida no se revirtió. Dora piensa que, en la insistencia de Amalia, estaba la necesidad de trabajar, pero seguro también el gusto por el trabajo que realizaba, porque tenía a su cargo un grupo de empleadas y porque ese trabajo le había posibilitado, además de cierto bienestar, una fuente innegable de respetabilidad. Llevaba años haciendo eso y a la vez —en el imperativo social de la época, en el que, para realizarse, una mujer debía tener un marido y ser madre— iba por los treinta y se le estaba, como solía decirse, pasando el tren.

Se casó en secreto, la descubrieron, la delataron y la despidieron, poniendo blanco sobre negro la injusticia a la que eran sometidas las mujeres y la desigualdad laboral para con ellas, ya que los hombres trabajadores de la Unión Telefónica, operadores o en otras funciones, si podían casarse. El desenlace que tuvo el despido de Amalia terminó en los diarios porteños. El 24 de agosto de 1921, al mediodía, ella esperó que el director general llegara a su casa, en una de las zonas más ricas de la ciudad, para el almuerzo, y le recriminó que la hubiera cesanteado. Él respondió que eso era asunto de su jefe y que él no podía hacer nada. Cuando el hombre atravesó el cancel, ella se arrojó por atrás con un cuchillo y lo lastimó en la zona de las costillas. El llamó a los gritos a su chofer, quien detuvo a Amalia y ella, asustada, declaró que acababa de “matar a un hombre”. No fue así: la cuchillada había sido superficial y el director pronto fue dado de alta; a ella le dieron una pena de 8 meses de prisión domiciliaria porque se trató de una lesión leve y por una consideración muy patriarcal del juez (que en este caso, resultó afortunada), quien consideró que cómo era posible que, siendo esencial la función del matrimonio y la maternidad, se la sancionara por casarse.

Los diarios de la época titularon de un modo que también favoreció a Amalia: “Prestó sus servicios durante 14 años y se la dejó cesanteada por ser casada”, de modo que la noticia sirvió para abrir un debate sobre el reglamento que impedía a las mujeres casadas trabajar en la compañía, debate en el que participaron autoridades municipales y algunos miembros del Concejo Deliberante, en especial de la bancada socialista. El hecho abrió paso a una discusión sobre la condición femenina y el trabajo. En un artículo, el diario La Razón se sumaba a los esfuerzos por exigir la licencia por maternidad, cuya primera ley de amparo llegaría tres años más tarde. La conmoción social producida por la puñalada de Amalia obligó a la Unión Telefónica a examinar la discriminación de las casadas, pidieron consejo a la central en Londres, la casa matriz recomendó flexibilizar y después de más de una década se logró por fin hacer caer la restricción.

Dora nos dice que La actitud individual que ella tuvo, la conectó, sin que se lo propusiera, con una causa colectiva; que su insurgencia, surgida de sus sentimientos individuales, no pudo evitar el lenguaje de la solidaridad. Esa fue la puñalada de Amalia. En su homenaje, la Cátedra Libre de Géneros y Sexualidades, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, lleva su nombre.

 

María Teresa Andruetto

Arroyo Cabral, Córdoba, Argentina (1954). Hija de un partisano piamontés que llegó a Argentina en 1948 y de una descendiente de piamonteses. Estudió Letras en la Universidad Nacional de Córdoba en los años setenta. Después de una breve estancia en la Patagonia y de años de exilio interno, al finalizar la dictadura trabajó en un centro especializado en lectura y literatura destinada a niños y jóvenes. Formó parte de numerosos planes de lectura de su país, municipales, provinciales y nacionales, así como de equipos de capacitación a docentes en lectura y escritura creativa.

Ha hecho de la construcción de la identidad individual y social, las secuelas de la dictadura y el universo femenino los ejes de su obra.

Su obra literaria incluye, entre otros títulos, Stefano (1997), Veladuras (2004), Lengua Madre (2010), La lectura, otra revolución (2014), No a mucha gente le gusta esta tranquilidad (2017) y Poesía reunida (2019).

Recibió el V Premio Iberoamericano SM de Literatura Infantil y Juvenil en 2009 y premio Hans Christian Andersen, el "Nobel de la Literatura Infantil", en 2012, entre otros.

María Teresa Andruetto
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