Ensayo

¿Quién hace a la nación?

¿Quién hace a la nación?

Diciembre 11, 2020 / Por Aarón B. López Feldman

En la entrega anterior (https://bit.ly/3lFvl9f) propuse que cuando hablemos del regionalismo lo hagamos en plural, en tensión y en contexto, y que esa pluralidad puede ser abordada a través de una tipología de cuatro elementos interrelacionados (lo centrípeto, lo autonómico, lo centrífugo y el separatismo), elementos que sólo existen en tanto son mutaciones y desplazamientos de los nacionalismos. Propuse, también, que lejos de ser excluyentes, los elementos de la tipología deben entenderse a través de sus continuidades y discontinuidades (y es que una tipología no es un modelo fijo que se le impone a lo real, sino una herramienta para pensar, una herramienta que sirve hasta que deja de hacerlo).

Dicha tipología, sin embargo, está incompleta. Necesita de un elemento más para adquirir toda su potencia. A este quinto elemento lo podemos llamar regionalismo centralista, y sin él no es posible entender a los demás (y es que, de cierto modo, los otros tipos de regionalismo dependen de él, existen como una reacción a sus prácticas, proyectos e intereses).

A diferencia de los otros elementos de la tipología, el regionalismo centralista es desconocido como regionalismo (es decir, como afirmación identitaria de un “nosotros” socioespacial) y, al mismo tiempo, es reconocido como si fuera el nombre mismo de la nación, como si encarnara al todo nacional (motivo por el cual parecería imposible hablar de la nación sin recurrir al centro). Con el tiempo, este tipo de regionalismo suele sedimentarse, normalizarse tanto que cuesta mucho trabajo distinguirlo de la nación como unidad (todo a su alrededor es construido como periferia, margen, localía, provincia, región).

Un ejemplo de todo lo anterior lo podemos encontrar en el regionalismo centralista de la Ciudad de México. En tanto parte regional, la Ciudad de México y su área de influencia (el altiplano expandido) ha sido capaz de llenar históricamente el nombre de la nación como una totalidad unitaria y, con ello, construir parcialmente lo común de la “mexicanidad”. Es tal la sedimentación de este desplazamiento que, incluso, el centro del país no suele ser entendido como una parte que se construyó históricamente como centro ni, en ocasiones, como región misma.

Negarse como parte regional y representarse como la personificación de la totalidad ha sido el triunfo histórico más importante de la Ciudad de México como centralidad del país. Este proceso significó la construcción (trabajada por las elites, mas no reducida a ellas) del centro de México como la parte hegemónica de la nación no sólo en términos políticos y económicos, sino también simbólicos. Lo que comenzó como un regionalismo de una parte regional (CDMX) que toma el lugar del todo nacional para cohesionarlo y producir unidad, con el tiempo se convirtió en un regionalismo centralista que, con frecuencia, es desconocido como tal y reconocido como si fuera el corazón mismo de la geografía patria (hay que decir que el “centro” del país ni siquiera es, en realidad, el centro geométrico de su territorio).

A este regionalismo es al que aludía Monsiváis cuando hablaba del mito de fundación del centro (es decir, la historia antes de su historia): “En el principio era el Centro, y la nación mexicana estaba desordenada y casi vacía y la existencia del Centro obligó a la creación de los alrededores y de los sitios lejanos (si hay un Centro, désele curso a la Periferia), y todos supieron que el Centro lo era no por su ubicación tan principal sino por su dogma fundador: lo central apenas depende de la presencia de lo secundario, lo central es autónomo o no es nada”.

La construcción del regionalismo centralista mexicano, es decir, la construcción de la Ciudad de México, el altiplano y su área de influencia directa como núcleo de acción político-económica y encarnación simbólica de la nación, ha sido un proceso largo que tuvo su núcleo de formación en el porfiriato y el Estado posrevolucionario, pero que encuentra sus raíces desde el Estado colonial y las herencias espaciales de amplia duración que dejó la geografía mexica.

Como parte de dicho proceso, el regionalismo del altiplano se convirtió en el núcleo centralizador (bajo la bandera federalista) que le dio orden y coherencia a las “provincias” y construyó todo aquello que no era “centro” como un espacio vacío, lejano, periférico, tradicional, interior, regional, pero también caótico, bárbaro, precario, atrasado, conservador, ignorante…

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Aarón B. López Feldman

(Ciudad Obregón, Sonora, 1978). Licenciado en Antropología por la UDLA-P. Maestro en Comunicación de la Ciencia y la Cultura, Doctor en Estudios Científico-Sociales y profesor del ITESO. Ganador del XXIX Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción 2013, del Concurso Nacional Universitario de Narrativa Elena Poniatowska 2012 y del Décimo Primer Premio Nacional de Cuento Corto José Agustín 2011. Becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Puebla, en las categorías de ensayo y cuento. Ha publicado en las revistas Crítica, Punto en Línea, Acequias, IUS, Traspatio, Replicante y Lado B, así como en las antologías Piezas cambiantes. Escritores en Puebla frente al siglo XXI y Cuentistas de Tierra Adentro. En el 2015 publicó Adán Miniatura en el Fondo Editorial Tierra Adentro. [text](link)[email protected]

Aarón B. López Feldman
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