Experiencia lectora

Espartaco, la inagotable novela

Espartaco, la inagotable novela

Noviembre 29, 2022 / Por Hugo Ernesto Hernández Carrasco

¿Qué es el infierno? El infierno comienza cuando los más sencillos y necesarios actos de la vida se hacen monstruosos.

Howard Fast

 

Recuerdo haber comprado Espartaco hace diez años. Para entonces tenía conocimiento de un personaje histórico, una película y una serie televisiva del mismo nombre, por lo que Espartaco me resultó familiar en lo nominal, en la imagen superficial proyectada, pero ajeno en su sentido más profundo. Recién me estaba animando a leer literatura de ficción y debo confesar que, al ver el libro en el estante de ofertas, llegué a formularme una pregunta algo estúpida: ¿valdrá la pena comprar el libro si la experiencia de Espartaco ya estaba disponible en video, sin necesidad de un ejercicio lector de por medio? Ignoré, dada esa “reflexión” inicial, la novela de pasta dura de Howard Fast. Una semana después volví a la librería, ya que era visitante asiduo. Me interesaban, por mi formación de licenciatura, los textos de naturaleza teórica, filosófica y en general académica. La ficción era para mí un nebuloso horizonte que se me figuraba informal, una “pérdida de tiempo”. Observé con esa visión limitada nuevamente el estante de ofertas. Espartaco costaba 60 pesos y no dudé —por alguna extraña razón— en tomarlo. Algo más allá de su tapa dura, de los grilletes sueltos como imagen de portada, me cautivó y me animó a tomarlo.

Recuerdo esa primera lectura, a mediados del año 2013, justo seis meses después de comprarlo. De Espartaco identifiqué entonces, como lector, a Roma, la práctica de la crucifixión como pena máxima de la época, la figura de los gladiadores, intervenida en mi imaginario ampliamente por la película Gladiador; los ejércitos romanos, el senado, entre otros elementos históricos que ahí se contaban. La lectura fue, dada mi limitada sensibilidad y visión de aquel entonces, un ejercicio lineal donde la historia estaba llena de descripciones contextualizadas en la época del imperio romano. Nada de sensibilidad, nada de dimensionar el dolor humano que magistralmente había logrado forjar Howard Fast en sus páginas. Lejos estaba de sentir la injusticia, la crueldad. Eran esos elementos, bajo la lectura lineal, asuntos que daban color a la historia, nunca representaron un cúmulo de dolores y dilemas éticos, un encuentro frontal con el otro en su completitud.

Diez años después, tras otros recorridos, otras experiencias lectoras, llegué a Espartaco nuevamente. La última vez ni siquiera había terminado el libro. Ahora, con el entendimiento de la ficción como parte fundamental de nuestra condición humana, la historia, su lectura, resultaron un ejercicio completamente distinto. Eso por supuesto, me hizo pensar en lo importante de releer los libros y no arrojarlos nuevamente al olvido. Pero una cosa es que eso se lo digan a uno y otra muy distinta vivirlo en carne propia. Releer en otra etapa de nuestras vidas el mismo libro representa, por supuesto, una lectura completamente distinta.

Su autor, Howard Fast concibió la historia desde la cárcel, sitio que pisó como consecuencia de su apoyo a la causa antifascista en el contexto de la primera mitad del siglo XX. Ese hecho, según cuenta, lo trastocó. Espartaco es producto de esa vivencia. Claro está que su camino no fue fácil: la novela estuvo censurada en Estados Unidos durante la época de la Guerra Fría. Sólo tras romperse ese cerco, vendió más de cuarenta mil ejemplares en un primer momento; a la postre, vio la luz en más de 40 idiomas.

Conforme avanzamos en su lectura, entendemos el por qué. Para empezar, podemos identificar en Espartaco un recorrido ético y estético en tres direcciones: la primera, como un abordaje complejo a la cotidianidad de la vida romana, sus dilemas, sus detalles y costumbres, que no dejan de ser desde entonces, una proyección de los mismos dilemas de otras sociedades imperiales, de la brutalidad de la civilización y de la falta de comprensión que se tiene de los subalternos y de los seres humanos en general, a merced de los poderosos. Una segunda dimensión, involucra la reflexión sobre la esclavitud y la libertad, dicotomía que se destila de manera ontológica a través de las descripciones del narrador y también de los problemas que enfrentan los personajes, sus tensiones y vicisitudes cuando de decidir en libertad o cuidarse en cautiverio se refiere; y finalmente, una tercera, que se encarga de dibujar los matices y siluetas de los lugares y territorios que atraviesan por completo la vida humana. En este sentido, Espartaco no es, o no se presenta, como un héroe en el sentido mitológico de los dioses o semidioses clásicos, sino como el personaje que encarna las complejidades de la esclavitud, al gladiador, como el personaje que lleva en sí los límites de la condición humana, al ciudadano romano, y el peso de las instituciones y prácticas sobre su vida íntima. En Espartaco se transpira el peso del contexto y las circunstancias sobre las decisiones, sobre la verdad como asunto filosófico, sobre las actividades y necesidades de los seres humanos.

Ahora, en el contexto del mundial de fútbol en Catar, mucho se ha especulado sobre la cantidad de muertos y las condiciones laborales bajo las que se construyeron los estadios de fútbol. Es imposible no leer Espartaco y pensar que sus pesares, sus emociones, sus problemas, no distaron mucho, quizá, de los pesares, emociones y problemas de trabajadores semiesclavizados y en condiciones precarias, tanto en Catar como alrededor del mundo. Un fragmento de la obra resuena en este sentido:

“En todas partes el paisaje era hermoso, lo que únicamente podía lograrse mediante una provisión casi inagotable de trabajo esclavo…” 

No cabe duda de que este libro será un clásico durante muchos años. Lo que sí no debe esperar el lector son combates cuerpo a cuerpo en la historia, sino diálogos, imágenes y travesías que trenzarán constantemente su espíritu.

Hugo Ernesto Hernández Carrasco

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