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Quetzal León: Fotografía, retorno, juego de niños (I)

Quetzal León: Fotografía, retorno, juego de niños (I)

Abril 25, 2023 / Por Maritza Flores Hernández

Portada: Quetzal León. Foto de la autora.

 

Primera parte

 

Conversamos con Quetzal León sobre su muestra de fotografía, que se expone bajo el título de Retorno en Liliput, galería de arte, en la ciudad de Puebla, Puebla. Generoso y risueño, este artista multidisciplinario —dibujante, fotógrafo, artista plástico, diseñador, ilustrador; director director de Arte y Diseño de Ediciones SM México, y desde 2017 para varios países del Grupo SM— obsequia la magia y secretos de su arte, que compartimos en dos partes. Aquí va la primera:

 

—Quetzal León, desde tu nombre, dos mundos con múltiples caras: artista multidisciplinario: dibujante, fotógrafo, artista plástico, diseñador, ilustrador…

—Siempre renegué de llamarme artista. Durante años me presenté como diseñador, porque eso estudié, porque de eso he vivido. Luego, en los últimos años, entendí que mi otra parte está ahí, en el arte y tiene que verse. Decía, con amigos, que era artista de closet.

En ese sentido, soy multidisciplina. Una especie rara, como a caballo entre dos mundos: entre lo gráfico, que tiene una función específica: comunicativa, de industria, de editorial. Y la otra, que busca y apela a la otra parte del ser humano, que no es tan mercantil, que no es de industria, aunque forma parte de la economía.

Me interesa ver el arte en todas sus funciones vitales, como un todo, en su función social, de mercado. En coyuntura de las décadas en las que transcurrimos nuestra vida.

Cuando andas a caballo, si se pone salvaje: caes. Es natural, cuando picas por aquí y por allá.

—En tu página web, vemos tus ilustraciones, dibujos y pinturas en tinta y acuarela. Se nota que tienes una educación visual y artística.

—Te voy a decir de dónde viene. Crecí en una casa donde que había arte y libros. Mi padre, que descanse en paz, era pintor de la generación de los sesenta. En los ochenta, durante muchos años, fue coordinador de exposiciones de la Casa del Lago de la UNAM.

Esa etapa, siendo el más pequeño de mis hermanos, me tocó vivirla en la Casa del Lago. Mi formación y la de mis hermanos vienen de esa casa: de ver libros, de escuchar ideas y cosas relacionadas con el arte y la cultura.

Cuando estudio diseño gráfico, lo hago de manera consciente para separarme de la línea paterna, no quería ser artista plástico, pero me dan una beca FONCA al extranjero para especializarme en ilustración; tomo el taller libre de pintura.

Me dan un bastidor, enorme, un lienzo de lino y todos los materiales: en ese momento veo que no hay punto de retorno; no lo podía seguir reteniendo. Siempre había hecho dibujitos y tal, pero no había aceptado enfrentar el arte.

—¿El arte era el reto de tu vida?

—Sí. Y trato de tomármelo en serio. Un poco, el problema es que como hago muchas cosas, tengo que andar switcheando (conectando), ya que el proceso físico, emocional y psicológico no es igual en una tela que mis dibujos en papel: algunos son muy grandes, de dos metros, me paro encima de ellos para trabajar. Así que va cambiando el espíritu, la sensación, el estado de ánimo.

Y todo va por etapas y periodos. Hay meses que trabajo más una cosa que otra. Tengo que ir cambiando de canal; por eso digo que tengo que ir switcheando.

Es relativamente fácil cambiar de canal, porque el diseño gráfico me ha ayudado mucho a transitar.

—Sabemos que participas en la ilustración de una manera muy activa, que convocas a gente de Europa, de América.

—Fíjate: desde hace quince años sacamos cada año la convocatoria de ilustración, lo hacemos entre la Fundación SM y la FIL de Guadalajara. A pesar de que es cansado, es muy refrescante, por las nuevas propuestas, porque la gente quiere decir los tópicos que están en boga, por los creadores jóvenes y eso te pone en una perspectiva muy distinta entre lo que tú haces y lo que esta pasando afuera.

—Aquí, en tu exposición Retorno, uno se encuentra con imágenes de niños y adolescentes, parejas y, especialmente, familias.

Retorno es una serie de fotografías sobre la playa. Para mí, la playa es la frontera, el límite de la tierra, luego está el mar.

Unos metros después de la tierra, está la parte limítrofe con el mar, lo desconocido y así existía, desde hace miles de años para a humanidad.

Entonces, me interesaba mucho encontrar ese punto en el cual, ante esta inmensidad de manera inconsciente los seres humanos nos relajamos sin caer en cuenta de la vastedad que significa el mar en términos filosóficos y emocionales.

Los niños y las familias y los jóvenes son parte integral de este juego.

Quizás, socialmente hablando, es como la vacación, el turismo. La vacación es del siglo XIX, tiene doscientos años cuando mucho.

¿De qué manera nosotros como visitantes vamos a esta frontera limítrofe?¿De qué manera nos relajamos y disfrutamos y jugamos ante la inmensidad?

Me parece una reflexión interesante de lo que deberíamos hacer los seres humanos en general: jugar.

Y el otro tópico de la serie, de la familia, por supuesto que lo ves en la playa.

Me interesaba mucho este contraste.

También la verticalidad gráfica del ser humano en contraste con la horizontalidad de la playa y del mar. Es literal.

Y la horizontalidad del ser humano en relación con la horizontalidad de la playa y del mar.

No empiezo un proyecto el que sea, desde la cabeza.

—¿Desde dónde lo empiezas?

—Desde hacerlo. Soy poco reflexivo, en ese sentido. Para empezar, procuro no pensar demasiado las cosas. Cuando hago ilustración sí, porque tiene otra función: es ejecutar.

También platicar con otros me hace darme cuenta de todo lo que hay atrás de la construcción de un proyecto.

—En Retorno presentas, de un lado, fotografía digital a colores, y del otro, analógica en blanco y negro. ¿Por qué?

—Pertenezco a la colita que aprendimos a hacer fotografía a la antigüita, con negativo, cuarto oscuro, etc. Igual en Diseño gráfico, con sistemas mecánicos, pegando, etc.

Así que estoy en esa pequeña franjita. Luego, con el medio digital. Estoy muy a gusto con ambas. No me cuesta trabajo pasar de un lugar a otro o de un sistema a otro. En los dos me siento como pez en el agua literalmente.

También creo que la analógica, te permite y te obliga por su propia naturaleza a tomar una actitud muy distinta con la imagen.

Tenemos la cámara de 35 mm, de 36 exposiciones; otra, la de 120 mm que tiene 12 o 16 exposiciones. Lo que significa, como decimos los que hacemos fotografía, hay que cuidar los tiros.

Cuando tienes 36 o 12 tiros no disparas la cámara a lo loco, no puedes. Tienes que aprender a mirar de otra manera y a intuir, a predecir lo que va a pasar con un sujeto, lo qué va a pasar en el pequeño entorno que estás mirando. Tienes que aprender, como decía Henri Cartier-Bresson, a ver el “instante decisivo”.

Es un poco de mode. Todo el mundo ha dicho lo mismo: si disparas antes o después la imagen no sirve; tiene que ser exactamente donde sucede. Eso lo desarrollas. Es un pequeño olfato. Es una forma distinta de mirar la imagen.

La análoga, además, te obliga a mirar desde arriba. Disparas desde la boca del estómago y ves desde arriba o desde el plexo solar, porque el visor está abajo, no en tus ojos.

La relación de tu cuerpo con la cámara, con el sujeto, te obliga a tomar más despacio y, al mismo tiempo, sin dejar de escapar la imagen.

Con la cámara digital, reflex 35 mm, todo sucede tan rápido y tienes una cantidad ilimitada de disparos, todos los que le quepan en tu tarjeta. Eso te hace flojo y desesperado.

—¿Desesperado?, ¿por qué?

—Porque disparas y disparas y esperas que alguna sirva. Alguna te va a quedar bien.

—¿Es igual a hacer una ráfaga?

—Claro. Puedes tener 500 fotos que no sirven.

—¿Cómo escoges las imágenes tomadas en ráfaga?

—Yo no disparo por ráfaga. Hago un tiro y ya está. Procuro usar la misma técnica que con la cámara análoga.

Cuando hago tres o cuatro disparos de un solo sujeto o de una sola escena, normalmente la que suelo escoger es la primera.

La cámara análoga te enseña una disciplina distinta: cuándo disparar. A aprender a mirar. Eso nos ha faltado en los últimos años, lo hemos perdido.

—¿Sólo en la fotografía?

—En todo. Lo veo con el mundo de la ilustración. Veo muchas generaciones nuevas, no quiero decir imitando, pero sí muy influenciados por los creadores de los últimos diez años, lo cual no está mal, todos tenemos influencia; sin embargo, mi pregunta para los chicos:¿Esta imagen tiene otra referencia? ¿Cuál es anterior?, y ¿la anterior de esa?, y ¿la anterior de ésta? Debemos tratar de ir lo más atrás que se pueda para intentar encontrar la referencia más lejana, entrecomillado porque no existe realmente. Para luego, bifurcar, pues tienes que ser tú; de otro modo, no tiene caso lo que estás produciendo. No habría aportación.

Las influencias sí tienen caso, pero debes de transitar a otro lado. Incluso, uno se pregunta a sí mismo, ¿yo qué estoy haciendo?, ¿estoy repitiendo lo mismo? Por ejemplo, el tema del sujeto de la playa se ha usado toda la vida. Muchísima gente lo ha hecho. Entonces, me pregunto: ¿yo qué aporto? Y da miedo.

 

Quetzal León continúa dialogando sobre el cliché, el celular y el devenir del arte. Querido lector, nos vemos en la segunda parte.

Maritza Flores Hernández

Cuentista, ensayista y también abogada. Egresada de Casa Lamm, donde hizo la Maestría en Literatura y Creación Literaria. Considera el arte, la ciencia y la cultura como un todo. Publica dos columnas literarias cada semana, en distintos diarios. Su obra ha formado parte de la antología de cuentos “Cuarentena 2020”.

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