Gorilas en Trova

Quetzal León: Fotografía, retorno, juego de niños (II)

Quetzal León: Fotografía, retorno, juego de niños (II)

Abril 28, 2023 / Por Maritza Flores Hernández

Segunda parte

 

Continuamos con la segunda parte de la entrevista a Quetzal León, respecto a su serie de fotografías, Retorno que se encuentra expuesta en Liliput, galería de arte. El autor, después de hablar de las influencias en su fotografía y en la de cualquier otro artista, manifiesta su temor a caer en el cliché.

 

—Comentabas que esta fotografía de las carretas verdes tomada en Colombia puede ser un poco cliché. ¿Por qué? ¿Y en todo caso, cuál sería tu aportación?

—Cuando Irving Domínguez escribió el texto para el catálogo de esta serie, que estamos trabajando juntos, justo él dice —palabras más, palabras menos—: “algunas imágenes están en el límite entre el cliché y lo auténtico”.

Y sí, algunas imágenes pueden bordar en el cliché.

Por otro lado, el cliché tiene su punto de utilidad; es necesario para entender algo y, después, dar un brinco.

Lo que me preocupa del cliché es que sea el cliché como tal.

Sin embargo, algunas de las imágenes pueden dar ese ligero brinco, porque desde dónde se está mirando, es distinto.

Hay que mirar, ¿qué hay detrás de esa imagen?, ¿qué hay alrededor?, ¿qué otros elementos están componiendo la imagen?

—En esta imagen de las carretas, ¿qué otros elementos miramos?

—Por ejemplo, ves el muro descarapelado. No es una foto frontal, sino diagonal; sucede en la calle.

Mi ojo, consciente e inconscientemente, deja la basura, este círculo corre en diagonal. Observa las rayas, las redes que están atrás de la ventana. Todo eso te va contando una historia. Desde otro lado, te da información que de otra forma sería imposible de tener.

El cliché te da una información mínima necesaria para entender, edulcora para que lo interpretes de la manera más tonta posible.

En cambio, mi imagen es atractiva porque parece cliché, no obstante vas encontrando mucha información distinta y toda una historia que el cliché no te da.

—En las imágenes en blanco y negro sentimos que encontramos más historias, ¿por qué?

—Porque paradójicamente el color te cuenta de más, te da información de más en términos conceptuales. En cambio, el blanco y negro deja a tu ojo mirar la esencia de la forma y la luz.

No es que exista más historia en el blanco y negro, sino que hay cierto grado de mayor verdad, entrecomillado. Una verdad menos edulcorada, menos suavizada: entra directo a tu cerebro.

El blanco y negro permite leer mucho mejor; concentrarte en las figuras, porque nada te estorba.

Por ejemplo, en la fotografía del fondo (de una niña sentada en una banca en el muelle de una laguna), el cielo y el mar te estorban por el color, el personaje se pierde. En cambio, en blanco y negro te concentras en la niña, el personaje se destaca.

—La fotografía en blanco y negro que cuenta toda una historia de la adolescente con los dos chicos recuerda un poco a la fotografía usada por Alfonso Cuarón en su película Roma.

—Esta serie es muy anterior a Roma. A mí, más bien, me recuerda a las películas mexicanas de los cincuenta, a Gabriel Figueroa. Esta forma de mirar el cielo, las nubes. Especialmente, la nube que parece que la corté, la traje y la puse.

Creo que ésta se encuentra emparentada con Figueroa.

Todos hemos abrevado de los grandes fotógrafos mexicanos y mundiales.

Esta serie tiene muchos más años que Roma. Es la tercera vez que la expongo.

—Tiene su encanto. Todo el mundo se detiene a verla…

—Claro que sí. Se parece a Roma porque es lo que tenemos en la mente. Me fascina la fotografía de Roma. Cuando tu ves Roma; todas sus secuencias, hay un sello, porque al final todos abrevamos de todos.

El tema es: se abreva del otro y, luego, ¿qué haces?, ¿hacia dónde lo llevas? Es el riesgo con todos los creadores.

Siempre que uno muestra su trabajo, viene la pregunta, ¿realmente, estoy aportando algo? Y no queda de otra que asumir que sí; porque de otro modo, nunca vas a exponer.

Al final, la obra misma sobrevivirá o no en el transcurso del tiempo y alguien dirá, si dijo algo interesante o ésta es una copia más de lo que se hacía en el siglo XX o en el siglo XXI.

Aunque, como creador no debes pensar en eso todo el tiempo, porque no harías nada, te entraría la parálisis.

—Has hablado de la playa, de la vastedad, del abismo, pero esta exposición se llama Retorno

—En cierto sentido quise que se llamara Retorno porque dejé de trabajar mucho tiempo la fotografía de manera seria, entrecomillada. Tuve un periodo de seguir trabajando, de volver a enfrentarme a mí mismo como creador, no desde lo cotidiano sino desde la postura de creador, de regresar a mi punto de creador: desde aquí, desde mi ego. Entonces, digo: yo aquí estoy. Aquí está mi trabajo.

Tiene que ver con eso y con el punto de partida, y de lo que significa la playa. La playa es el punto de partida y de retorno. Los barcos zarpaban y retornaban o no retornaba.

Las embarcaciones llegaban a la playa, no había embarcadero. Era el punto de partida y también de retorno.

Cuando regresan, la nave viene cargada de especias, de telas, de muchas cosas; y los personajes que se fueron no son los mismos que vuelven.

Es el símil de salir de la Tierra.

—Con volcanes en erupción, glaciares derritiéndose, incendios forestales, etc. ¿Hay un retorno para esta humanidad?

—Creo que siempre hay un punto de retorno. Lo más curioso es que cuando se retorna no siempre se regresa al mismo lugar.

Recuerdo mucho la última escena de la primera película de El planeta de los simios versión de los sesenta, del siglo XX.

Los humanos se dan cuenta que han regresado a la propia Tierra. Después de su gran viaje espacial, creen que han llegado a un planeta nuevo. Al abrirse la toma, se ve la estatua de la Libertad, frente a la playa, cubierta por la arena. Se dan cuenta de que retornaron a la Tierra, si bien, no es la misma Tierra.

Lo mismo con la humanidad. Vamos a regresar como una humanidad más profunda o con sentimientos más nobles que deberíamos de tener como especie; sin embargo, estaremos en otro planeta, en otro mundo.

—¿Salvaremos esa humanidad, esos sentimientos?

—Transitará. La naturaleza del universo es transitar; el universo es cambiante. Hay que preservar este mundo lo más que podamos, no tenemos otro planeta. El planeta cambiará y no forzosamente será el mismo que hemos conocido, para bien o para mal, porque gran parte del daño ya está hecho.

—En esta muestra no hay imágenes tomadas con celular…

—Esta serie no está hecha con cámara de celular.

Pero sí que tengo series hechas con celular que he expuesto. Serie de fotografías del suelo tomadas con el celular; trabajadas en la computadora con software con una calidad que no le pide nada a una cámara digital.

El aparato es un medio. Recuerdo que algún fotógrafo ya lo ha dicho, la cámara son sus ojos.

—¿Cuál es el futuro de la fotografía como arte?

—No lo sé. Es una pregunta muy complicada. No sé si la fotografía como arte va a sobrevivir en el tiempo; es más, no sé, si la fotografía va a sobrevivir. No sé si es un tránsito hacia otro tipo de cosa.

Porque hay mucha hibridación, y sobreproducción de imágenes. Demasiado ruido, demasiada información. Y no tenemos filtros. El único filtro que podría haber, somos nosotros mismos.

Tomar una cantidad de fotografías digitales consume energía. Cada vez que hacemos click al teléfono estamos consumiendo energía, no somos consientes de eso.

Joan Fontcuberta trató el tema, pensado en el exceso de imágenes. Alguna vez vi una exhibición que hizo. Tomó fotos de las redes sociales para proyectarlas; claro, era anonadante ese espectáculo.

Viene algún cuestionamiento: ¿qué hay detrás de esto? ¿Qué es esto?

Es terrible. No sé cuál es el futuro. Tenemos un exceso de generación y consumo de imágenes.

—Tomamos fotos del taco que comemos o del pastel…

—El problema no es el taco o el pastel. Ambos pueden ser extraordinarios. Lo importante es la capacidad de intención al momento de hacer la fotografía del taco y del pastel, y de convertirlo en algo más.

El problema no es la fotografía del taco y el pastel per se, sino lo que hay detrás. Si lo único que hay es el mero divertimento, de algo pasajero; entonces, para el arte, no es nada.

Al contrario, si muestras lo que consumes en tu día, enseguida, le das un twist a ese gasto de energía de batería, de tu energía propia, en tal caso, empieza a ver una separación de la mera casualidad a algo mucho más profundo.

—Presentas fotografías que recuerdan a la antigua técnica de ojo de pescado…

—Algunas están hechas con cámara panorámica. Hay dos tipos: La cámara de lente fijo, donde expones de un sólo tiro y las de barrido. La segunda es la que yo tengo.

La película se curva y el lente va siguiendo una media luna y, por lo tanto, va exponiendo la imagen de poco a poco conforme el lente se va desplazando. Eso acrecienta la curvatura de la película.

Se parece a las de un ojo de pez, por la forma en la que el lente hace ese efecto de una curvatura en la parte final: así que no es lo mismo.

—¿Qué magia podrían encontrar los niños en el celular además del videojuego?

—El individuo, niño o adolescente, va a encontrar lo primario, lo más inmediato, que tiene que ver con el disfrute, porque eso es el teléfono: un punto de escape o de disfrute, es también un punto de sensibilidad.

La sensibilidad se desarrolla. Puedes tener niños muy sensibles, pese a eso, sin las condiciones necesarias se van a perder.

Trabajé con niños en “Alas y Raíces”, cuando tienes un diamante en bruto, si no lo trabajas, se pierde.

Hoy en día, el teléfono celular impide comunicarte con la infancia de manera frontal y directa.

Por otra parte, a los niños los tratamos como idiotas, los sobre-estimulamos y los sobre-apapachamos.

Si un niño no tiene la capacidad de frustrarse y aburrirse, no aprende. Lo primero, para encontrar una cosa distinta en el celular es renunciar a él. Para hallarle otras posibilidades a este aparato, hay que restringir su uso.

Cuando dejas de mirar en el celular, comienzas a mirar lo demás y de otra manera. Cuántos niños encuentras en el museo o en la calle; o a los turistas; y su mirada está enclavada en la pantalla, no ven la realidad.

—¿Tú, primero ves la realidad y después haces el disparo?

—Claro. Primero, ves la realidad, si no ¿cómo vas a saber lo que quieres fotografiar? Si lo haces todo a través de la pantalla, te vas a dar de golpes, te vas a caer en un hoyo.

—Las infancias que presentas son de niños jugando en la playa, con el mar y sus olas, con sus padres y familias. Con los adolescentes ocurre algo semejante. Aquí no hay drogas, alcohol, pobreza.

—A ver, te voy a decir: no ves drogas ni cosas malas porque no las estoy buscando. Esa no es mi intención. Si yo quisiera encontrar drogas, prostitución, etc., lo lograría. No me interesa. Tampoco presento un panorama idílico, sólo muestro esta pequeña franja. Seguramente habrá alguien que esté consumiendo algo, no lo sabemos. Seguramente si lo buscamos, lo veremos.

—¿Encontramos lo que buscamos?

—Sí. Gran parte de mi trabajo es la contemplación como sujeto propio. Si los hacedores de imágenes —sobre todo la gente que capturamos imágenes de la realidad—, no tenemos la contemplación, no percibiremos la vida.

Para mí, la contemplación tiene que ver con la capacidad de guardar silencio ante otro; esa es la capacidad de contemplar.

Por ejemplo, la niña, en una laguna de México, (sentada en una banca en el muelle) está contemplando.

Lo ves sólo si tienes una mirada contemplativa hacia la realidad, hacia la vida. A partir de la contemplación encontrarás qué hay detrás de la imagen; se trata de deconstruirla.

—¿Es un juego?

—Creo que sí.

—¿Algún mensaje para los papás de los niños?

—Dejen a los niños ser niños. Los niños tienen que ver lo real, tienen que frustrarse. No le va a pasar nada al niño si le quitan el celular. Al que le va a pasar es al papá porque no va a saber qué hacer.

A los chavos hay mucho que decirles. Hay que animarlos a tratar de mirar, a ser empáticos. En un mundo de tantos peligros: hay que estar alerta. En cierto sentido, el mundo ha sido brutal desde que es mundo. Rapaz, porque la humanidad es rapaz.

Hay que hablar a los niños con la verdad, por mas dolorosa y frustrante que pueda ser. Ellos son más inteligentes que nosotros.

 

Nos despedimos de Quetzal León Calixto, mejor conocido como Quetzal León, oriundo de la Ciudad de México, artista multidisciplinario: dibujante, acuarelista, fotógrafo, artista plástico, diseñador, ilustrador; director de Arte y Diseño de Ediciones SM México, y desde 2017 para varios países del Grupo SM. Ha participado en diversas exposiciones de fotografía. Conocedor de la imagen, su producción y consecuencias, ha servido como jurado en el Premio Internacional de Ilustración Feria del Libo de Boloña-Fundación SM; en el Premio FILIJ de Álbum Ilustrado; igualmente en el Latin American Ilustration y del Iberoamérica Ilustra.También es creador de diversos libros de ilustración y editor de foto-libros de tiraje corto.

Antes de retirarnos, damos otra vuelta por Liliput, galería de arte.

Observamos detenidamente las imágenes propuestas por su autor. Atentos a sus personajes: hombres y mujeres, muchos niños, adolescentes: recostados o sentados sobre la arena o en el muelle; caminan o corren dentro o fuera de la playa, arriesgándose en lo limítrofe; miran hacia el confín; contemplan, ríen, duermen. Forman líneas paralelas, perpendiculares, con el agua, con el océano, con la Tierra. Piedras, embarcaderos, lagunas, carretas, bancas, sillas. Las historias cobran vida, aparecen.

Querido lector, en cada entrevista que, en verdad, son diálogos, como estos, colmados de palabras risueñas y reflexiones, siempre aprendemos algo nuevo.

Como siempre, Usted, tiene la última palabra.

Maritza Flores Hernández

Cuentista, ensayista y también abogada. Egresada de Casa Lamm, donde hizo la Maestría en Literatura y Creación Literaria. Considera el arte, la ciencia y la cultura como un todo. Publica dos columnas literarias cada semana, en distintos diarios. Su obra ha formado parte de la antología de cuentos “Cuarentena 2020”.

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